Esta fiesta fue suprimida en la
nueva reforma de 1960. Celebrándose la festividad religiosa de San Alfonso María de Ligorio (1696-1787).
Hoy os cuento la historia de las Cadenas de San Pedro por que me parece más interesante por sus especiales características.
San Pedro fue prisionero de
Cristo en Palestina primero, hacia el año 42 y luego estuvo nuevamente
prisionero en Roma, entre los años 65 y 67.
La emperatriz Eudoxia, mujer de
Valeriano III, mandó levantar en Roma una basílica para guardar las Cadenas de
San Pedro. Un trozo que tenían en Constantinopla lo había ella regalado al Papa
San León I. Al acercárselo el Papa al otro trozo que había en Roma, cuanta la
tradición, que ambos se unieron milagrosamente como si siempre hubiera estado
juntos.
Estas Cadenas se veneran desde el
siglo V en la iglesia esquilina de San Pedro in Vincoli. Ecclesia a
vinculis Sancti Petri, título que suplantó al primitivo de Basílica Apostolorum in exquiliis. La
iglesia fue restaurada en el siglo V por Sixto III y dedicada a San Pedro y a
San Pablo.
Inspirada en las Cadenas de San
Pedro se lee hoy esta vieja inscripción latina: “Estas cadenas, oh Roma, consolidan tu fe. Este collar que te circunda
hace estable tu salvación. Siempre serás libre, pues todo lo pueden lograr
estas Cadenas que sujetaron al que todo lo puede desatar. Su brazo invencible,
piadoso aun en la gloria, no permitirá jamás que estos muros sean derribados
por el enemigo. El que abre las puertas del cielo, cerrará al enemigo las
puertas de Roma”.
Las Cadenas de San Pablo se
conservan, como un tesoro junto a su templo de la Vía Ostiense.
El culto a las Cadenas de los dos
Apóstoles es muy antiguo y universal. San Gregorio Magno nos dice que en su tiempo
los fieles ambicionaban, como una gracia extraordinaria, como reliquia muy
preciada, un poco de polvo o limadura de las Cadenas de San Pedro.
San Juan Crisóstomo nos ha dejado
un excelente panegírico de las Cadenas de ambos Apóstoles: “¿Hay algo más
magnífico que estas Cadenas?” Más bello que el nombre de Apóstol, de Evangelista,
de Doctor, es el título de prisionero de Cristo.
La prisión de San Pedro en Roma se
localiza tardíamente en la cárcel Mamertina, donde se dice que hizo brotar una
fuente, que aún hoy día subsiste y convirtió a sus propios carceleros.
La prisión de Jerusalén nos la
cuenta San Lucas. Herodes Agripa, nieto del que asesinó a los Niños Inocentes,
hacia el año 42-44, hizo prender y matar a Santiago el Mayor. Como vio que esto
había agradado a los judíos, mandó también prender a San Pedro, poco antes de
la fiesta de la pascua, para darle después muerte.
Pedro estaba recluido en lo más
profundo del calabozo. Lo guardaban con mucha precaución. Pasaban los días y
Pedro pensaba en su Maestro, tal vez en la Pasión, en las sogas de Jesús, en
sus propias negaciones. Y lloraría amargamente y se animaría a confesarlo hasta
la muerte.
Mientras tanto, la Iglesia hacía
oración por él y pedía su libertad. De repente, se ilumina la prisión, y una
vos le dice a Pedro: “Levántate, cálzate
las sandalias, recoge tu manto y sígueme”.
Pedro siguió al desconocido, pasó
junto a los centinelas, llegó a la puerta de hierro y se encontró con las
primeras calles de la ciudad. Su libertador había desaparecido. El Apóstol
creído que estaba soñando, se restregó los ojos y cayó en la cuenta de que era
libre, y se dijo: “Ahora conozco
verdaderamente que el Señor ha enviado su Ángel y me ha librado de las manos de
Herodes y de toda la plebe expectante de los judíos”.
Liberación de San Pedro. Obra de Murillo |
Dios puede romper las cadenas que
atan a sus siervos, como lo hizo en este caso con San Pedro. Pero de ordinario
no lo hace. En su lugar obra otros milagros más grandes, aunque menos visibles.
Conforta el corazón de los que sufren por El y les concede un ánimo libre e
indomable, dentro del cuerpo frágil, encorvado y maniatado. Nunca resplandece
tanto la grandeza y libertad como en la cárcel, en las cadenas y en el
martirio. Entonces se cumple aquello de San Pablo: Cum infirmor, tunc potens sun, cuando más abatido y derrotado me
veo en el cuerpo, más fuerte y vigoroso me siento en el alma.
Cuenca, 1 de agosto de 2019.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador
histórico.
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