domingo, 31 de mayo de 2020

Medio Pollito.

Cuentos populares del mundo (España).


En una granja Española había una hermosa gallina que tenía varios polluelos. Era una gallina muy bondadosa y estaba muy orgullosa de todos sus hijos. Es decir, del más pequeño de todos no podía sentirse nada orgullosa, porque era un pollito muy raro; tan raro, que parecía como si le hubieran cortado su cuerpo justamente por la mitad: sólo tenía una pata, un ala, un ojo y media cabeza. Y, como sólo estaba completo de un lado, todos le llamaban Medio Pollito.

Más, precisamente porque era tan feo y tan raro, su mama le quería mucho más y le cuidaba mejor que a los otros pollitos.

-Mi querido hijito –le decía su mamá cariñosamente-: sé que nunca llegarás a ser el más fuerte del gallinero ni podrás convertirte un día en un hermoso gallo. Más, precisamente por eso, quiero que sepas que siempre te querré mucho.

También sus hermanitos le querían mucho y tenían buen cuidado de no derribarle cuando Medio Pollito saltaba junto a ellos con su única patita; y cuando la granjera les echaba la comida en el suelo, todos dejaban que Medio Pollito diera los primeros picotazos.

Rodeado de tantas atenciones y de tanto cariño, Medio Pollito pudo haber sido muy feliz y hacer dichosos a cuantos le rodeaban con su docilidad y afecto.

Pero Medio Pollito nunca estaba contento y, lo que era aún peor, se había convertido en un ser egoísta y desagradecido. Era como si su carácter, al igual que su cuerpo, sólo se hubiera desarrollado en su mitad menos noble, pues para él no parecían tener ningún significado ni la obediencia, ni la bondad ni la amabilidad con los demás.

Cuando su madre le llamaba fingía no haberla oído con su única oreja y si salían  a dar un paseo por el campo. Medio Pollito se escapaba de sus hermanos y se escondía entre las espigas de trigo, aun sabiendo que su madre se preocuparía y entristecería.

-¡Oh, Medio Pollito! –Suspiraba su madre-. ¿Por qué te empeñas en crearnos a todos tantos problemas?

Pero Medio Pollito nunca hacía caso y continuaba con sus travesuras y desobediencias.

Tenía un espíritu aventurero y audaz y, como se aburría en aquella pacífica granja, le gustaba alejarse de ella dando saltitos sobre su única patita.

Un día, Medio Pollito dijo a su madre: -Mamá: todo esto es muy aburrido; vosotros podéis quedaros aquí y haceros viejos sin haber visto un poco del mundo; pero yo me voy a Madrid a ver al Rey de España.

-¿Qué dices, Medio Pollito? –Le respondió su madre-. ¿Cómo podrás hacer tan largo viaje tú, tan pequeñito y con sólo una pata? Ni un gallo robusto se atrevería a hacer ese viaje, ¿y crees que tú podrás llegar a Madrid, tontuelo? Vamos, Medio Pollito: olvídate de tus locuras y confórmate con esta vida. Verás: mañana podemos dar un corto paseo; ¿qué te parece si vamos a visitar a la vaca que pace en el valle cercano?

-¿Visitar a la vaca? –se enfadó Medio Pollito-. ¡No, no y no: te digo que yo quiero ir a visitar al Rey! Y muy pronto me concederán un patio del palacio para mí solito y, entonces, es posible que envíe un mensaje a la granja para que sepáis a qué horas podéis visitarme.

Viendo que de nada servía sus razones, la mamá dio a Medio Pollito sus últimos antes de que emprendiera el viaje.

-Ten cuidado, pues mi querido y tonto Medio Pollito –le advirtió prudentemente-; y recuerda que nadie te ayudará si no eres amable y servicial con la gente.

Pero Medio Pollito no quiso escuchar a su madre y, agitando su única ala y saltando sobre su única pata, emprendió el largo y duro camino que conducía a Madrid.

Después de varias horas de andar sobre la pedregosa carretera, sintió dolor en su patita y buscó un campo de mullida hierba, en la que se encontraba muy aliviado.

Un riachuelo atravesaba aquel campo, pero en lugar de correr por su cauce, sus aguas estaban retenidas por un gran montón de raíces y plantas acuáticas.

-¡Ayúdame, por favor” gritó el riachuelo a Medio Pollito, que estaba brincando por una de las orillas-. ¡Si me quitaras, al menos, unas pocas raíces y plantas…!

Pero Medio Pollito no quiso hacerle caso.

-¡Tonterías! –exclamó Medio Pollito. Yo soy un viajero muy importante y no puedo perder tiempo en esas bobadas. ¡Voy a Madrid a ver al Rey!

Y se alejó de allí saltando. No había andado mucho camino cuando vio las últimas brasas de un fuego que se iba extinguiendo; eran los restos de una hoguera que encendieron unos gitanos y que habían marchado del lugar hacia unas horas.

El fuego chisporroteó esperanzado cuando vio a Medio Pollito y le pidió: -Oye, Medio Pollito: llegas a tiempo de salvarme. ¡Arroja sobre mí algunas ramitas secas antes de que mi fuego se apague! Peor Medio Pollito siguió saltando tontamente sobre su única matita diciendo: -¿Por qué se empeñan todos en tomarme por su criado? ¡Yo soy un viajero muy importante y voy a Madrid a ver al Rey! ¡Así que, soluciona tú mismo tus problemas que yo no puedo perder mi tiempo en atenderte! Y Se alejó presuroso camino de Madrid.

Siguió caminando todo el día y toda la noche y, cuando el sol se levantaba sobre las sombras para alumbrar un nuevo día, Medio Pollito  divisó a lo lejos la gran ciudad a la que se dirigía e, impaciente por llegar, saltaba cada vez más presuroso.

En los alrededores de Madrid, pasó junto a un gran nogal, entre cuyas ramas se había enredado el Viento del Norte.

-¡Ayúdame, Medio Pollito! –Susurraba el Viento- ¡Sácame de entre estas ramas que me ahogan y me tiene aprisionado!. Pero, como las veces anteriores, Medio Pollito no  quiso escucharle porque se había vuelto tan egoísta que únicamente podía ya atender a sus propios deseos. Así, pues, contestó con vos desagradable: -Si estás en ese apuro, es porque tú mismo te lo has buscado. De modo que ya puedes librarte tú solo. Yo tengo cosas muy importantes que hacer. ¿Qué lo pases bien, Viento del Norte! ¡Adiós, adiós: me voy porque yo veré muy pronto al Rey! Y, abandonando a su suerte al Viento del Norte, Medio Pollito siguió saltando, llegando a la ciudad y atravesando sus calles hasta que estuvo frente al Palacio Real.

