miércoles, 28 de agosto de 2019

Pasión de San Juan Bautista (siglo I)

Es un drama que relatan escuetamente, sin comentarios, dos evangelistas, Marcos y Mateo, y del que el historiador Flavio Josefo trata también. El lugar parece haber sido la fortaleza de Maqueronte, al este del mar Muerto, hoy convertido en un montón de ruinas.

El tetrarca Herodes había encarcelado a Juan el Bautista porque éste le reprochaba que viviese con Herodías, la mujer de su hermano Filipo, pero no le había hecho matar quizá temiendo la reacción de sus súbditos, que le tenían por profeta. De las palabras de San Marcos se deduce que a veces conversaba con él entre sentimientos más bien confusos y contradictorios: “Cuando le escuchaba quedaba desconcertado, pero  le gustaba escucharle”.

Hasta que llega la gran escena que la literatura, las artes plásticas y la música se han complacido en adornar, trenzando estéticamente un manojo de pasiones: miedo, rencor, venganza, lujuria (Juan está en el centro de este torbellino, pero sólo como un eco que no calla, encadenado en una mazmorra, pero obsesionando a todos).

En el cumpleaños del tetrarca, su sobrina Salomé danza para él, y entusiasmado, Herodes jura darle lo que le pida.

Herodías hace que su hija pida la cabeza de Juan en una bandeja de plata, y el verdugo no tarda en presentar el trofeo, aún sangrante. Una antigua tradición hace que Herodías atraviese la lengua del profeta muerto con un alfiler de oro que adorna su vestido. El cuerpo del Bautista es arrojado a un barranco de donde lo recogen sus discípulos para darle sepultura, y la fiesta sigue, Herodes, Herodías y la joven Salomé siguen sus vidas; Juan, una vez cumplida su misión de anunciar a Cristo, desaparece de este episodio lleno de horrible vistosidad en el que el poder y el placer se quitan súbitamente la máscara consiguiendo un simulacro de triunfo que también utiliza a su modo la Providencia.

El Bautista con esto daba el último paso en su carrera gloriosa de Precursor, ya que en todo iba delante de Jesús. Ahora se le adelantaba muriendo por la verdad y por la luz. Mientras él moría coronado de gloria, se cernía el azote de la justicia divina sobre su verdugo. Muy pronto sería Herodes desterrado al sur de Francia por Calígula; al destierro le seguiría en un último asalto de orgullo su cómplice Herodías, para eclipsarse en las sombras eternas de la muerte y de la ignominia. Este es el resultado final de las víctimas de la pasión.

Cuenca, 29 de agosto de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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