Domingo de Ramos.
Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad
de los profetas y de los reyes, se preparaba para celebrar las solemnidades
pascuales. Faltaban seis días para la fiesta judía y ya la afluencia de
viajeros era tal, que la ciudad rebosaba de gente llegando a instalarse en los
campos, alcanzando hasta las aldeas más próximas. Todo era alegría, dulce
murmullo de voces y risas, unidas al suave movimiento de vaivén de las gentes
que transitaban de un lado para otro, ya para acampar en un sitio más cómodo o
para acudir al templo a purificarse como estaba ordenado y cumpliendo así con
uno de los fines de la celebración de la Pascua.
Jesús se hallaba en Betania,
huésped de la familia de Lázaro, con él también se encontraba María, su madre.
Cumplidor de la ley mosaica, se despidió de Lázaro y su familia y acompañado de
sus apóstoles salió de Betania tomando el camino de Jerusalén. Llegando a
Betfage dijo a dos de sus discípulos: “Id
a esa aldea que está enfrente; al entrar veréis una borrica y su pollino al
lado. Soltadlos y traédmelos; si alguien pregunta por qué lo hacéis, contestad
que el Señor los necesita y al punto os los dejarán llevar”.
Sucedió conforme el Maestro les
había prevenido. Los dos discípulos condujeron la borrica y el pollino, sobre
el cual extendieron sus ropas. Montó Jesús e iniciaron la marcha triunfal. A
medida que la comitiva avanzaba, se desbordaba el entusiasmo traducido en
clamores y vítores que despertaban la atención de cuantos acamaban en las
cercanías, los que preguntaban lo que ocurría se les informaba y presurosos acudían
a presentarse ante su profeta.
Las tradiciones judías anunciaban
que el Mesías, el día de su manifestación, no tendría otra cabalgadura que un
pollino. Convencidos de que el que en esa forma cabalgaba era el Mesías
prometido, el que iba a restaurar el reino de Israel, desde tanto tiempo
subyugado por el dominación romana, le saludaban con sus aclamaciones y
vítores: “Hosanna”, es decir: salud,
bendición, al Hijo de David. ¡Bendito el Rey de Israel que viene en nombre del
Señor!
Llegando a la ciudad, la hallaron
toda conmovida. Los fariseos, dispersos entre la muchedumbre, contrariados por
tales aclamaciones, le dijeron a Jesús que hiciera callar a la gente y Él
contestó: “En verdad os digo que si éstos
callan las mismas piedras darán voces y me rendirán pleitesía”.
Jesús se dirigió al templo y el
cortejo se dispersó, ya que las costumbre judías prohibían penetrar en el
santuario con los pies cubiertos del polvo del camino.
Tal fue el triunfo pasajero de
Cristo, seis días antes de la Pasión.
En este día, altamente cristiano,
acude a recibir el ramo bendecido, adorna luego con él tu balcón y en la Misa
osténtalo bien alto y agítalo en honor a Jesucristo, que tan poética y
bellamente inició el supremo dolor que nos llevo a la redención.
Cuenca, 12 de abril de 2019.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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