Subió brincando los doce escalones que conducían a la entrada principal del palacio del Rey, picoteando con toda su fuerza ante la enorme puerta de roble.

Un momento después, un  lacayo saló a recibir al extraño visitante.

-Buenos días –dijo Medio Pollito-. Llévame ante Su Majestad, pues quiero visitarle. ¿Ante Su Majestad? –Replicó irónicamente el lacayo-. Yo pienso que será más oportuno llevar a la cocina.
    Y. cogiendo a Medio Pollito con gran desdén, lo llevó a una gran cocina y lo entregó a un cocinero, que lo metió sin contemplaciones en un puchero llevo de agua fría que coloco inmediatamente sobre el fuego.

Medio Pollito sentía cómo el agua iba humedeciendo sus plumas y llegaba a su cuerpo haciéndole estremecer de frío.

-¡Oh agua! –Exclamó Medio Pollito- ¡No me mojes, por favor, que tengo frío! Pero el agua contestó: -No te escucharé, Medio Pollito. Recuerdas que, cuando yo era un pobre riachuelo en apuros y pedí tu ayuda, tú tampoco quisiste hacer caso de mis ruegos.

Pero Medio Pollito no tembló por mucho tiempo, pues el agua fue calentándose poco a poco por la acción del fuego, bullendo a la su alrededor hasta que Medio Pollito sintió que se estaba  abrasando.

-¡Oh, fuego! –Rogó Medio Pollito-. ¡No calientes tanto, que me quemas! Pero el fuego le respondió: -No me pidas que te ayude, Medio Pollito: recuerdas cuando yo me estaba muriendo en el bosque y no quisiste ayudarme.

Un momento después el Cocinero Mayor levantó la tapa del puchero y, viendo dentro aquella ave insignificante, gritó enfurecido: -¿Quién se atrevería a presentar esta birria en la mesa del Rey?

Y, cogiendo a Medio Pollito, lo arrojó por la ventana de la cocina.

Medio pollito fue a caer a un pario del Palacio Real; pero bien pronto el viento lo arrastró volando de un modo tan violento que el infeliz apenas si podía respirar.

-¡0h, viento! –Suplicó Medio Pollito-. ¡No soples tan fuerte, que me matarás! Pero el Viento le replicó: -Cuando estaba prisionero entre las ramas de aquel nogal, tú no quisiste ayudarme: ¿y quieres que yo te escuche ahora? Y l revolcó por el suelo, elevándolo después por el aire hasta que lo puso como veleta en la elevada torre de una iglesia, haciéndole dar vueltas y más vueltas.

Y allí continúa aún Medio Pollito en castigo a su egoísmo, apoyándose sobre su única patita y pensando con tristeza que había vivido mucho más feliz olvidándose un poco de sí mismo y procurando la felicidad de aquellos con quienes vivió.


Cuenca, 31 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.




sábado, 30 de mayo de 2020

Copo de nieve.

Cuentos populares del mundo (Checoslovaquia).

Hace muchísimos años, en muchísimos años, en un pueblecito de Checoslovaquia vivían Iván y María, un matrimonio que, si hubieran tenido un hijo, se habría sentido completamente felices.

Pero los mejores médicos les habían dicho que jamás podrían tenerlos. ¡Qué tristeza! El pobre Iván veía cómo María estaba siempre suspirando y permanecía horas y horas ante la ventana viendo cómo jugaban en la calle los niños del lugar.

En vano se esforzaba el buen Iván en mostrarse obsequioso y amable con su esposa; María continuaba seria e inconsolable.

Únicamente sonreía cuando venía a visitarla Anita, una preciosa niña de ojos negros u largas trenzas que vivía cerca de ellos. Entonces, María jugaba ilusionada con la niña y la colmaba de dulces y de regalos.

¡Oh, cuánto había deseado María tener una niña como Anita! Pero cuando Iván le había sugerido el adoptar a alguna huerfanita, María no quiso admitir tal idea.

Y llegaron las primeras nieves del invierno. En la calle, los niños jugaban con la nieve y Anita había comenzado a construir ella sola una gran muleca de nueve.

Viendo que María no apartaba sus ojos de Anita, Iván digo a su esposa: -¿Quieres que bajemos a ayudarla?

María aceptó ilusionada y, momentos después, los dos esposos trabajaban con  Anita moldeando la blanca muñeca de nieve.

¡Con cuánto cariño trabajó María! Formó amorosamente aquel cuerpo de nieve, con sus piernas, sus brazos y su cabeza.

Más, cuando pasó sus dedos por la cara sintió en su mano un cálido aliento. Miró sorprendida a la muñeca de nieve y ésta le sonrió.

-¡Iván, Iván! –Exclamó María-. ¡El cielo nos ha enviado una niña! ‘Mira, mira cómo se mueve! ¡La llamaremos Copo de Nieve!

¡Y era verdad: Copo de Nieve se movía hablaba y reía como cualquier otra niña!

¡Qué júbilo, qué gozo! María e Iván abrazaron ilusionados a Copo de Nieve y la llevaron a casa. Y desde  aquel día, los dos esposos vivieron felices, pero su hogar resultaba mucho más alegre en compañía de Copo de Nieve, con sus cantos y caricias travesuras, siempre tan graciosa y tan cariñosa.

Todos los niños del pueblo querían jugar con ella y , mientras duró el invierno, Copo de Nieve fue la alegría de su hogar y de todos sus amiguitos.

Pero cuando llegó la primavera y el sol empezó a brillar con fuerza, haciendo brotar las flores en los campos, Iván y María observaron un gran cambio en la niña: Copo de Nieve ya no deseaba jugar con los otros niños ni ir con ellos al campo a recoger amapolas y flores silvestres. Permanecía todo el día encerrada en casa, asomándose a la ventana y contemplando con tristeza cómo jugaban sus amiguitos.

Únicamente salía a pasear al anochecer o cuando el frío del amanecer no había sido mitigado por los primeros rayos de sol. Entonces Copo de Nieve vagaba sola por el húmedo y frío bosque.

Sólo un día la vieron sonreír y palmotear de alegría; fue una tarde en que una tormenta enfrió el ambiente primaveral y una fuerte lluvia repiqueteaba en los cristales de la ventana. Pero cuando renació la calma y el sol volvió a brillar, Copo de Nieve volvió a quedar silenciosa, contemplando con infinita tristeza cómo, con el calor, se evaporaba el agua de la hierba y de la tierra.

Y Llegó la noche de San Juan. Los niños del pueblo acostumbraban a celebrar la llegada del verano con grandes hogueras, bailando y saltando alrededor del fuego en un gran claro del bosque.

La noche era casi fría y como otras veces, un grupo de niños y niñas vinieron a buscar a Copo de Nieve para la fiesta y la niña aceptó muy contenta. Copo de Nieve se adornó la cabeza con una guirnalda de flores y después de despedirse cariñosamente de Iván y María, se alejó con sus amiguitos cantando y riendo alegremente.

Súbitamente, oyeron un grito largo y doloroso; quedaron todos en silencio y vieron cómo un halo tenue se elevaba sobre las llamas y desaparecía después lentamente. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que Copo de Nieve ya no estaba entre ellos.

Iván y María la buscaron por todas partes, hasta que  se convencieron de que Copo de Nieve no volvería jamás.

Los dos esposos no podían olvidar lo felices que habían sido aquel invierno con la deliciosa Copo de Nieve y adoptaron una huerfanita, que pronto volvió a llenar su hogar de cariño.

Cuenca, 30 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.






martes, 26 de mayo de 2020

Sonidos naturales en Cuenca.

Los sonidos de la naturaleza que no estamos acostumbrados a oír por el ruido que nos emvienve en nuestro día a día.
Cuenca, 26 de mayo de 2020.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


sábado, 23 de mayo de 2020

El niño Robado

Cuento popular de Escocia.

Según afirmaban los habitantes de Escocia, su patria era el país ideal para que los genios, las hadas y los duendes viviesen ocultos a los ojos de los mortales; sus numerosas colinas ondulantes, sus valles en que crecían unos helechos más altos que los hombres y la densa niebla que cubría toda la tierra, hacía que fuesen muy poco los seres humanos que hubieran visto alguna de aquellas fantásticas criaturas.

Pues bien; nuestra historia transcurre en aquel ambiente mágico, en un lugar muy frecuentado por duendes, hadas y genios.

En un pueblecito de las montañas de Escocia vivía con su tierno hijito de pocos meses una joven viuda llamada Estela. La joven madre carecía de bienes y era muy pobre, teniendo que afanarse todo el día para procurarse alimentos.

Y sucedió que un día fue al bosque en busca de leña para venderla después a sus vecinos. Estela abrigó muy bien a su hijito y lo acostó en una camita que hizo de helechos al pie de un nogal que había a la entrada del bosque, adentrándose para recoger ramas secas.

Poco después, acertaron a pasar por allí dos hadas que descubrieron al niño, quedando subyugadas por su delicada belleza.

-¡Mira, hermana!-dijo una de ellas-. Parece que los mortales han dejado abandonado a este niño tan encantador.

-Entonces nos pertenece –añadió la otra hada-: llevémoslo a nuestra morada. Y tomándolo en brazos, se alejaron con sus pasos silenciosos de aquel lugar.

Cuando volvió Estela y no encontró a su hijo donde le había dejado, creyó morir de dolor y lo buscó hora tras hora por todos los rincones hasta que se hizo de noche.

Luego, volvió llorando al pueblo y contó a los vecinos cómo había perdido a su niño.

Estela era muy apreciada en el lugar y muchos hombres y mujeres se unieron a ella para seguir buscando. Provistos de antorchas, recorrieron el bosque hasta los rincones más apartados, sin encontrar al niño. Volvieron al día siguiente, pero su búsqueda resultó también infructuosa, por lo cual perdieron toda esperanza de hallarlo.

Sólo Estela estaba decidida a continuar buscando a su hijo hasta el fin del mundo.

Después de dar las gracias a sus vecinos, Estela salió del pueblo y buscó y preguntó en todos los lugares cercanos; pero nadie había visto ni oído nada.

Varios días después, llegó a un campamento de gitanos y les preguntó por su niño llena de esperanza.

-No, no hemos visto a  tu hijo –dijo el jefe de la caravana-. Pero tal vez pueda darte alguna noticia sobre tu hijo la sabia Ágata, que posee toda la ciencia del mundo. Si quieres consultarla, puedes venir con nosotros, pues nos dirigimos al campamento del Norte en que habita la sapientísima Ágata.

Estela aceptó y caminó muchos días con aquella caravana al campamento de Ágata.

Ágata era una anciana encorvada y arrugada, pero con una inefable expresión de bondad en su cara y en sus palabras. Estaba calentándose junto a una hoguera y allí escuchó las angustias de la dolorida Estela.

-Buena mujer –dijo  Ágata después de meditar algún tiempo-: es mejor que desistas de seguir buscando a tu hijo. Te lo han robado unas hadas y lo han llevado a la morada de sus esposos, los genios. Serán inútiles tus esfuerzos, pues nadie que logre introducirse en su morada podrá salir con vida.

-¡Por grandes que sean los peligros, jamás dejaré de buscar a mi hijo! –Exclamó con entereza Estela-. Sé que los genios son muy poderosos; pero ¿no podría usted ayudarme?

La ancuana Ágata no contestó a la pregunta de la joven. Meditó largamente fijando su mirada en las ondulantes llamas de la hoguera y, como hablando consigo misma, dijo: -Los genios van a celebrar una reunión en su morada para elegir el nuevo rey que ha de gobernarlos durante cien años… ¡Ya sé lo que has de hacer! Escúchame, joven madre: te diré algo que pocos mortales saben; los genios, a pesar de todo su poder, nada saben hacer por sí mismos: todo lo que tiene, lo piden o lo roban. Además, son tan vanidosos, que lo que más desean son los objetos raros y bellos. Si consigues algo que no se parezca a nada de lo que existe, podrás tratar con ellos y recobrar a tu hijo.

-¡0H, sabia mujer! –Suplicó Estela-. Dime: ¿Dónde puedo conseguir tales objetos raros y preciosos? Y, después de tenerlos, ¿cómo podré penetrar en la morada de los genios? –Sólo tú puedes conseguir tales objetos y has de obtenerlos con tu solo esfuerzo: solamente así podrás penetrar sin peligro en la morada de los genios. Yo, únicamente puedo ayudarte protegiéndote de todos los elementos que pudieran destruirte.

Y, poniendo sus manos sobre la cabeza de la joven, la ancuana Ágata la bendijo invocando un sortilegio que la preservaría de todos los poderes de la tierra, del agua y del fuego mientras buscara a su hijo.

Estela dio las gracias a la anciana y marchó del campamento gitano. Iba meditando que necesitaba, por lo menos, dos objetos extraordinarios: uno, para entrar en la morada de los genios; y el segundo, para presentarse ante el rey y pedirle que le devolviera a su hijo. Pero ¿cuáles podrían ser aquellos tan raros y maravillosos que despertaran la ambición de los genios?

