miércoles, 21 de agosto de 2019

San Felipe Benicio, confesor. Quien no quiso ser Papa.


Tuvo como patria la ciudad de Florencia y fue de la noble familia Beniti o Benizi tan distinguida y respetada en toda Italia. Nació por los años de 1224. Su padre Jacobo y su madre Albanda, tuvieron  gran cuidado de darle una educación cristiana.

Se cuenta de su niñez que aún no tenía un año cuando llegaron a su casa a pedir limosna algunos religiosos servitas; al verlos el niño empezó hablar por primera vez exclamando milagrosamente: “Estos son los siervos de la Virgen”, prodigio que aumentó el amor y la atención de sus padres.

Estudió medicina en París y a su regreso a Florencia en el año 1254 ingresó en la orden de los servitas, especialmente consagrada al culto de la Virgen. Fue superior general de su Orden y adquirió notoriedad como predicador en países extranjeros como Francia, Alemania y Países Bajos, contribuyendo a aumentar la devoción a la Virgen María. También intervino en el concilio de Lyón en el año 1274, cuando se lo propusieron se negó con la máxima obstinación a ser arzobispo de Florencia.

A la muerte de Clemente IV querían elegirle papa, ante lo cual, horrorizado, se apresuró a esconderse, consiguiendo evitar lo que consideraba una catástrofe para él. Quizá por obediencia hubiese tenido sus límites, no lo sabemos, el caso que Felipe escuchó su voz interior y se negó.

Debilitada extraordinariamente su salud al peso de sus trabajos y al rigor penitencial, conoció que se acercaba su fin. Aunque desfallecido y sin fuerzas, pasó  de Florencia a Sena y de Sena a Perusa, donde recibió la bendición del Papa Honorio IV; y habiendo obtenido nuevos privilegios para su orden, se encaminó a Todi, cuyos moradores le salieron al encuentro con ramos de oliva en las manos para recibirlo como en triunfo. Entró en la iglesia de su convento y postrado delante del altar de la Santísima Virgen, exclamó: “Este será para siempre el lugar de mi reposo”. Le sobrevino unas fiebres muy altas el día de la Asunción de María y pasó toda la octava con continuos actos de amor de Dios, de afectos a la Santísima Virgen y de dolor de sus pecados. EL último día de la octava mandó que le administraran los sacramentos y después se quedó por tres horas como muerto. Vuelto de aquella especie de desmayo, dijo que el demonio había hecho todos los esfuerzos que pudo para perderlo, pero que la protección de la Virgen le había librado de aquel peligro. Pidió después su libro, que así llamaba al crucifijo y aplicándoselo al pecho estrechadamente entregó el alma al Creador el día 22 de agosto de 1285, aunque su fiesta se fijó el día 23 por concurrir el 22 la octava de la Asunción. Tres días enteros estuvo el santo cuerpo sin ser posible darle sepultura por el innumerable número de gente  que lo visitaba. El año de 1670 le canonizó el Papa Clemente X.

Cuenca, 22 de agosto de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario