Nació en Francia en el año 1091 y
murió en el Claraval en el año 1153. Fue el tercero de los siete hijos de una
noble familia borgoñesa. A los nueve años entró en la escuela de
Chatillón.sur-Seine, que dirigían unos canónigos. Pronto se descubrieron
talentos extraordinarios. Era artista, poeta y orador.
Su belleza viril y dulce atraía
todas las miradas. Estatura alta y flexible, blonda cabellera, ojos grandes y
azules, que reflejaban su pureza de ángel, cutis fino y rosado con una gracia
inefable, que parecía al centelleo de la belleza interior. Su madre le había
inculcado la devoción tierna a la Virgen, y ésta fue su salvación en aquellos
años juveniles, llenos de facilidades, de promesas e ilusiones.
A los veinte años perdió a su
madre. El mundo le codiciaba. En 1113 entró con treinta jóvenes en la recién
fundada abadía del Cister. “Esto es una locura”, le decían sus hermanos asustados.
Pero luego ellos mismos siguieron el ejemplo.
San Bernardo fue un monje
perfecto desde el primer día. En el año 1115 su abad Esteban lo envió con otros
doce compañeros a fundar el valle de Absintio, que San Bernardo llamó Claro
(Claraval). Por especio de cuarenta años debía desarrollar allí una fecunda
actividad apostólica.
En el nuevo monasterio organizó
la vida monacal con todo el rigor de la pobreza cisterciense. La fama de
santidad y espíritu de Claraval crecía constantemente. El número de monjes
crecía constantemente, siempre que salía de Claraval, volvía con una
muchedumbre de conversos, clérigos y legos, gentiles-hombres y letrados,
aristócratas y sabios que buscaban la paz del alma, la unión con Dios y el
desprendimiento de las criaturas. Nadie podía resistir ante aquel terrible
cazador de almas.
Hasta en el patíbulo y tabernas
encontraba seguidores. Un día se encontró con uno que llevaban a ahorcar y
pidió que se lo jasen para colgarlo con sus propias manos. Quería clavarlo en
la cruz de la vida religiosa y lo consiguió. En otra ocasión pasaba junto a una
taberna y se ofreció a jugar con un vicioso empedernido. “Y ¿qué vamos a jugar?”
“Tu, respondió el Santo, jugarás tu alma; yo mi mula”. Jugaron, en ganó efecto
ganó Bernardo y exclamó: “He ganado tu alma”. Y se lo llevó consigo a Claraval.
El nombre de Bernardo se hizo
célebre en toda la Iglesia. Se le llamó para secretario de Concilio de Troyes
en el año 1128, para dictaminar sobre los derechos del antipapa Anacleto en el
1130. Con este motivo tuvo que hacer hasta tres viajes a Roma desde 1123 hasta
1137.
En el 1139 asistió al segundo
Concilio de Letrán, en el mismo año emprendió la campaña teológica contra
Abelardo, hereje antitrinitario. En 1144 Eugenio III le entregó la predicación
de una cruzada, con tanto éxito que el rey de Francia y su esposa se
presentaron a recibir la Cruz. San Bernardo tuvo que hacer cruces con las tiras
de su hábito, porque no había tela para tantos como venían a hacerse cruzados.
Luego pasó a Alemania para completar su propaganda. En el año de 1148 redactó
en el Concilio de Reims una fórmula trinitaria contra los errores de Gilberto
de la Porée.
A su muerte había desarrollado
una labor inmensa. Se habían fundado ciento sesenta y tres monasterios por Francia, Alemania, Suecia,
Inglaterra, Irlanda, Suiza, Italia, España y Portugal.
Murió en el año de 1153 y fue
proclamado, por el Papa Pío VIII, Doctor de la Iglesia Universal.
Cuenca, 20 de agosto de 2019.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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