Recordó Estela que las dos cosas más bellas y raras de las que había oído hablar a la gente eran un arpa de marfil con cuerdas de oro y una blanca capa de plumas de gaviota.

-Pero, ¿cómo podré hacerlas yo sola? –pensaba, desanimada, la pobre madre. Entonces se acordó de su hijo querido y se sintió llena de decisión y fortaleza.

Se encaminó a la costa del mar, donde las gaviotas construían sus nidos; allí podría encontrar el blanco y suave plumaje que se iba desprendiendo del pecho de las aves.

Sin pensar en los peligros que corría de caer por aquellas rocas escarpadas, y del furioso oleaje que batía los acantilados, Estela comenzó su afanosa búsqueda de las plumas para su capa.

A cada paso que daba, la valerosa madre arriesgaba su vida; pero a Estala nada le importaba, sólo pensaba que pronto podría recuperar a su hijito.

Por fortuna, el sortilegio de la anciana Ágata le protegía y ni las puntiagudas rocas lastimaban sus manos ni las olas poderosas lograban derribarla; ni siquiera sintió fatiga en su durísima faena.

Cuando tuvo reunido todo el plumaje que necesitaba, se puso a trabajar en la confección de la capa; la cual, una vez terminada, era blanca y suave como una nube. Después, bordó con sus dorados cabellos una ancha orla de hojas y flores, con lo cual la capa quedó realmente magnífica y elegantísima.

Estela ocultó la preciosa capa en un lugar seguro y luego bajó a la playa, donde encontró gran número de huesos de animales marinos, que las aguas habían ido torneando y que a los rayos del sol brillaban como pulido marfil.

Trabajó pacientemente aquellos huesos, uniéndolos después con gran arte hasta darles la forma de un arpa, en la que puso las cuerdas, hechas con sus cabellos dorados. Tensó bien las cuerdas y tocó una música delicadísima; la ilusionada melodía de una madre que esperaba reunirse pronto con el hijo que le habían robado.

Aquello animó a Estela, que, con el arpa bajo el brazo y la capa sobre sus hombros, emprendió el viaje a la morada de los genios.

Hubo de caminar durante varios días y varias noches por amplias carreteras y tortuosos caminos, hasta que, por fin, llegó al lugar que Ágata le había indicado.

Hubo de esperar bastante tiempo a la entrada de la morada de los genios. Al cabo, los genios y las hadas fueron llegando formando pequeños grupos; todos eran de elevada estatura y se asemejaban muchísimo.

Estela pensó que tenían un gran parecido con los seres humanos; únicamente se diferenciaban en sus orejas, enormes y puntiagudas en su parte superior, y en sus ojos alargados en forma de almendra.

Llegó después una gran multitud de duendecillos, que eran graciosos enanitos de ojos rasgados y enormes orejotas.

Pero lo que más llamó la atención de la joven madre fue un hada que se había rezagado. Rápidamente, Estela se puso ante el hada de modo que ésta pudiera admirar la hermosa capa en todo su esplendor.

El hada, que era esposa de uno de los genios, no pudo reprimir un primer impulso de desagrado al ver a Estela.

-¿Qué está haciendo en este lugar una persona mortal y vulgar como tú? –dijo. Pero en seguida fijó su atención en aquella capa maravillosa: ¡ninguna de las hadas lució jamás algo tan bello y delicado!

Estela vio que los ojillos almendrados del hada lucían con extraño fulgor: era evidente que sentía gran envidia y un gran deseo de poseer la blanca capa.

-¿Qué deseas a cambio de esa capa? –Preguntó el  hada con ansiedad-. Si dejas tu capa en el suelo, tendrás tanto oro como se preciso para cubrirla por completo.

-La capa no está en venta y no te la daría a cambio de todo el oro del mundo .replicó Estela- sin embargo, tiene un precio.

-Cualquiera que sea su precio, yo te lo pagaré –afirmó el hada, cada vez más entusiasmada por aquella sin igual.

-Para poseerla –propuso Estela-, no tendrás que darme oro ni joyas: únicamente tendrás que introducirme en vuestra morada. -¡Dámela entonces! –exclamó el hada. Pero Estela sabía que no debía confiar en las promesas de aquellos seres, que eran muy aficionados a la mentira y al engaño.

-Sólo te daré la capa cuando me hayas llevado a vuestra morada; antes no.

Llena de impaciencia y ansiedad, el hada tomó  Estela de la mano y ambas subieron por un sendero apenas visible que conducía a las entradas de las Moradas de los genios. Estela penetró en la morada con la ayuda del hada y le entregó su capa.

Después, abriéndose paso entre los grupos de hadas curiosas y duendes asombrados, se dirigió directamente hasta el tono en que se sentaba el nuevo Rey de los genios.

-¡Qué nos trae, mortal? –preguntó el Rey de los genios al ver el arpa de Estela.

-Un arpa como no hay otra en todo el mundo –contestó la joven madre.

Y, diciendo esto, comenzó a pulsar delicadamente las cuerdas de oro, produciendo unos sonidos tan agradables y unas melodías tan bellas, que todos los reunidos quedaron admirados.

-¡Qué deseas a cambio de tu arpa? –preguntó al Rey de los genios con fingida indiferencia cuando Estela terminó su melodía.

-Tengo mucho cariño a mi arpa –respondió Estela-; la hice con mis propias manos y sus cuerdas están hechas de mis cabellos. Y vosotros habéis podido apreciar que no hay en el mundo un arpa igual a la mía.

-No estoy muy seguro de que tu arpa sea tan maravillosa como dices – dijo el Rey de los genios.

Estela pensó que el Rey de los genios era muy astuto y era preciso emplear con él mucho más ingenio y habilidad. Así, pues, fingió que no le interesaba seguir negociando.

-En realidad –dijo-, no tengo ningún interés en venderos mi arpa. Y se dirigió a la salida. Creyendo que marchaba, el Rey de los genios gritó: --¡Pídeme lo que quieras por tu arpa!

La joven madre dijo entonces:  -¡Devolvedme el hijo que me habéis robado: sólo así os daré mi arpa!

Pero el Rey de los genios parecía dispuesto a dar cualquier cosa antes de devolver su hijo a Estela; y ordenó a unos duendes que trajeran un gran saco de oro.

-No me interesa vuestro oro –replicó firmemente Estela-: sólo quiero a mi hijo.

Viendo que no tenía otro remedio, el Rey de los genios hizo que le trajeran al niño y , guardándolo en sus brazos, dijo a Estela:

-Dame el arpa y te daré a tu hijo.

-De ningún modo –exigió Estela-: primero, devuélveme mi hijo y luego te daré el arpa.

