Cuentos populares del mundo (España).
En una granja Española había una hermosa gallina
que tenía varios polluelos. Era una gallina muy bondadosa y estaba muy
orgullosa de todos sus hijos. Es decir, del más pequeño de todos no podía
sentirse nada orgullosa, porque era un pollito muy raro; tan raro, que parecía como
si le hubieran cortado su cuerpo justamente por la mitad: sólo tenía una pata, un
ala, un ojo y media cabeza. Y, como sólo estaba completo de un lado, todos le
llamaban Medio Pollito.
Más, precisamente porque era tan feo y tan raro, su
mama le quería mucho más y le cuidaba mejor que a los otros pollitos.
-Mi querido hijito –le decía su mamá
cariñosamente-: sé que nunca llegarás a ser el más fuerte del gallinero ni
podrás convertirte un día en un hermoso gallo. Más, precisamente por eso,
quiero que sepas que siempre te querré mucho.
También sus hermanitos le querían mucho y tenían
buen cuidado de no derribarle cuando Medio Pollito saltaba junto a ellos con su
única patita; y cuando la granjera les echaba la comida en el suelo, todos
dejaban que Medio Pollito diera los primeros picotazos.
Rodeado de tantas atenciones y de tanto cariño,
Medio Pollito pudo haber sido muy feliz y hacer dichosos a cuantos le rodeaban
con su docilidad y afecto.
Pero Medio Pollito nunca estaba contento y, lo que
era aún peor, se había convertido en un ser egoísta y desagradecido. Era como
si su carácter, al igual que su cuerpo, sólo se hubiera desarrollado en su
mitad menos noble, pues para él no parecían tener ningún significado ni la
obediencia, ni la bondad ni la amabilidad con los demás.
Cuando su madre le llamaba fingía no haberla oído
con su única oreja y si salían a dar un
paseo por el campo. Medio Pollito se escapaba de sus hermanos y se escondía
entre las espigas de trigo, aun sabiendo que su madre se preocuparía y
entristecería.
-¡Oh, Medio Pollito! –Suspiraba su madre-. ¿Por qué
te empeñas en crearnos a todos tantos problemas?
Pero Medio Pollito nunca hacía caso y continuaba
con sus travesuras y desobediencias.
Tenía un espíritu aventurero y audaz y, como se
aburría en aquella pacífica granja, le gustaba alejarse de ella dando saltitos
sobre su única patita.
Un día, Medio Pollito dijo a su madre: -Mamá: todo
esto es muy aburrido; vosotros podéis quedaros aquí y haceros viejos sin haber
visto un poco del mundo; pero yo me voy a Madrid a ver al Rey de España.
-¿Qué dices, Medio Pollito? –Le respondió su
madre-. ¿Cómo podrás hacer tan largo viaje tú, tan pequeñito y con sólo una
pata? Ni un gallo robusto se atrevería a hacer ese viaje, ¿y crees que tú
podrás llegar a Madrid, tontuelo? Vamos, Medio Pollito: olvídate de tus locuras
y confórmate con esta vida. Verás: mañana podemos dar un corto paseo; ¿qué te
parece si vamos a visitar a la vaca que pace en el valle cercano?
-¿Visitar a la vaca? –se enfadó Medio Pollito-.
¡No, no y no: te digo que yo quiero ir a visitar al Rey! Y muy pronto me
concederán un patio del palacio para mí solito y, entonces, es posible que
envíe un mensaje a la granja para que sepáis a qué horas podéis visitarme.
Viendo que de nada servía sus razones, la mamá dio
a Medio Pollito sus últimos antes de que emprendiera el viaje.
-Ten cuidado, pues mi querido y tonto Medio Pollito
–le advirtió prudentemente-; y recuerda que nadie te ayudará si no eres amable
y servicial con la gente.
Pero Medio Pollito no quiso escuchar a su madre y,
agitando su única ala y saltando sobre su única pata, emprendió el largo y duro
camino que conducía a Madrid.
Después de varias horas de andar sobre la pedregosa
carretera, sintió dolor en su patita y buscó un campo de mullida hierba, en la
que se encontraba muy aliviado.
Un riachuelo atravesaba aquel campo, pero en lugar
de correr por su cauce, sus aguas estaban retenidas por un gran montón de
raíces y plantas acuáticas.
-¡Ayúdame, por favor” gritó el riachuelo a Medio
Pollito, que estaba brincando por una de las orillas-. ¡Si me quitaras, al
menos, unas pocas raíces y plantas…!
Pero Medio Pollito no quiso hacerle caso.
-¡Tonterías! –exclamó Medio Pollito. Yo soy un
viajero muy importante y no puedo perder tiempo en esas bobadas. ¡Voy a Madrid
a ver al Rey!
Y se alejó de allí saltando. No había andado mucho
camino cuando vio las últimas brasas de un fuego que se iba extinguiendo; eran
los restos de una hoguera que encendieron unos gitanos y que habían marchado
del lugar hacia unas horas.
