“Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino, en carne mortal a Zaragoza” Así canta la copla que hoy llena los aires de toda España y aún América.
La historia
del Pilar, cien veces repetida en tantas obras literarias desde finales del
siglo XIII, en que aparece por primera vez escrita, se evoca por sí sola. Fue
hacia el año 40 cuando, viviendo aún la celestial Señora y predicando el
Apóstol Santiago a las orillas del Ebro, se presentó en una noche cuajada de
estrellas la Virgen, rodeada de ángeles y le habló desde una columna, dándole
orden de que levantarse en aquel sitio una capilla.
De aquí nace
el primer carácter de la devoción a la Virgen del Pilar: su carácter tradicional, antiguo y vetusto.
Apenas
reconquistada Zaragoza por Alfonso el Batallador, a principio del siglo XII, su
obispo, Pedro Librana. Escribe a todos los fieles del mundo cristiano una carta
pidiendo limosna para restaurar el templo de la Virgen, "que como sabéis goza
de antigua nombradía por su santidad y
dignidad”. El Papa Gelasio II, el 10 de diciembre de 1118, recomendó a
todos los cristianos la súplica del obispo de Zaragoza. Todos los documentos
del siglo X al XIII insisten en la antigüedad y universal veneración del templo
de “Santa María la Mayor”, en
Zaragoza. El título de “Santa María del
Pilar” no aparece escrito hasta el año 1299.
El segundo
carácter es el sobrenatural y divino. El Pilar de Zaragoza es un puente tendido
entre el cielo y la tierra; es la escala misteriosa de Jacob, por donde suben
nuestros deseos, nuestras plegarias, la voz angustiosa de nuestra pobreza, de nuestras enfermedades y
por donde bajan al mismo tiempo los ángeles del Señor con la respuesta
consoladora del cielo, las gracias para el alma, los milagros y curaciones para
el cuerpo.
Uno de los
milagros más reconocidos universalmente es el de Calanda, en la persona de
Miguel Juan Pellicer. Tuvo la desgracia de perder la pierna derecha al pasarle
la rueda de un carro sobre ella. A finales de octubre de 1637 le tuvieron que
cortar la pierna, cuatro dedos por debajo de la rodilla y fue enterrada en el
cementerio del hospital. Después de pasar un tiempo en las puertas del Pilar
pidiendo limosna regresó en marzo de 1640 a su pueblo natal, Calanda.
Despertando una noche, con la pierna original en su cuerpo. El milagro corrió por toda
Espala y traspasó las fronteras. Declaró el médico que le amputó la pierna y el
ayudante, declararon los padre, declaró el mismo Miguel Juan Pellicer y hasta
25 testigos que lo habían visto sin pierna. El 27 de abril de 1641 se pronunció
sentencia sobre el milagro. El agradecido joven visitó a la Virgen del Pilar, fue a la
corte de Felipe IV quien apenas lo vio se arrodillo ante él y le besó la pierna
milagrosamente restituida.
El tercer
carácter de la devoción a la Virgen del Pilar es su españolismo. Nombrar el Pilar es nombrar a España y nombrar a sus
hijas, las Repúblicas de Hispanoamérica. Todos nuestros reyes desde Alfonso el
Batallador, han orado en el Pilar, todos nuestros grandes hombres, nuestros
conquistadores y guerreros, nuestros santos y misioneros. Dos de los cuatro
ángeles del plata que sostienen los cirios que arden ante la Virgen son regalo
de Felipe II. En el año 1681 se empieza la construcción de la actual basílica por
orden del Carlos II, aunque no había de terminarse hasta 1872; el año 1723 las
Cortes de Aragón obtienen el rezo y el Oficio; en el 1908 se le conceden los
honores de capitán general del ejército español y se le regala el fajín; en el
año 1908 bendice San Pío X las diecinueve banderas, regalo de otras tantas repúblicas
americanas, que hoy penden ante la sagrada imagen en grupos de cinco, presididas
desde 1909 por la bandera de España.
América no
puede menos de mirar con fe y amor a la Virgen del Pilar. Para los cristianos
no existe la casualidad, sino la Providencia de Dios, que todo lo rige
suavemente, pero con sabiduría. Colón y sus compañeros tomaron tierra americana
el 12 de octubre de 1492, cuando en la lejana España las campanas repicaban a
gloria anunciando la venida de la Virgen
al Pilar.
La imagen mide
treinta y ocho centímetros de altura; lleva en la cabeza una pequeña corona de
talla puesta sobre el manto que cae hacia atrás; ciñe en su cintura una correa;
con la mano derecha tiene el extremo del manto y con la izquierda al Niño, que
agarra un pájaro y el mato de la Madre. Por fondo, el cielo estrellado,
recuerdo de la noche serena en que se dignó bajar a nosotros.
En el año 1905
fue solemnemente coronada por el nuncio. Las dos coronas de la Madre y del Hijo
habían sido antes bendecidas por el Papa San Pío X. La corona de la Virgen
tiene 2.836 brillantes, 5625 rosas, 145 perlas, 64 esmeraldas, 62 rubíes y 46
zafiros. El resplandor
que hace de fondo a la corona, en sus rayos y en las fajas, que son de oro
lleva 46 brillantes, 2.311 rosas, 1.906 perlas hiladas, etc. todas fueron donadas
espontáneamente por el pueblo español, recogido en poquísimos días y elaborado primorosamente
en cuarenta y cuatro días por treinta y tres obreros.
En la corona
el Niño hay 547 brillantes, 200 rosas, 12 perlas, 16 esmeraldas y 16 rubíes. En suma, la Virgen del Pilar tiene todo lo mejor que se pudo encontrar en España.
Hay una cosa que allí no brilla, pero que lo sostiene y avalora todo. Sin ello,
nada valdrían tanta riqueza y tanto arte. Es el corazón de España, de sus
reyes, de sus Gobiernos, de todos los españoles. Allí está nuestra fe y nuestro
amor, allí nuestro ideal, allí nuestra esperanza. Un ángel, armado de escudo,
blande su espada, junto a la Virgen. Es el ángel de España que guarda la
Columna y con ella la fe y grandeza de España.
Cuenca, 12 de
octubre de 2019.
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