Tuvo como patria la ciudad de Florencia y fue de la noble familia Beniti o Benizi tan distinguida y respetada en toda Italia. Nació por los años de 1224. Su padre Jacobo y su madre Albanda, tuvieron gran cuidado de darle una educación cristiana.
Se cuenta de
su niñez que aún no tenía un año cuando llegaron a su casa a pedir limosna
algunos religiosos servitas; al verlos el niño empezó hablar por primera vez exclamando
milagrosamente: “Estos son los siervos de la Virgen”, prodigio que aumentó el
amor y la atención de sus padres.
Estudió
medicina en París y a su regreso a Florencia en el año 1254 ingresó en la orden
de los servitas, especialmente consagrada al culto de la Virgen. Fue superior
general de su Orden y adquirió notoriedad como predicador en países extranjeros
como Francia, Alemania y Países Bajos, contribuyendo a aumentar la devoción a
la Virgen María. También intervino en el concilio de Lyón en el año 1274,
cuando se lo propusieron se negó con la máxima obstinación a ser arzobispo de
Florencia.
A la muerte de
Clemente IV querían elegirle papa, ante lo cual, horrorizado, se apresuró a
esconderse, consiguiendo evitar lo que consideraba una catástrofe para él.
Quizá por obediencia hubiese tenido sus límites, no lo sabemos, el caso que
Felipe escuchó su voz interior y se negó.
Debilitada
extraordinariamente su salud al peso de sus trabajos y al rigor penitencial,
conoció que se acercaba su fin. Aunque desfallecido y sin fuerzas, pasó de Florencia a Sena y de Sena a Perusa, donde
recibió la bendición del Papa Honorio IV; y habiendo obtenido nuevos
privilegios para su orden, se encaminó a Todi, cuyos moradores le salieron al
encuentro con ramos de oliva en las manos para recibirlo como en triunfo. Entró
en la iglesia de su convento y postrado delante del altar de la Santísima
Virgen, exclamó: “Este será para siempre el lugar de mi reposo”. Le sobrevino
unas fiebres muy altas el día de la Asunción de María y pasó toda la octava con
continuos actos de amor de Dios, de afectos a la Santísima Virgen y de dolor de
sus pecados. EL último día de la octava mandó que le administraran los sacramentos
y después se quedó por tres horas como muerto. Vuelto de aquella especie de
desmayo, dijo que el demonio había hecho todos los esfuerzos que pudo para
perderlo, pero que la protección de la Virgen le había librado de aquel
peligro. Pidió después su libro, que así llamaba al crucifijo y aplicándoselo
al pecho estrechadamente entregó el alma al Creador el día 22 de agosto de
1285, aunque su fiesta se fijó el día 23 por concurrir el 22 la octava de la
Asunción. Tres días enteros estuvo el santo cuerpo sin ser posible darle sepultura
por el innumerable número de gente que
lo visitaba. El año de 1670 le canonizó el Papa Clemente X.
Cuenca, 22 de agosto de 2019.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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