Cuentos populares del mundo.
Haciendo mención a los días que hemos estado en casa, encerrados, viene a cuento, este que os relataré. Mi intención es relatar algunos cuentos populares de distintos países. Hoy comenzamos por un cuento de Polonia que se llama “La montaña de cristal”.
Hace muchos años reinaba en un pequeño reino de
Polonia una linda princesita llamada Carlota, que había heredado la corona a la
muerte de sus padres.
La princesa Carlota era muy bella, bondadosa,
generosa y sobresalía en otras virtudes, por lo que era muy amada de sus
súbditos.
Muchos príncipes extranjeros pidieron su mano, pero
la prudente princesita no se decidió por ninguno de sus pretendientes, porque
ninguno reunía las cualidades precisas para ser un buen Rey.
El tiempo transcurría plácidamente en el pequeño
reino. Cada mañana, la princesa se asomaba a los balcones de su palacio y
contemplaba los magníficos jardines que lo rodeaban y a los labradores que
trabajaban la tierra en los campos próximos.
Delante de la entrada del palacio, al pie de la
escalinata principal, había un hermoso manzano que había sido plantado por su
padre, el antiguo Rey.
El manzano tenía sus ramas cargadas de hermosos y
perfumados frutos y la princesa gustaba de aspirar su aroma, porque aquel
manzano le recordaba su infancia feliz. Pero, al mismo tiempo, pensaba que su padre lo había
plantado para que nunca olvidara sus deberes de gobernante y primera dama de la
corte.
-Hija mía –le había dicho el Rey antes de morir:
has de ser como el manzano, que perfuma el ambiente y da abundantes frutos para
alimento y deleite de los demás. Así, tu mayor preocupación ha de ser siempre el procurar el mayor bien
para tus vasallos.
La princesita nunca olvidó los consejos de su padre
y trabajaba con el mayor interés en los delicados asuntos del gobierno.
Dedicaba también cada día varias horas a recibir en
audiencia a los humildes del pueblo, que acudían a visitar a su princesita para
exponerle sus problemas y necesidades.
La princesa siempre encontraba el modo de
ayudarlos; un consejo prudente, unas palabras cariñosas o unas monedas dadas
con generosidad, consolaban muchas penas.
Todos vivían tranquilos y felices en el pequeño
reino. Pero cerca del palacio real habitaban dos personas que iban a turbar
aquel apacible ambiente; eran la bruja Tritonia y su hijo Bartolo; el cual, además
de ser feísimo y desagradable, era cruel, vicioso y egoísta.
La bruja Tritona era perversa y ambiciosa y su
mayor deseo era hacer rey a su hijo casándolo con la princesa Carlota.
Y un día fue al palacio real a pedir la mano de la
princesa para Bartolo. Pero la princesa contestó muy discretamente, diciendo
que no podía acceder a su petición porque era muy joven y aún no había pensado
en casarse.
Aquella negativa enfureció a la bruja, que le dijo:
-Si no te casas con mi hijo, yo me vengaré. ¿Y tú tampoco reinarás!
La princesa no hizo caso de tales amenazas y
continuó su vida habitual. Pero una noche, cuando todos descansaban en el
palacio, entró en él la bruja, pronunció unas palabras mágicas y todo el
palacio quedó encantado.
A la mañana siguiente, la princesita quedó asustada
al ver cuánto le rodeaba: todos sus sirvientes estaban dormidos sin que fuera
posible despertarlos.
Se asomó luego al balcón y vio que el palacio había
sido levantado sobre una enorme montaña de cristal, cuyas laderas brillantes y
pulidas, sin un solo sendero o escalón, no permitían que nadie pudiese subir al
palacio o bajar de él.
También su querido manzano ofrecía un aspecto
desconocido; en lugar de sus habituales manzanas, rosas y fragantes, tenían
otras de oro, pero secas y sin aroma.
