Me acuerdo, como si fuera un sueño de juventud, cuando volvía en período vacacional, por haber estudiado fuera, que al aproximarme a Cuenca, lo primero que se divisaba era el Corazón de Jesús, y más próximo las hoces, ello me llevaba a exclamar ¡Ya estamos en casa!
Cuenca desde el cerro San Cristóbal |
Tal vez al haber permanecido fuera parte de mi adolescencia me haya quedado más marcado el amor por mi tierra y por sus cosas. Una vez en ella me gustaba recorrer la ciudad, paseando a diferentes horas, especialmente al anochecer y en los períodos del año de primavera y otoño.
Subiendo por la callejuela de Julián Romero me gustaba pararme en su mirador a la Hoz del Huécar y contemplar la casa de Federico Muelas, en aquella época completa y con su máximo esplendor, y recordar su poema primaveral. Venía a mi mente esa estrofa que dice:
“Dime, chopo soñador
nazareno de la orilla.
¿A dónde lleva Castilla
su dolor peregrino?
No sólo queremos los conquenses a nuestra ciudad, quienes vinieron quedaron enamorados de ella. Los trabajos de Wingaerde en el año 1563 y los de Juan de Llanos y Masa en el año 1773 y no digamos los de Saura, Torner y Zóbel, estos últimos en nuestro tiempo del siglo XX, son un ejemplo de ello.
Pío Baroja |
Ello es algo parecido a lo que Federico García Lorca dijo sobre Cuenca en su soneto cuando pregunta a su amada:
“¿Viste la grieta azul de luna rota
que el Júcar moja de cristal y trino?”
Las vistas que se aprecian desde los cerros que la circundan: el de La Majestad, San Cristóbal y del Socorro, muestran mil perspectivas diferentes del encajonamiento entre las dos hoces que la elevan como un nido de águilas.
Hay que salirse fuera, asomándose al paisaje circundante y volver a su interior para seguir disfrutando del paisaje que está incluido en la misma ciudad donde la naturaleza se mezcla con el interior y exterior haciéndose patente el verso de Federico: “de peldaño en peldaño fugitiva”.
Quiero cerrar este pequeño homenaje a Cuenca, y a sus gentes que supieron conservar para nosotros una ciudad llena de encanto, ojalá sepamos trasmitir nosotros la magia y el embrujo de aquellos que nos precedieron a las generaciones venideras. Termino con el verso de Florencio Martínez Ruiz, hecho metáfora en su décima titulada: A Cuenca:
“De hoz a hoz a cielo abierto suenas
Cuenca al aire, Cuenca sumergida,
Campaña de la luz, en luz tañida,
Volteada en pensiles y en almenas.
A tu columna de cristal atada,
Lluvia te azotan, te flagela el viento,
En una ruda y bárbara agonía,
Y doblas campanada a campanada.
Dando un sonido a Dios, al diablo ciento,
Crucificada en la alta serranía”.
Cuenca, 9 de junio de 2021.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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