Y, hasta que no tuvo al niño en sus brazos, Estela no le entregó el arpa.

Rey de los genios comenzó a tocar y era tan maravillosa la música que brotaba del instrumento, que los demás genios, las hadas y los duendes la escucharon embobados y boquiabiertos. ¡Y Estela pudo salir de aquella morada sin que nadie se diera cuenta de su partida!

Estela volvió a su pueblo llevando en brazos a su querido hijo, recibiendo felicitaciones y enhorabuenas.

La joven madre se sentía la mujer más feliz de la tierra; sabia que tendría que seguir viviendo pobremente, pero nada le importaba haber renunciado a las riquezas que la había ofrecido el Rey de los genios: para ella, como para todas las madres, su hijo valñia infinitamente más que todos los tesoros del universo.

Cuenca, 23 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.




domingo, 17 de mayo de 2020

San Pascual Bailón (1540-1592) 17 de mayo.

   Pascual nació en Pascua florida (de ahí su nombre), en el seno de una familia pobre. El padre se llamaba Martín Bailón y la madre Isabel Jubena. Vivía como colonos de las tierras pertenecientes al monasterio cisterciense de Puerto Regio, en Torrehermosa de Zaragoza, de la diócesis de Sigüenza.
San Pascual Bailón.

Desde la edad de los siete años Pascual cuidaba de las ovejas y cabras para poder sobrevivir en su casa, ayudando con su trabajo, a la economía familiar. Hasta los veinte años cuando pastoreaba, siempre llevaba en el zurrón una breve biblioteca de libros piadosos y bajo la cruz del cayado una imagen de la Virgen tallada en madera.

En 1561 entra como hermano lego en un convento valenciano de la Orden de los Franciscano, y allí de portero, cocinero, hortelano y limosnero; pero es tan humilde, tan bondadoso, obediente y servicial que se lo disputaban muchas comunidades, y en el curso de los años pasa por conventos de Valencia, Elche, Játiva, Villena y Jerez.

Alguna rareza tenía que escandaliza; a veces, después de ordenar la cocina, una vez concluido el trabajos, se ponía en oración y de pronto se levanta como movido por un resorte invisible, balbucea loco de alegría, se agita y baila ante una imagen de la Virgen (por eso muchos creen erróneamente que Bailón es apodo y no apellido).

Su rasgo más característico es la devoción a la Eucaristía (es patrono de las asociaciones eucarísticas), y de él se cuenta que pasaba todo el tiempo posible ante el sagrario, y que andando por los caminos o pelando berzas para la cena de los frailes no dejaba de emitir jaculatorias de adoración al Santísimo Sacramento.

Murió en el convento del Rosario de Villarreal de los Infantes, en tierras de Castellón, donde hoy se levanta en su honor un templo votivo eucarístico.

Cuenca, 17 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:
-Año Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.




sábado, 16 de mayo de 2020

Un regalo luminoso (Alaska)

    Erase un cuervo inquiero y viajero que había visitado numerosos países del mundo; y, en uno de sus viajes, llegó un día hasta los helados confines de Alaska, a un lugar en que jamás había visto la luz del sol.

El poblado permanecía invariablemente oscuro y triste, pues una noche sin fin envolvía el lugar y sus alrededores. Las viviendas de los esquimales estaban pobremente iluminadas por unas lamparitas en que ardía débilmente el aceite de foca; pero fuera de los iglús, reinaba la más absoluta oscuridad.

Los pescadores y cazadores esquimales tenían que alumbrarse con antorchas, pues, sin ellas, apenas podían distinguir a un hombre o a un animal a pocos metros de distancia.

El cuervo contó a los esquimales que en otros lugares no había únicamente noche, sino que también había días llenos de luz.

-Y ¿cómo es el día? -le preguntaron. -¡Oh, es algo maravilloso! –Dijo el cuervo-. Si tuvierais la luz del día, os podríais ver unos a otros desde muy lejos; y encontraríais los caminos sobre la nieve y el hielo con toda facilidad.

Además, no tendríais que alumbraros con el aceite de foca, que hule tan mal.

Los esquimales conferenciaron entre sí y luego dijeron al cuervo:

-Verdaderamente, aquí necesitamos la luz del día; y tú, que tanto has viajado, podrías traerla a nuestro poblado. –Veré lo que puedo hacer –dijo el cuervo-. Pero comprended es muy poca la luz del día que yo puedo traeros.

-De todos modos –dijeron los esquimales-, será mejor tener un poco de luz del día que vivir siempre en las tinieblas.

El cuervo se alejó volando hacia el Sur. Le esperaba un largo viaje, pero sabía dónde podía encontrar un poco de luz del día.

Después de volar varias horas, se posó en la rama de un árbol, a corta distancia de un campamento indio: ¡había visto que, a través de la puerta de la tienda del jefe de la tribu, se proyectaba en la oscuridad exterior un luminoso haz de luz diurna!

Poco después, una mujer india salió con un odre de piel de foca, para llenarlo de agua en un pozo cercano a la tienda.

-¡Esta es la ocasión! –pensó el cuervo. Y convirtiéndose en una minúscula motita de polvo se posó en el vestido de la mujer; y cuando ésta hubo llenado de agua su odre penetró con ella en la tienda.

Dentro, vio que un niño jugaba en el suelo mientras su padre, el jefe de la tribu, le contemplaba sonriente cariñosamente.

La motita de polvo que era el cuervo, se separó del vestido de la india y fue a posarse sobre la oreja del niño, haciéndole llorar y hablándole al oído. -¿Qué quieres, hijo? –preguntó el padre. -¡Quiero jugar con la luz del día! –pidió llorando el chiquitín.

-Bien –dijo el hombre-. Esposa mía: dale una bolita de luz del día para que juegue.

La india abrió una cajita de cristal y, cogiendo en sus manos un poco de luz, formó con ella una brillante bolita y se la dio al niño.

El cuerpo pensó que aquella bola era justamente cuanto él podía transportar: ahora sólo faltaba apoderarse de ella.

-¡Pide un trozo de cuerda y ata la bolita con él! –susurró al oído del niño. Poco después, el niño empezó a arrastrar por el suelo la bolita de luz del día amarrada a una cuerda. Le gustaba mucho aquel juego, pero pronto se cansó de él y siguió pasando el rato con otros juegos.

Cuando todos se acostaron en la tienda, el cuervo recuperó su aspecto normal y, cogiendo en su pico el cordel atado a la bolita de luz, salió de la tienda y voló a Alaska.

