viernes, 26 de mayo de 2017

Cuando los hechos atestiguan los motivos de nuestra creencia


El Domingo de la Ascensión

Desde hace unos días vengo dándole vueltas a la cabeza pensando escribir o dejar pasar este momento importante y fundamental en la vida de un creyente; la Resurrección y la Ascensión de Ntro. Señor. Este jueves, día 25 de mayo se celebraba la Ascensión del Señor, que corresponde al cuadragésimo día desde el primer día de Pascua, pero desde hace unos años se trasladó la fiesta al domingo siguiente, conocido este como el Domingo de la Ascensión, este año el 28 de mayo.
Resurrección del Señor
Capilla de la Virgen del Sagrario. Catedral de Cuenca

Es curioso como muchos otros efectos lumínicos, además del “Milagro de la Luz” que hemos vivido estos días (19 al 22 de mayo) se dan en nuestra Catedral. Hay uno que desde muchísimo tiempo se da por estas fechas (en el tiempo de Pentecostés) y es como un recuerdo de mis tiempos de mi niñez. Estando un día por estas fechas del año, en la capilla de la Virgen del Sagrario me indicaba mi abuelo Sabino: “Mira Josemari hacia arriba y observa cómo se ilumina el cuadro de la Resurrección del Señor” y ciertamente sobre las 10. 30 horas el sol llegaba, no sé cómo, pues esta colocado al sur, pero así era; y siempre decía “subió pero estará aquí siempre presente entre nosotros”.

Muchos son los años de aquel momento que narra San Lucas en el Evangelio, después de dar las últimas instrucciones a los Apóstoles, los llevó cerca de Betania y mientras los bendecía, alzando las manos subió al Cielo, viéndolo alejarse hasta que desapareció entre nubes (Lc. 24, 50-53).

Su memoria se encuentra en  todas partes, en las paredes de las iglesias, en la cúspide de los campanarios, en lo alto de los montes, en muchas de las cabeceras de los lechos y sobre todo en las tumbas, millones de cruces recuerdan la muerte del Crucificado. Pero si quisieran erradicar su memoria tapando los frescos de las iglesias, arrojando al fuego los misales, los breviarios, los eucologios, aunque así fuera, hallaréis su nombre y sus palabras en todos los libros de la literatura no siendo posible borrar su memoria, yo diría que hasta la blasfemia es un involuntario recuerdo de su presencia.

Nuestra era, nuestra civilización empieza con el nacimiento de Cristo. Lo que fue antes de su venida podemos buscarlo y saberlo, y aprenderlo pero ningún personaje por mucho poder que tuviera vive. César, en su tiempo hizo más ruido que Jesús y Platón enseñando más ciencias que Cristo. Todavía se habla del primero y del segundo, pero ¿Quién se rebela contra César por sus hechos? En cambio con Cristo siempre vivo, hay  todavía quien lo ama y quien lo odia. Existe una pasión por Cristo y otra por su destrucción. El enfurecimiento de tantos contra Él dice bien claramente que todavía no ha muerto. Los mismo que se desviven por negar su doctrina y su existencia pasan la vida recordando su nombre.
Ascensión de Jesús, Obra de Giotto.

Vivimos en la era cristiana y ésta no ha terminado. Para comprender éste nuestro mundo, nuestra vida, para comprendernos a nosotros mismos, hay que referirse a Él. Cada época debe volver a escribir su Evangelio. También la nuestra lo ha escrito y más que otras. Ningún tiempo como este estuvo tan apartado de Cristo y tan necesitado de Él. Pero para volverlo a hallar no bastan los libros históricos, está presente en la vida misma de cada cristiano, de ahí que se atente contra sus vidas incluso en nuestro tiempo.

Cada generación tiene sus preocupaciones y sus ideas propias y sus locuras. Se impone una nueva traducción del antiguo Evangelio a favor de los descarriados. Para que Cristo viva siempre en la vida de los hombres. Para que esté eternamente presente, es forzoso resucitarlo de vez en cuando; no para retocarlos con los colores de moda, sino para representar, con las palabras nuevas y con referencias a la actualidad, su eterna verdad y su historia inmudable.

Cuenca, 26 de mayo de 2017


José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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