Este mes hace 181 años que un rayo impactó en la Torre del Giraldo dejándola en muy mal estado.
“Aunque raras, muy violentas son por julio las tormentas”. Así canta
el refranero español sobre el mes de julio y no es para menos cuando en este mes puede haber tormentas aisladas,
asociadas a nubes de desarrollo vertical, que ocurren cerca de los embalses
situados en zonas de montañas donde la evaporación es grande y las laderas
ayudan a elevar las masas de aire húmedo.
Fuera por lo que fuera la Torre
de las Campanas y luego llamada “Torre del Giraldo” de la Catedral de Cuenca,
desde su construcción, atraía los rayos como ninguna otra en la ciudad. Así lo
atestigua el producido en la noche del 20 de mayo de 1674, un rayo un incendio,
pero el mayor fue el acaecido en el mes de julio de 1837 que paso a relatar
según la crónica del momento.
Conjunto catedralicio. Visto desde la Hoz del Huécar
Finales del Siglo XIX principio del XX
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Una fuerte tempestad se desató y
un rayo desprendido de las nubes causó un gran incendio. Dicen que se declaró a
las dos de la madrugada y cuantos lo vieron aseguraron que era imponente y
aterrador ver en tal elevada altura, bajo un cielo encapotado, aquel volcán de
cuyas fuertes llamaradas que salían por todos los calados, parecía quererse
librar la Giralda, volteando a impulsos de viento contrarios las campanas.
El piso más elevado, el del reloj
y la escalera de ambos que como era de madera así como la matraca y cabeza de
las campanas y el telar que sostenía la de las horas, todo ardía, y el temor de
que su derrumbamiento pudiera arruinar los tejados y bóveda que comunicaba con
el interior de la Catedral y penetrando en ella los combustibles que en pos de
si arrastrarían en su caída pudiera arder el interior. Todo esto embargaba los
ánimos de las autoridades y vecinos que se afanaban en apagarlo. Setenta
cántaros pasaban de mano en mano desde la fuente de la plaza a la entrada a la
bóveda de la torre y a su parte superior limitaban el fuego. En los tejados de
la Catedral y de los edificios contiguos estaban distribuidos operarios que con
ramas mojadas sofocaban las ascuas que la inflamada torre despedía. Pero entre
tanto el incendio causaba destrozos. La campana de los cuartos cayó a la bóveda
de la torre; el esquilón de Santiago y la Santa Bárbara a la balaustrada; el
esquilón grande se desprendió perpendicularmente sobre la base de su tronera, y
la campana del reloj flaqueó en un eje y quedó sostenida en su nicho en una
ligera prominencia de media pulgada. Pero la cabeza de la campana grande ardía
y su caída era eminente, ya fuera o dentro el hundimiento de las bóvedas era
seguro y la comunicación del incendio casi inevitable.
Traza de la Torre del Giraldo año 1701
Catedral de Cuenca
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Cuando algunos se retraían de
acudir con agua por temor a ser sepultados entre las posibles ruinas, un
movilizado de Cádiz cuyo nombre fue imposible saber, con un digno arrojo e
inminente peligro de perecer abrasado, atravesó aquel volcán y consiguió apagar
el fuego de la cabeza de la campana y sobreviniendo la lluvia a torrentes, a
las ocho de la mañana el incendio había desaparecido. La torre quedó casi
desmantelada. Las dos campanas grandes y el cimbalillo del medio cuarto que
sirve para llamar a coro, fueron los únicos que permanecieron en sus nichos y éste
por tener una barra de hierro atravesada por los brazos que resistió al fuego
que le quemó la cabeza.
Creyendo el maestro mayor D.
Rafael Mateo que la aguja estaría indudablemente calcinada, opinó que no
bajaría la reparación de tres mil y pico de duros.
Muchos son los rayos que han
caído en la Catedral, y por haberla Dios librado de ser reducida a pavesas, el
Cabildo dio gracias con un solemne TE DEUM en el aniversario de tal suceso
hasta que el invento de Franklin fue instalado en sus torres para estar
aseguradas de las chispas eléctricas y de sus destructores efectos.
Cuenca, 19 de julio de 2018
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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