El fuego chisporroteó esperanzado cuando vio a
Medio Pollito y le pidió: -Oye, Medio Pollito: llegas a tiempo de salvarme.
¡Arroja sobre mí algunas ramitas secas antes de que mi fuego se apague! Peor
Medio Pollito siguió saltando tontamente sobre su única matita diciendo: -¿Por
qué se empeñan todos en tomarme por su criado? ¡Yo soy un viajero muy
importante y voy a Madrid a ver al Rey! ¡Así que, soluciona tú mismo tus
problemas que yo no puedo perder mi tiempo en atenderte! Y Se alejó presuroso
camino de Madrid.
Siguió caminando todo el día y toda la noche y,
cuando el sol se levantaba sobre las sombras para alumbrar un nuevo día, Medio
Pollito divisó a lo lejos la gran ciudad
a la que se dirigía e, impaciente por llegar, saltaba cada vez más presuroso.
En los alrededores de Madrid, pasó junto a un gran
nogal, entre cuyas ramas se había enredado el Viento del Norte.
-¡Ayúdame, Medio Pollito! –Susurraba el Viento-
¡Sácame de entre estas ramas que me ahogan y me tiene aprisionado!. Pero, como
las veces anteriores, Medio Pollito no quiso escucharle porque se había vuelto tan
egoísta que únicamente podía ya atender a sus propios deseos. Así, pues,
contestó con vos desagradable: -Si estás en ese apuro, es porque tú mismo te lo
has buscado. De modo que ya puedes librarte tú solo. Yo tengo cosas muy
importantes que hacer. ¿Qué lo pases bien, Viento del Norte! ¡Adiós, adiós: me
voy porque yo veré muy pronto al Rey! Y, abandonando a su suerte al Viento del
Norte, Medio Pollito siguió saltando, llegando a la ciudad y atravesando sus
calles hasta que estuvo frente al Palacio Real.
Subió brincando los doce escalones que conducían a
la entrada principal del palacio del Rey, picoteando con toda su fuerza ante la
enorme puerta de roble.
Un momento después, un lacayo saló a recibir al extraño visitante.
-Buenos días –dijo Medio Pollito-. Llévame ante Su
Majestad, pues quiero visitarle. ¿Ante Su Majestad? –Replicó irónicamente el
lacayo-. Yo pienso que será más oportuno llevar a la cocina.
Y. cogiendo a Medio Pollito con gran desdén, lo llevó
a una gran cocina y lo entregó a un cocinero, que lo metió sin contemplaciones
en un puchero llevo de agua fría que coloco inmediatamente sobre el fuego.
Medio Pollito sentía cómo el agua iba humedeciendo
sus plumas y llegaba a su cuerpo haciéndole estremecer de frío.
-¡Oh agua! –Exclamó Medio Pollito- ¡No me mojes,
por favor, que tengo frío! Pero el agua contestó: -No te escucharé, Medio
Pollito. Recuerdas que, cuando yo era un pobre riachuelo en apuros y pedí tu
ayuda, tú tampoco quisiste hacer caso de mis ruegos.
Pero Medio Pollito no tembló por mucho tiempo, pues
el agua fue calentándose poco a poco por la acción del fuego, bullendo a la su
alrededor hasta que Medio Pollito sintió que se estaba abrasando.
-¡Oh, fuego! –Rogó Medio Pollito-. ¡No calientes
tanto, que me quemas! Pero el fuego le respondió: -No me pidas que te ayude,
Medio Pollito: recuerdas cuando yo me estaba muriendo en el bosque y no
quisiste ayudarme.
Un momento después el Cocinero Mayor levantó la
tapa del puchero y, viendo dentro aquella ave insignificante, gritó enfurecido:
-¿Quién se atrevería a presentar esta birria en la mesa del Rey?
Y, cogiendo a Medio Pollito, lo arrojó por la
ventana de la cocina.
Medio pollito fue a caer a un pario del Palacio
Real; pero bien pronto el viento lo arrastró volando de un modo tan violento
que el infeliz apenas si podía respirar.
-¡0h, viento! –Suplicó Medio Pollito-. ¡No soples
tan fuerte, que me matarás! Pero el Viento le replicó: -Cuando estaba prisionero
entre las ramas de aquel nogal, tú no quisiste ayudarme: ¿y quieres que yo te
escuche ahora? Y l revolcó por el suelo, elevándolo después por el aire hasta
que lo puso como veleta en la elevada torre de una iglesia, haciéndole dar
vueltas y más vueltas.
Y allí continúa aún Medio Pollito en castigo a su
egoísmo, apoyándose sobre su única patita y pensando con tristeza que había
vivido mucho más feliz olvidándose un poco de sí mismo y procurando la
felicidad de aquellos con quienes vivió.
Cuenca, 31 de mayo de 2020.
José María Rodríguez González. Profesor e
investigador histórico.
FUENTES CONSULTADAS:
-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.