Sí, cristiano soy y de este nombre me glorío. Así contestó San Jorge al emperador Diocleciano.
Estamos acostumbrados a ver a San
Jorge en pinturas y en esculturas montado a caballo armado con una lanza en la
mano, en demanda de acometer a un dragón para defender a una doncella, que teme
ser despedazada por sus garras. Pero ésto es más un símbolo que historia, para
denotar que este ilustre Mártir defendió a su provincia, representada por la
doncella, del fiero dragón de la idolatría. Esta historia como tantas otras,
vino a degradarse y cambiarse con el tiempo, como tantas otras que se
convirtieron en supersticiones ridículas que son el origen de las fábulas que
nos venden los viajeros visionarios acerca de San Jorge.
¿Quieres saber su verdadera
historia? Pues aquí la tienes, tal como fue, sin fabulaciones.San Jorge, el origen del mito. |
San Jorge fue uno de los más
célebres mártires griegos a quien llamaron por excelencia el gran mártir. Nació en Capadocia de
familia ilustre y distinguida por su nobleza, pero más señalada por el celo con
que profesaba y defendía la verdadera religión.
Su valía y distinción le
obligaron a seguir la profesión de las armas; y como era joven de los más
dispuestos, más valientes y más cultivados de todo el ejército, le distinguió
en poco tiempo, el emperador Diocleciano, dándole a su cargo una compañía y le
hizo su maestre de campo. Descubriendo el Emperador cada día, el extraordinario
mérito del nuevo oficial, pensó en elevarlo a los primeros cargos colmándole de
favores. Esto ocurrió cuando se iban fraguando contra los cristianos las
persecuciones, por ir éstos en contra de los dioses del reino.
Jorge viendo lo que se estaba
fraguando en contra de los cristianos, con tan solo 20 años, se consideró como
víctima destinada al sacrificio. Como tenía el grado de oficial general, eso le
hacía miembro del consejo del Emperador y sabiendo que su estatus le obligaría
a declarar su fe uno de los primeros, al no disimular sus creencias.
Siendo coherente con sus ideas
preparó el camino deshaciéndose de sus bienes. Como había heredado una gran
fortuna al morir su madre, la repartió entre los pobres, vendió sus preciosos
muebles, sus ricos vestidos y distribuyó lo recaudado entre los fieles más
necesitados y corriéndose el rumor de la entrada en vigor del decreto de
persecución, dio libertad a sus
esclavos.
Una vez despojado de todo lo
mundano entró en la lid y se fue a la sala del Consejo. Cuando el Emperador
comunicó a los miembros del Consejo su edicto de exterminación de todos los
cristianos, Jorge se levantó de su asiento y con natural elocuencia dio un
sabio discurso contrario a lo que todos habían oído del Emperador,
reprehendiendo la resolución que se había tomado de perseguir a los cristianos
y de exterminarlos de todo el imperio.
Hizo demostración al consejo de
la injusticia y de la impiedad de aquella resolución; defendió con una discreta
apología a los cristianos y acabó exhortando al Emperador a que revocase el
edicto, que sólo oprimiría violentamente a los inocentes.
El Emperador, aún más aturdido
que los demás, mandó al cónsul Magnencio que respondiera a Jorge. Bien se conoce, le dijo el cónsul, por el desahogo con que has hablado en
presencia del Emperador, que eres uno de los principales Jefes de esta secta;
tu confesión confirmará tu insolencia, pero nuestro augusto Príncipe, defensor
de los dioses del imperio sabrá vengarlos de tu impiedad.
