Terminando el
año y nos encontramos con un personaje muy importante en la vida del Salvador,
San Juan Evangelista. Fue uno de los doce elegidos, pescador como la mayoría de
ellos, el hermano de Santiago, a quien se parece en la impetuosidad
irrefrenable. Hijo de Zebedeo y de Salomé, había nacido en Galilea,
probablemente en Betsaida, aldea pequeña de pescadores y pescador de oficio.
San Juan Evangelista. Cuenca |
¡El discípulo
a quien el Señor amaba! Está cerca de Él en el Tabor, en la resurrección de la
hija de Jairo, en la agonía del Huerto; reclina su cabeza sobre el pecho del
Maestro en el último convite de despedida; le sigue en la noche de Pasión hasta
la casa del pontífice e intercede para que entre también Pedro. En el Calvario
está junto a la Cruz y recibe el supremo encargo, la encomienda más dulce, de
mayor confianza, la Madre de Jesús, que desde ese momento será “su Madre”.
y uno de los pocos que asisten a la
Transfiguración, como más tarde también uno de los que permanecen al lado de
Jesús en la noche de Getsemaní. En el resplandor de la gloria y en las
tinieblas de la agonía del huerto de los olivos allí esta Juan.
Meditando
sobre San Juan siempre me he preguntado ¿Por qué él y no Pedro, por ejemplo, a
quien entregará las llaves del Reino, u otro de los suyos? Me contaron en
cierta ocasión uno de los hermanos Maristas donde estudié el bachillerato, que
una tradición muy antigua afirmaba que ello se debía a su virginidad, San Juan
fue el discípulo que por serlo es el receptáculo preferido del amor de Dios, y
así la iconografía le representa jovencísimo e imberbe, aunque también, con
cierto aire de ternura débil y casi afeminado. En cambio en las citas
evangélicas lo presentan, en varias ocasiones enérgico e impaciente.
San Juan fue
quien escribió el cuarto evangelio y el libro del Apocalipsis a través de las
visiones que experimenta. Es San Juan el águila de la teología, es quien más
profundiza en la verdad porque amó más, como fue el más amado por Él. Dos
hombres se dice en los Evangelios que Jesús les amaba: de Lázaro, a quien
rescató de la muerte y de Juan, a quién dio larga vida y las luces más altas
para escribir sobre la salvación.
La mayor parte
de su apostolado la ejerció en Asia. Hizo una corta escapada a Roma para dar
testimonio de la fe con el martirio, sumergido en una caldera hirviendo de
aceite. Salió más sano y joven y fue desterrado a la isla de Patmos en tiempos
de Domiciano. Allí escribió su primera obra, el Apocalipsis, y vuelta a Éfeso,
bajo el reinado de Nerva, le pidieron los cristianos que escribiera sus
memorias sobre Jesús, y de su corazón virgen brotó el Evangelio, ¡la Flor de
las Escrituras”. Murió siendo emperador Trajano, en una ancianidad muy
gloriosa.
Cuenca, 27 de
diciembre de 2019.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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