Todos los Santos.
La festividad
de hoy se dedica a lo que San Juan describe como “una gran muchedumbre que
nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas” (Ap. 7, 9); los
que gozan de Dios, canonizados o no, desconocidos de más de las veces por
nosotros, pero individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada
uno de sus hijos por su nombre y su afán de perfección.
Hay quien pone
reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones de mártires, supone un
origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La Iglesia puede permitirse
esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para llenar de gozo el universo
entero, y hay en abundancia.
¡Aquellos
veintiocho carros repletos de huesos de mártires que Bonifacio IV hace
trasladar al Panteón del paganismo para fundarlo de nuevo sobre cimientos de
santidad! Montones, carretadas de santos, sobreabundancia de cristianos que
quienes ni siquiera por aproximación conocemos el número, para los que faltan
días en el calendario.
El famoso Panteón,
conservado hasta nuestro tiempo para ilustrar monumento de la victoria que la
Iglesia había conseguido de la ciega gentilidad, dedicándole a la santísima
Virgen María y a todos los santos mártires, para que en adelante fuesen
honrados todos los verdaderos santos en el mismo templo donde habían recibido sacrílegas
adoraciones todos los dioses falsos; cuya famosa dedicación se solemnizó el día
12 de mayo del año 609; asegurando el cardenal Baronio haber leído en un
documento muy antiguo, que el referido papa Bonifacio había trasladado al Panteón
28 carros cargados de huesos de santos mártires, sacados de las catacumba de
los entornos de Roma. Sin embargo, no se debe decir que la fiesta o la dedicación
de aquel magnífico templo, llamado al principio de Nuestra Señora de los
Mártires, y hoy Santa María de Rotunda, fuese en rigor la fiesta de Rodos los
Santos. La época de esta festividad se debe colocar en el pontificado de
Gregorio III, que por los años 731 hizo erigir una capilla en la iglesia de San
Pedro en honra del Salvador, de la Santísima Virgen, de los Apóstoles, de los
confesores, y de todos los justos que reinan con Cristo en la celestial
Jerusalén: fiesta que al principio se celebró en Roma; pero muy en breve se
extendió a todo el mundo cristiano, fue
colocada entre las festividades de mayor solemnidad.
Habiendo
pasado a Francia, el Papa Gregorio IV el año 835, mandó que se celebrase
solemnemente la fiesta de Todos los Santos en la Iglesia universal, con cuya
ocasión expidió un edicto el emperador Ludovico Pio, y se fijó el primer día de
Nobiembre.
Por eso hoy se
aglomeran en la gran fiesta común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo,
Agustín, Jerónimo, Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio y los oscuros: el enfermo, el niño, la madre de familia, un oficinista,
un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en vida parecía tan gris,
tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y buna de todos los
tiempos y todos los lugares.
Cualquiera que
en cualquier momento y situación supo ser fiel sin que a su alrededor se
enterara casi nadie, cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en
una frase convencional. Era un santo. Y no sabíamos que se había dicho con
tanta propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se
parecían a Cristo.
Feliz día a todos,
Cuenca, 1 de
noviembre de 2019.
José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.