Emperador Diocleciano. |
A esas palabras contestó Jorge: Si la impiedad ha de castigarse, no sé yo
que haya otra más abominable que la de atribuir a las criaturas, aun a aquellas
que son inanimadas, los soberanos títulos y derechos propios y peculiares de la
divinidad. No puede haber más que un solo Dios verdadero y este es aquel a
quien yo sirvo y adoro. Sí, cristiano soy y de este nombre me glorío, no
aspirando a mayor dicha en esta vida, que a darla derramando toda mi sangre por
aquel Señor a quien la recibí. Enfurecido el Emperador al oír este
discurso, y temiendo que convenciera a los presentes mandó al punto que lo
encadenaran y lo encerrasen en un calabozo.
No contento con eso el Emperador
mandó que fuera atormentado atándolo a una rueda con agudas puntas de acero, la
cual a cada vuelta que daba le levantaba de la piel pedazos de carne. Sus
verdugos quedaron atónitos cuando suponiéndole muerto le hallaron enteramente
sano de todas las heridas al día siguiente del macabro suplicio. Sus verdugos
se convirtieron al ver el milagro, eso enfureció más a Diocreciano, que mandó
que fuera torturado con nuevas artes, pero todo eso sirvió para confundir más a
los paganos y glorificar en mayor medida el poder del Dios de San Jorge. Ello
hizo que incluso algunos pretores como Prótolo y Anatólio se convirtieran y
tanto temió el Emperador que llegara una conversión general de toda la ciudad y
más cuando la emperatriz Alejandra se convirtió también.
Todo ésto le hizo a Diocreciano seguir
otra conducta contra él y mandó que le condujeran a su presencia, diciéndole con
conmovida delicadeza: Jorge, no sin
grande dolor mío, me he visto presionado a mandar ejecutar contigo el rigor de
los edictos públicos contra los enemigos de mi imperial religión. No puedes
ignorar la gran estimación que siempre he hecho de tus méritos; y el puesto que
ocupas en mis ejércitos, es buena prueba de mi bondad. El único obstáculo que
puede oponerse a tu fortuna, será tu obstinación, eres joven, logras toda la
gracia del Emperador, el favor añadido al mérito te prometen los primeros cargos del imperio. ¿En
qué te detienes para volver a tu obligación y para aplacar con tus sacrificios
la cólera de los dioses?
Tras esas palabras Jorge le pidió
al Emperador que lo condujera al templo para ver aquellos dioses a quienes su
Majestad Imperial quería que ofreciera sacrificio. Éste accedió a su petición y
gran parte de la gente del pueblo les siguió. Apenas descubrió la estatua de
Apolo, San Jorge dirigiéndose a la misma estatua de habló: ¿Dime, eres Dios? No soy Dios, respondió con voz terrible y
espantosa la escultura de Apolo,
contestando Jorge: Pues venid acá espíritus malignos, ángeles rebeldes,
condenados por el verdadero Dios al fuego eterno; ¿Cómo tenéis atrevimiento
para estar en mi presencia, que soy siervo de Jesucristo? Al decir estas
palabras, acompañadas con la señal de la cruz, se oyeron en el templo gritos horribles,
aullidos espantosos y se vieron caer derribadas por mano invisible todas las
estatuas, haciéndose pedazos contra el suelo.
Visto el sacrilegio acaecido para
los sacerdotes de los ídolos y presionado el Emperador, mandó que al instante
le cortaran la cabeza, siendo su ejecución un 23 de abril del año 290 de
nuestra era.
Algunas órdenes militares tomaron
el nombre de San Jorge, como la que fundó el emperador Federico IV, primer
archiduque de Austria, en el año 1470; y otra en la república de Génova,
diferente de otra, que con el nombre de los Caballeros de San Jorge de Alfama,
se fundó por los años de 1200 en el reino de Aragón.
Ésta es la verdadera historia de
San Jorge así se escribió en el libro "AÑO
CRISTIANO", por el padre Juan Croisset, en francés y traducido por el padre
José Francisco de Isla, en el año de 1851 al español. Así os la cuento, para
mayor gloria de Dios, quien dio las fuerzas a San Jorge para atestiguar su fe.
Cuenca, 23 de abril de 2019.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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