Al llegar al poblado esquimal, agarró la bolita con sus patas y fue desgranándola lentamente. Entonces ocurrió algo maravilloso: en el cielo fueron apareciendo miles de corpúsculos luminosos, como copos de luz: todos los esquimales salieron de sus iglús y comenzaron a bailar y a dar vivas al cuervo, que pudo darles a conocer lo bello que es vivir a la luz del día.

Y, según se afirma, desde aquel día los esquimales jamás han matado ningún cuervo, porque no han podido olvidar que fue un cuervo quien les dio a conocer la mayor belleza del mundo: ¡la luz!

Cuenca, 16 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.



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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.




sábado, 9 de mayo de 2020

Los tontos felices (Inglaterra).


Cuentos populares del mundo.

En un pequeño lugar de la vieja Inglaterra, en el condado de Suffolk, vivían Freddy Perkins y su esposa Molly, un laborioso matrimonio de granjeros que poseían una linda casita rodeada de una pequeña granja.

Molly se dedicaba a las labores de la casa, mientras su esposo trabajaba la tierra o atendía a los animales.

Los dos esposos eran muy apreciados por sus vecinos porque eran tan honrados como serviciales. Pero tenían un defecto, con frecuencia, y por la causa más mínima, los Perkins se dedicaban a criticarse mutuamente, enredándose en largas y agrias discusiones.

-Freddy –decía un día Molly-: deberías dejar de fumar en tu pipa. Aparte de que tendríamos algunos ahorros más, la sala y los pasillos no estarían sucios de ceniza. -¡Ah, sí! –respondía Freddu¡y con ironía-. Ya veo que te gustaría gobernarme como hiciste con tu primer marido, el zapatero Peter.

-Has de saber que Peter era mucho más amable que tú y me confiaba sus ahorros. ¡No como tú, que siempre llevas el dinero en tu bolsillo por miedo a que yo lo pierda!

-¡Ah, querida: es que yo soy más listo que tu inolvidable zapatero! Si no te dejo mis ahorros, es porque he descubierto que eres tonta. Además, te diré que estás cargada de defectos: te pasas la mitad del día fisgando por la ventana parloteando con las vecinas.

-¿Cómo? Y ¿quién limpia la casa y te arregla la ropa y te prepara la comida que tanto te gusta? ¿No irás a decir que tampoco sé cocinar, eh? Lo que ocurre es que, cuando quieres, sólo ves mis defectos: ¡y tú también los tienes… y muy grandes!

El problema parecía no tener solución, como si los Perkins pudiesen disfrutar de paz y de alegría en su hogar; las discusiones eran cada vez más desagradables y más fuertes los gritos de los dos esposos. Hasta que un día ocurrió algo muy singular. Freddy Perkins hubo de viajar a la vecina ciudad por sus negocios y, antes de partir, entregó a su esposa las diez guineas de oro que constituían todos sus ahorros.

Cuando Molly vio que su esposo desaparecía tras una vuelta del camino, envolvió las diez guineas de oro en unos papeles viejos y guardó el envoltorio en un pequeño hueco del interior de la chimenea…

-Aquí nadie podrá encontrarlas –pensó-. Es una pena que tengamos tan pocos ahorros; pero tanto a Freddy como a mí nos gusta comer muy bien. Si no fuésemos tan adicionados a la buena mesa, tendríamos más dinero; pero…

Y reanudó sus faenas retirando del fuego un pastel de magnífico aspecto, poniendo a las brasas una gran roncha de jamón.

El agradable aroma culinario fue captado por un vagabundo que, casualmente pasaba por allí. Era un anciano de miserable aspecto con un ojo tapado con una negra venda y que caminaba apoyado en un bastón. Se llamaba Jack Honnaford y nunca había trabajado en ningún oficio; únicamente en su juventud había sido soldado, pero desde que le licenciaron, había vivido robando y estafando a incautos.

Jack llamó  la puerta y, cuando Mally salió, dijo quitándose el viejo sombrero: -Buenos días, señora. He venido a su casa atraído por el olor de los apetitosos guisos que está preparando. Pero tan sólo le pido un trozo de pan y un poco de agua.

Molly tenía un natural bondadoso y, además, se sintió halagada por la velada lisonja del vagabundo; así que le hizo pasar a la cocina y le sirvió un buen trozo de  jamón ahumado y un gran jarro de cerveza.

Mientras Jack Hannaford saciaba su hambre y se sed escuchaba con fingido interés la charla de su generosa anfitriona.

A Molly le gustaba muchísimo hablar y Jack Hannaford era lo suficientemente astuto como para saber hacerle hablar de las cosas que a él le interesaban. Y la ingenua y poco discreta Molly contó al vagabundo la historia de sus dos maridos, mientras el único ojo del vagabundo brillaba malicioso.

Jamás había encontrado Molly un oyente tan amable como Jack Hannaforf, Y, después de contarle su vida le preguntó: -Y usted. ¿de dónde viene? –Si usted no se asombra demasiado, contestó el vagabundo, le diré que vengo del mismo Paraíso, donde su primer esposo tenía el honorable cargo de zapatero celestial. Sí, señora: Peter era un magnífico zapatero.

-¿Era? –Preguntó Molly un poco desilusionada-. ¿Es que han nombrado otro zapatero?

-Aún no, señora; pero nadie podrá evitarlo si alguien no resuelve el problema del pobre Peter. Resulta que, desde hace algún tiempo, Peter no puede comprar más cuero con que fabricar sandalias y zapatos a los habitantes del Paraíso…

.¿Podrí remediarse mi pobre Peter con diez guineas de oro? No tengo más dinero…

El ojo de Jack brillo de codicia. –No es mucho, no; pero lo intentaremos…

Y la infeliz entregó todos sus ahorros al vagabundo, que marchó sin perder más tiempo en largas despedidas.

No tardó en regresar a casa Freddy Perkins, que cuando supo lo que había ocurrido, se enfadó con su esposa, a la que dijo: -¡Eres tonta: te has dejado engañar por un miserable vagabundo! ¡Pero yo recuperaré nuevamente nuestros ahorros!

Y corrió a la cuadra, montó en su caballo y partió al galope por el único camino que salía de la granja.

No tardó en divisar al vagabundo, el cual lejos de echar a correr, se había detenido al borde del camino y parecía escudriñar el cielo poniéndose la mano de visera como para proteger su único ojo de los rayos del sol; luego, inexplicablemente, se tumbó en el suelo y, al menos aparentemente, continuó examinando el cielo.

¿Qué había sucedido? Sencillamente: el pícaro de Jack Hannford, al oír acercarse el galopar de un caballo, sospechó que el esposo de la infeliz, a la que había estafado, había salido en su persecución. Era insensato pensar que podría escapar de él y, por otra parte, no había sitio alguno donde ocultarse a su vista. De modo que el vagabundo ideó uno de sus innumerables trucos para engañar al irritado marido de su víctima.

