Una pieza de cerámica muy conquense
No hace mucho tiempo se le hacía
un homenaje a Adrián Navarro por parte del Aula Poética de Cuenca, que Raquel
Carrascosa dirige con tanto acierto. En su intervención, Adrián aludió a la
escuela San José como lugar donde aprendió a trabajar el barro, cuando entre
sus especialidades existía la de alfarero. Valga estas letras en homenaje a los
maestros del Taller Escuela Sindical “San José” y a cuantos hemos pasado por
sus aulas de alumnos y profesores.
Por el año de 1957, la
especialidad de alfarería estaba en alza y su maestro era Emilio del Castillo
Alcántara, maestro alfarero cien por cien y conocedor experimentado de todos
los secretos profesionales que encerraban este difícil oficio.
Su lugar de trabajo, cuando no
estaba en la Escuela, era una pequeña alfarería que enclavada en la parte
izquierda de la carretera de Madrid, en la ladera del río Júcar, pasaba las
horas realizando sus creaciones. La habitación donde tenía montado su estudio
estaba constituida por tres tornos centenarios donde elaboraba el Torito Ibérico con la paciencia que le
caracterizaba.
De una bola de arcilla y al
sonido monótono del girar del torno el barro iba adquiriendo forma. El barro,
colocada en la cabezuela, adquiría una nueva forma, al hacer girar con el pie
la volandera. Convenientemente terminada, serviría para dar a conocer y poder
ser admirados, los objetos cerámicos, producidos por la labor incansable del
alfarero.
Siempre me sorprendió el Torito Ibérico que mi tía Angustias
tenía sobre el mueble del salón. Hoy me pregunto ¿Cuál fue el origen del
célebre toro? Preguntando aquí y allí he llegado a saber que existen diversas
versiones acerca de su aparición en Cuenca. Pero verdaderamente se desconoce su
procedencia inicial, al igual que quien fue su primer fabricante. Por deducción
se piensa que sea debido a que España se le llama también Iberia, de ahí, tal
vez provenga su nombre. Tengo entendido que antiguamente se les conocía con el
nombre de “vaquilla” teniendo incluso
los cuernos retorcidos. Se utilizaban como regalos familiares, con ello se
quería significar la bravura y honestidad de quien lo poseía. Posteriormente
degeneró esta costumbre que había arraigado entre las familias del regalar “vaquillas” y aparecieron los primeros
Toritos Ibéricos en el mercado
Su aceptación fue magnífica
llegándose a exportar. Se podían encontrar en tiendas de Madrid, en Francia, en
Bélgica y Alemania. Cuenca por esos tiempos producía alrededor de diez mil Toritos
Ibéricos, de los cuales el 80 por ciento se exportaban.
Estas piezas eran vidriadas, se
usaba el negro debido a las exigencias de la mayoría de los sectores del
público. El verdadero color típico era y es el naranja. El Torito Ibérico
consta de diecisiete piezas: cuerpo, cabeza, morro, ojos, orejas, cuernos, papada, patas y
asa. En el torno se hace el cuerpo, la cabeza y la boca. Lo demás se hace a
mano. Su calidad artística reside en la
belleza austera y graciosa de líneas rectas y en la debida proporción guardada
entre esas piezas de diminuto tamaño. Después de compuesto y cocido salen a la
luz para la admiración de toda persona que le guste y disfrute de un trabajo
bien hecho.
Cuenca, 9 de agosto de 2018
José María Rodríguez González. Profesor
e investigador histórico
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