Vió, además, algo que la llenó de terror: un dragón
descomunal se arrastraba torpemente en torno al palacio, arrojando por su boca
lenguas de fuego.
Luego, vio ante sí a la bruja Trotona, que dijo
riéndose: -No quisiste casarte con mi hijo Bartolo y, como ya te dije, no
reinarás más. –Nada conseguirás, le contestó la princesita, ninguna mala acción
puede triunfar y, además, me protege el Genio Auriselo.
-Te equivocas,
sonrió triunfante la bruja. El Genio Auriselo te protege, es cierto; y
gracias a ello no he podido quitarte la vida. Pero nada podrá contra mis
hechizos. Sólo existe una posibilidad para ti: que alguien escale la montaña de
cristal, llegue al palacio y logre darte la mano. Pero yo cuidaré de que nadie
lo consiga; me transformarme en una poderosa águila y estaré día y noche
volando alrededor de la montaña de cristal, haciendo que caigan cuantos
intenten escalarla. Y aunque alguien lo consiguiera, mi hijo Bartolo,
transformado en dragón, sabrá guardar el palacio. ¡ja, ja, ja! ¡A nadir se le
ocurrirá pensar que el encanto cesará golpeando la cabeza del dragón con una
manzana de oro! Y antes de un año, tú morirás si nadie deshace el hechizo;
entonces, yo despertaré a todos los sirvientes del palacio, que servirán a mi
hijo como a su único rey. ¡ja, ja, ja!.
Un momento después, la bruja se convirtió en una
enorme águila que comenzó a volar sobre el palacio.
Pero el Genio Auriselo dio a conocer la noticia y
pronto vio la princesa cómo llegaban al pie de la montaña de cristal muchos
caballeros que intentaban subir hasta la cumbre. La gente animaba con sus
gritos a los valientes caballeros; más cuando los caballos comenzaban la
difícil ascensión, el águila atacaba con terribles picotazos al caballo hasta que caballo y caballero caían por la
resbaladiza pendiente quedando convertidos en estatuas de hielo.
Fueron pasando los días, las semanas y los meses.
Ya faltaba poco tiempo para que se cumpliera el plazo fatal fijado por la bruja
y la princesita Carlota pensaba que nadie podría librarla del maleficio.
Sin embargo, el Genio Auriselo no la había
abandonado. Ocurría que ninguno de aquellos caballeros era lo suficientemente
virtuoso para ser digno esposo de la Princesa.
Hasta que un día llegó al pie del palacio el joven
príncipe Vladislao. Se apeó del caballo, se descalzó y sujetó a sus manos y a
sus pies las garras de un lince que había cazado la noche anterior.
En príncipe comenzó la escalada y soportó
valientemente los ataques del águila. Su marcha era muy lenta por la
resbaladiza pendiente, pero las garras de lince le servían para afianzarse y no
caer.
El águila volvió a sus ataques con más furia cada
vez; pero el príncipe Vladislao se asió firmemente a sus garras y cuando el
águila sobrevolaba el palacio, él se dejó caer; corrió al manzano y, tomando
una manzana de oro, la arrojó a la cabeza del dragón, que se acercaba bramando
furioso.
La princesita Carlota salió del palacio para
felicitar al príncipe Vladislao y le estrechó la mano. En aquel mismo momento,
quedó roto el encantamiento y todo volvió a la normalidad, despertaron los
servidores de palacio, las estatuas de los caballeros recuperaron su figura
primitiva y el palacio encantado fue descendiendo suavemente a su nivel
antiguo, desapareciendo para siempre la montaña de cristal.
Y poco después, se celebró la boda de la princesita
Carlota con el apuesto príncipe Vladislao, con gran contento de todos sus
súbditos, que vivieron muchos años felices sirviendo a sus soberanos.
Cuenca, 1 de mayo de 2020.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador
histórico.
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FUENTES CONSULTADAS:
-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.
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