Como era lógico, Freddy Perkins iba dispuesto a dar su merecido a aquel granuja; pero cuando llegó junto a él y le vio tumbado en el suelo y mirando al cielo, pudo en él más la curiosidad que su irritación.

-¿Qué hace usted ahí?, le preguntó –Estoy viendo algo increíble –contestó Jack Hannaford, ¡veo un hombre que vuela!

-Eso es falso –manifestó Freddy Perkins mirando también al cielo: yo no veo nada. –Es natural –Explicó el vagabundo: pero verlo necesita estar completamente inmóvil y su caballo está moviéndose son cesar. Si usted quiere, yo sujetaré su caballo mientras usted se acuesta  en el suelo y comprueba el extraordinario fenómeno.

El bueno de Freddy Perkins mordió el anzuelo: se apeó, entregó las bridas al vagabundo y se tumbó en el suelo para presenciar el extraordinario espectáculo.

Más, apenas se acostó el vagabundo montó en su caballo y escapó a galope tendido. Entonces comprendió Freddy que había sido burlado y exclamó: -Soy doblemente necio: primero, confié mis ahorros a mi esposa, que es tonta; pero, además, me he dejado robar por este estafador, sabiendo que lo era. Así, nada puedo reprochar a Molly y lo mejor será que, en adelante, viva en paz con mi esposa.

Algún tiempo después, el pícaro Jack Hannaford volvió por aquellos lugares y preguntó en una posada por los esposos Perkins.

El posadero le informó que vivían en buena armonía desde que un forastero engañó, primero a la esposa y luego al marido.

Jack Hannaford no pudo contener su carcajada, comentando que él mismo había sido aquel forastero.

No contaba el granuja con que los Perkins eran muy queridos en toda la región; y el posadero se apresuró a dar cuenta a los alguaciles de los engaños del bribón, que fue encarcelado inmediatamente.

Por su parte, los Perkins siguieron viviendo felices y, cuando recordaban que debían su paz a un bribón, celebraban lo sucedido con alegres carcajadas.



Cuenca, 9 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.



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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.








jueves, 7 de mayo de 2020

Luna llena Florida. Plenilunio del mes de mayo.

   Este mes hemos podido ver la Luna llena el jueves siete de mayo y mañana ocho, es en este mes cuando la veremos con más brillo de lo que es habitual en ella.

Otra súper Luna nos brinda el mes de mayo. Esto es debido porque coincide con el momento de máximo acercamiento a la TIERRA, lo que se viene a llamar “perigeo”. Este hecho ocurre porque la órbita lunar es elíptica y no circular. Al estar en el momento más cercano a la Tierra la vemos como más grade y más brillante.

Con esta Luna de mayo retornamos a la diosa romana Maia que era una divinidad relacionada con la fertilidad y la naturaleza. De ahí el nombre del mes de mayo.

En la cultura celta la Luna Florida del mes de mayo, la festejaban con un ritual de regeneración donde le otorgaban a las hojas de laurel las propiedades de protección y purificación, para ello eran quemadas mientras se recitaba: “Esta noche voy a regenerar mi energía, me limpio de todo lo que me ensucia para brillar con mi propia luz interna. Dejo todo lo negativo atrás y abro de nuevo mi mente a la profunda claridad. Pido a la divinidad de la Luna Florida que haga posible mi reactivación interior y doy las gracias al Universo amado. Hoy me abro  a un nuevo principio”.

Tras ello se piensa en lo fuerte que es tu luz interior y en la influencia de la Luna. Después se coge una hoja de laurel por cada deseo que quieras pedir. Escribe esos deseos o peticiones con el rotulador en las hojas. Pero cosas que de verdad quieras de corazón. Y es que es muy importante que des a todo el proceso credibilidad, fuerza y energía.

Feliz Plenilunio de la Luna llena Florida del mes de mayo.

Cuenca, 7 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Cuento de los dos amigos (Francia).

Cuentos populares del mundo.

Hace ya muchísimos años, vivían dos jóvenes nobles a quienes unía una profunda amistad.

Uno de ellos se llamaba Emile de Alverne, hijo del conde de Alverne; y el Rey le apreciaba tanto que, a pesar de ser muy joven, le nombró Regidor de la Corte. El otro, Albert de Bericain, era hijo del barón de Bericain y, como su amigo, también había conquistado la estimación del Rey, que le confió la Tesorería Real.

Los dos eran de la misma edad y su parecido era tan grande que muchos los confundían y creían que eran hermanos gemelos.

Sin embargo, no les unía ningún parentesco; ni siquiera se conocían sus respectivas familias. Precisamente, sus padres empezaron a relacionarse de un podo casual cuando Emile y Albert eran aún muy niños.

Sucedió así. Emile y Albert habían nacido el mismo mes del mismo año, pero en dos lugares muy alejados, pues el castillo de Alverne distaba varias jornadas del de Bericain. Pero cuando los dos niños cumplieron dos años, sus padres decidieron llevarlos a Roma para que el Papa los bautizara, distinción a la que aspiraban muchos nobles cristianos de aquellos tiempos.

Así, pues, las dos familias salieron de sus respectivos castillos y se pusieron en camino, coincidiendo en una pequeña ciudad en la que descansaron una jornada antes de proseguir su viaje. Allí se hablaron por vez primera el conde de Alverne y el barón de Bericain, simpatizaron en seguida y acordaron continuar juntos el viaje, ya que se dirigían a Roma con idéntico fin.

Llegaron a Roma, el Papa bautizó a los dos niños en una ceremonia solemne y emotiva, regalando a Emile y a Albert sendas copas idénticas, talladas en madera y adornadas con artísticas incrustaciones de oro.

Los dos jóvenes pasaban juntos largas temporadas en el castillo del uno o del otro y juntos fueron a la Corte para estudiar y recibir una educación adecuada.

Cuando sus padres murieron, Emile y Albert  fueron armados Caballeros y entraron al servicio del Rey, donde pasado algún tiempo, fueron distinguidos con la confianza de su soberano, que nombró a Emile regidor de la Corte y a Albert su tesorero.

Los dos vivían felices y sin preocupaciones hasta que ambos jóvenes se enamoraron. Albert entabló relaciones con una joven bellísima llamada Ludovina, que fingía sentir un gran amor por el tesorero real. Cuando en verdad era una mujer ambiciosa y egoísta, como demostraría más adelante.

