Nace una nueva Navidad
Me gusta madrugar, comprar los
periódicos y el pan con los primero rayos de Sol. Hoy pequeños resplandores
rasgan las tinieblas de la noche que cesa. Comienza la alborada de la mañana,
poco a poco se va distinguiendo el matiz plomizo de las calles y se van ajustando
los colores que envuelven la ciudad. Hay días que subo con el coche al puerto
de la Tórdiga por el gusto de ver iniciar el ascenso del astro-rey, saludando
el día que comienza.
Carretería |
Hoy, 23 de diciembre, son las
8:32 horas y comienza a amanecer. Mi
mente corre veloz por los recuerdos del pasado de mi niñez cuando lejos de Cuenca
soñaba con la tierra amada, donde mis ojos vieron la luz del día por primera
vez. Todo lo que contemplo a mí alrededor de esta Cuenca, brota en mi imaginación
como fuente de manantial, recuerdos imborrables de sus calles, de sus plazas, de
sus paseos, de sus edificios, de las aguas murmuradoras de sus ríos y de las
solitarias mansiones del Casco Antiguo que duermen el sueño de la eternidad.
Voy andando hacia Carretería y dos airosas jóvenes taconean sobre la acera
vestida de fiesta, ansiosas de llegar pronto a sus casas después de una noche
fiestera. Veo gente por distintas calles con las manos metidas en los bolsillos
y embozados en sus bufandas, caminan ligeros en todas direcciones. Me paro en
el Kiosco para comprar el periódico y leo entre líneas la situación absurda de
una sociedad enfermiza y me pregunto: “Si la paz es fuente de trabajo; si el
trabajo dignifica y labra la prosperidad de los pueblos, ¿Cómo es posible que
los hombre se despedacen unos a otros, se destruyan, se aniquilen y se enriquezcan
a costa del pobre, del necesitado, del pueblo en general sin ningún escrúpulo?
Hace frío, la helada mañana llega
punzante, sintiendo sus agujas hirientes en mis huesos a través de mi gabán. Un
pobre hombre, de los que no tienen más hogar que la entrada a un banco, me
extiende la mano implorante en demanda de una limosna que doy animosamente; su
rostro esta surcado por más de mil arrugas y su olor es nauseabundo por falta
de cuidados higiénicos. Mientras tanto la luz del día lo irrumpe todo, la
ciudad ha despertado, sus gentes invaden
el espacio caminando con prisas. Volviendo para casa me encuentro a un amigo
que cogiéndome por las solapas del gabán me dice: ¿Sabes lo que ocurre? ¿Qué? –
le pregunto. Nada. Sólo es Navidad. ¡Feliz Navidad!
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
No hay comentarios:
Publicar un comentario