San Clemente I
fue el cuarto sucesor de San Pedro en el Pontificado romano: Pedro, Lino,
Anacleto y Clemente. Esta es la opinión de Eusebio en el siglo IV, quien asigna
para su gobierno los años 92 al 101.
La tradición
cierta que refleja el Libro Pontifical le hace natural de Roma y fija su cuna
en el Monte Celio. También nos dice que murió mártir en el tercer año de
Trajano.
Parece cierto
que conoció a los Apóstoles, como asegura San Ireneo y que dio su sangre por la
verdad cristiana. Desde el siglo IV la Iglesia de Roma da por indiscutible su
martirio.
Tertuliano nos
dice que San Clemente fue consagrado por San Pedro, y Eusebio añade que, por
amor a la paz, cedió la cátedra a San Lino. Estos datos hace sumamente amable
la figura de San Clemente, se le puede llamar el Papa de la unión y caridad
cristiana.
Se conserva de
San Clemente un escrito auténtico, que es una carta a los fieles de Corinto.
Escribe en nombre de toda la Iglesia de Roma, y en su modestia y humildad
oculta el propio suyo. Pero es evidente, aunque no se nombre, que él es quien
escribe y así lo ha creído toda la antigüedad. Dionisio, obispo de Corinto por
el año 170, dice que su Iglesia veneraba al escrito de San Clemente casi al par
de las Escrituras Sagradas y lo leía en las reuniones litúrgicas.
Ya desde el
tiempo de San Pedro los cristianos de Corinto se habían distinguido por su
espíritu inquieto y rebelde. Consciente de su deber supremo de Pastor universal
de la Iglesia, redactó una carta, que dirige la Comunidad de Roma a la de
Corinto. Es bastante larga y en dos partes bien definidas exhorta primero a las
virtudes y unen a los cristianos entre sí, como son sobre todo la humildad, la
caridad y la subordinación a la legítima autoridad y luego señala los medios
prácticos que conducen al logro de la paz.
La carta se
debió escribir entre el año 95 y 98 y es un espejo del alma tranquila,
equilibrada, dulce y enérgica de su amor. Bajo el punto de vista teológico
tiene una importancia excepcional, porque es como “la primera epifanía del
Primado Romano”.
Hoy no podemos
determinar con certeza el género de martirio que sufrió San Clemente. Los
detalles que nos da el Breviario se inspiran en la Pasión, probablemente de un
segundo Clemente martirizado en el Quersoneso. Aunque la historia no haya
recogido sus últimos momentos, Dios guarda su sacrificio final, la prueba
suprema de su amor.
Su atributo es
un ancla, símbolo de la firmeza de la fe. Se cuenta que fue arrojado al mar
Negro con un ancla atada al cuello, y que los ángeles construyeron en el fondo
del mar un magnífico sepulcro de mármol. Todos los años, en el aniversario de
su martirio las aguas se retiraban hasta esta capilla submarina.
Cuenca, 23 de
noviembre de 2019.
José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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