Pero Albert estaba tan enamorado que no podía ver más que buenas cualidades en Ludoivina y concertó su matrimonio con la joven después del cual pensaban trasladarse al castillo de Bericain, pues el Rey le había confirmado en el título de Barón y en las posesiones de su padre.

Por su parte, Emile se encontraba en una situación muy comprometida; se había enamorado de la princesa Belisa y ésta le correspondía con idénticos sentimientos.

Pero los dos enamorados tenían que conformarse con fugaces y brevísimos entrevistas secretas, porque el Rey deseaba casar a su hija Belisa con algún poderoso príncipe extranjero.

Emile mantenía en secreto sus amores y únicamente se había confiado a su amigo.

-Querido Emile –le dijo Albert-: sabes que deseo para ti la mayor felicidad. Pero piensa que, si el Rey llega a saber que amas a su hija, te castigaría severamente. Por favor, Emile: cuida mucho de que nadie descubra tu noviazgo con la princesa.

Emile agradeció el prudente consejo de su amigo y siguió ocultando su noviazgo. Poco después, se casaron  Albert y Ludovina, asistiendo a la boda Emile como invitado de honor. A continuación los nuevos esposos marcharon a vivir en el castillo de Bericain, quedando Emile en la Corte.

Emile siguió entrevistándose con Belisa, pero sus relaciones fueron descubiertas y un dñia Emile fue llamado a presencia del Rey, acusado de haber atentado contra el honor del Monarca enamorándose de la princesa.

-Nada malo he hecho, Majestad –se defendió Emile-; y nada tengo que reprocharme.

Entonces, el Rey hizo llamar a un noble llamado Arderi, que era quien había denunciado las relaciones de Emile con la princesa.

Lo que ignoraba el Rey era que Arderi estaba secretamente enamorado de la princesa y siempre había envidiado las distinciones y cargos que el soberano había concedido a Emile y a su amigo Albert.

-Yo re desafío a que pruebes tu inocencia luchando conmigo –dijo Arderi-: el que resulte vencedor, será quien haya dicho la verdad. El duelo tendrá lugar dentro de una semana ante el Rey y su Corte y, antes del combate, te exigiré juramento de que jamás te has entrevistado con la princesa.

Aceptó Emile el desafío, pues no tenía otra alternativa; pero vivía preocupado pensando que Dios no podría darle la victoria si juraba en falso.

Por fortuna, la noticia del desafío llegó al castillo de Bericain y Albert corrió a la Corte en busca de su amigo, informándose con todo detalle de lo sucedido.

-Marcha inmediatamente a mi castillo –dijo Albert-. Ciertamente, tú no puedes jurar en falso;¡pero yo sí puedo jurar que no he mantenido relaciones con la princesa! Yo ocuparé tu lugar en el desafío y nadie lo notará, pues somos casi iguales.

Y así lo hicieron. Albert sustituyó a su amigo en el duelo con Arderi, a quien venció después de durísima lucha.

El Rey se sintió muy satisfecho con el resultado de la contienda y, creyendo que hablaba con Emile, dijo a Albert: -Enhorabuena, conde de Alverne: habéis luchado valientemente por mi honor y por el de mi hija. En recompensa, te ofrezco la mano de la princesa Belisa, si ello os place a los dos.

Naturalmente, Albert aceptó encantado en nombre de su amigo y un mes más tarde Emile pudo casarse con la princesa, viviendo después muy felices en el castillo de Alverne, donde el cielo bendijo su matrimonio con dos hijos preciosos, de rubios cabellos y ojos azules.

Pero la vida de Albert no fue tan afortunada. Varios años después de su matrimonio, contrajo una cruel enfermedad contagiosa que ningún médico acertó a curar.

El pobre Albert sufría más por el alejamiento de su esposa que por sus grandes dolores.

En efecto; Ludovina no atendía a su marido y ni siquiera le visitaba.

Llevadme en una litera muy lejos de aquí: estoy seguro de que los desconocidos tendrán más piedad de mí que mi propia esposa –dijo Albert a sus criados.

Y los servidores llevaron a su señor por todo el reino, tocando la campanilla para advertir que viajaban con un enfermo contagioso y pidiendo una limosna para socorrerle.

Y es que Albert de Bericain había dejado en su castillo todas sus riquezas; únicamente llevaba consigo la copa que el Papa le había regalado al bautizarle, sin separarse jamás de ella.

Después de mucho viajar, llegaron al castillo de Alverne. El criado que salió a atenderles volvió junto a Emile diciéndole: -Señor conde>>>>>>: fuera hay un mendigo que pide limosna: me pareció muy extraño que tuviera en sus mano una copa idéntica a la vuestra y pensé que os la habrían robado; pero vuestra copa continúa en su sitio.

Emile palideció al oír aquellas palabras y, presintiendo que su amigo Albert se encontraba en un gran apuro, salió corriendo hacia la puerta del castillo.

Encontró a Albert acostado en su litera y sosteniendo a duras penas la copa entre sus manos; pero presentaba un aspecto tan demacrado que apenas le reconoció.-¡Oh, mi querido Albert! –Exclamó Emile con gran dolor, arrodillándose junto a su amigo-. ¿Tendré que sufrir viéndote morir sin poder hacer nada por impedirlo?

Y, a una orden suya, los criados instalaron al enfermo en la lujosa cama de Emile, que llamó a los mejores médicos para que le visitaran.

¡Qué tristes quedaron todos cuando los médicos dijeron que la enfermedad de Albert no tenía curación!

Pero, al fin, uno de los doctores afirmó que había alguna posibilidad de salvarle.

-Sin embargo –añadió, será necesario que una persona no se separe de él ni de noche ni de día; y existe un gravísimo peligro de que quien le cuida se contagie de su gravísima enfermedad.

-Muchas gracias. Doctor –exclamó Emile-; pero necesito intentar por todos los medios salvar a mi amigo. Yo mismo seré quien cuidará al enfermo.

Emile se despidió cariñosamente de su esposa y de su dos hijos y se encerró en la habitación para cuidar al enfermo.

Fueron pasando lentamente las horas y los días. Emile cada día se sentía más débil porque apenas si dormía ni comía: además, no apreciaba ninguna mejoría en el enfermo.

Por fin, Albert comenzó a mejorar rápidamente hasta que un día pudo levantarse completamente curado; pero, ¡ay!, al mismo tiempo, Emile quedaba postrado en el lecho víctima de la misma enfermedad que su amigo.

Emile permaneció varios días adormecido, atravesando una crisis tan peligrosa que hizo temer un fatal desenlace. Pero súbitamente, Emile se reanimó y pronto recobró la salud: ¡Dios había realizado el milagro, recompensando la generosidad de aquellos dos grandes amigos!

Cuenca, 6 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.