El mes de
octubre se va acabando y hoy día 30, celebramos la festividad de un jesuita
insignificante en medio de una larga lista de jesuitas ilustres. Esto nos hace
ver que todos estamos llamados a la santidad y todos tenemos esas posibilidades
según los talentos que Dios nos ha dado.
Alonso
Rodríguez nació en Segovia el 25 de julio de 1531 y fue,uno entre once
hermanos, el hijo de Diego Rodríguez y María Gómez de Alvarado. Su madre le
infundió desde pequeño una gran devoción a la Virgen. Absorto ante una imagen
de María, se le oyó exclamar un día: ”¡ Oh Señora, si supieseis cuánto os
quiero! En verdad que no podáis Vos amarme más a mí”. “Te engañas, hijo, oyó
que le contestaba Ella suavemente; mucho más te quiero a ti, que tú a mí”.
A los 10 años
tuvo su primer encuentro con los padres de la Compañía de Jesús al ser
hospedados los misioneros en una casa de campo de su familia y él fue el
encargado de atenderlos, fueron los misioneros los que le enseñaron el modo de
rezar el Rosario en esos días.
En el año 1544
pasó a la Universidad de Alcalá con su hermano Diego, pero al morir su padre
tuvo que volver a Segovia para hacerse cargo del negocio de paños y lanas.
Instado por su madre se casó en 1557 con María Suárez y Dios le bendijo con un
niño y un niña.
Las cosas se
torcieron de golpe, los negocios empezaron a ir mal y sus hijos murieron, al
año también murió su mujer. Él pensó que ese cambio hacia la desgracia, fue por
sus pecados. El horror por el pecado fue una especie de obsesión a lo largo de
toda su vida, pensando que prefería padecer todas las penas del infierno antes
de ofender a Dios.
No uniéndole nada
a este mundo pensó en entrar en la Compañía de Jesús. No tenía apenas estudios
y llegaba a los cuarenta años por lo que le negaron la entrada en la Compañía.
Después de dos
años más el padre Antonio Cordeses, provincial de la Orden, se apiadó de él admitiéndolo,
diciendo que no quería privar a la Orden de un Santo.
Alonso empezó
su noviciado en 1571 como hermano coadjutor, para servir a los oficios humildes
de la casa. A los seis meses lo enviaron a Mallorca, al colegio de Monte Sión.
Hizo sus primeros votos el 5 de abril de 1573 y los últimos en 1585. No tuvo
más que un cargo hasta que murió: el de portero del colegio. Una cosa es cierta,
que el alma da la fe y el amor es lo que da vida y mérito a las obras más
pequeñas. Sin ella el más grande y glorioso a los ojos de los hombres, no vale
nada delante de Dios.
San Alonso,
aun en las acciones más vulgares y pequeñas, estaba en Dios, amándole. Un día en la bendición de la
mesa se sintió transportado. Dios se lo comunicó y le reveló que todos aquellos
jesuitas, compañeros suyos en la mesa, lo serían también otro día en el convite
de la gloria.
-¿Cuánto cree mi hermano que podré distraerse de
todo el día?
-Me parece que todas mis distracciones juntas no excederán
de algún Credo.
Estaba siempre con el Rosario en la mano, la llave
del cielo. Jamás descuidó el colegio, pero le interesaba más el cielo. De tanto
pasar las cuantas del Rosario, que para él era las escaleras del cielo, tenía
hecho callos en los dedos.
El oficio de
portero lleva a veces también la obligación de acompañar a los que salían para
la realizar de una visita obligada. Ya anciano, recibía un día San Alonso, la
orden de acompañar al padre Barrasá hasta el castillo de Bellver. El camino era
una cuesta de tres kilómetros y el calor que hacía ese día era sofocante. El
padre iba delante rezando el Breviario; el hermano detrás con su Rosario. De
repente se le apareció la Virgen, acompañada de muchos coros de ángeles y
santos; muy sonriente lo animó y sacando un blanquísimo lienzo le secó el
copioso sudor que corría por su rostro. Así correspondía la Virgen a la
devoción de su siervo.
Visión de Alonso Rodríguez. Obra de Zurbarán. |
Con los
regalos del cielo alternaban las tentaciones y tormentos del demonio. Siete
años enteros padeció muy fuertes trabajos para defender la virtud angélica. El
demonio no ahorraba medio para combatirlo. Imaginaciones, fantasmas, golpes con
la amenaza de que no le dejaría dormir ni descansar nunca. “Hasta el día del
juicio, contestó Alonso, estoy dispuesto a sufrir por Jesucristo”.
Desde los
primeros meses de 1617 no pudo abandonar el lecho. Era su última purificación,
para pasar limpio el abrazo del cielo. El 30 de octubre abrió los ojos, miró al
Santo Crucifijo y se durmió con la palabra de Jesús en los labios.
Cuenca, 30 de
octubre de 2019.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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