Siempre nos
hemos sentidos atraídos por las criaturas misteriosas, criaturas de cuento, de
esos cuentos encantados de príncipes y princesas. Criaturas como el dragón, la montícola,
la hidra, el grifo y el basilisco.
Todas estas
criaturas pueden ser reales o imaginarias, criaturas extrañas que han poblado
la tierra, habitado sus océanos y surcado sus cielos desde tiempo inmemoriales,
sembrando el terror y el asombro de quienes los observaban y padecían. A lo
largo de los siglos, algunos de los monstruos más feroces han quedado
confinados a las leyendas, convirtiéndose en un vívido testimonio de la
imaginación del hombre.
La hidra |
Nos parece
increíble que estas criaturas puedan descender de algún modo de bestias reales,
de algunas de las cuales se tenían noticias únicamente a través de los informes
de viajeros y exploradores a la vuelta de sus expediciones a lejanos mundos no
explorados.
Como animal
misterioso está catalogado el grifo, una invención medieval que se suponía que
habitaba en algún país lejano, es una imaginativa combinación del león y el
águila. Más de un monstruo ficticio fue modelado a partir de la serpiente, un
animal largamente identificado con el mal, como hablábamos ayer en el artículo
del “bestiario del diablo”. Es casi
seguro que la serpiente sea el origen del dragón lanzallamas, una criatura a la
que parecen habérsele añadido las alas de un murciélago y las extremidades de
un lagarto.
Dragón lanzallamas. |
Los estudiosos
han apuntado a menudo la posibilidad de que la creación de tales monstruos se
haya inspirado en los restos de animales ya extintos como el mamut y los osos
cavernarios.
Si el origen
exacto de los monstruos míticos es un misterio, también lo son las razones que
llevaron a su invención. Quizá resultaban una forma adecuada de representar los
miedos y fantasías más profundas del hombre o una manera de explicar fenómenos
naturales que carecían de causa evidente.
La rejería del
siglo XVI de la Catedral de Cuenca está llena de estos seres mitológicos, como
parte del contenido catequético, que cada benefactor quiso dejar impreso a las
generaciones posteriores. Este arte en el hierro hace dos funciones importantes
en cada capilla, proteger su interior e informar y catequizar cristianamente a
través de la iconografía que fue trazada y plasmada en el hierro para que
generaciones posteriores, como la nuestra, aprenda sus creencias y sepa
encontrar de nuevo el camino de la fe de nuestros mayores y antepasados.
Sirva esto de
adelanto de lo que hablaré en próximo día.
Cuenca, 31 de
marzo de 2020.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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