El arcángel
san Gabriel fue el mensajero escogido por Dios para presentar a María la
propuesta de que había de surgir la victoria de la humanidad contra el demonio.
Dice San
Bernardo que Gabriel era ángel guardián de la Santísima Virgen y que Dios tiene
costumbre de comunicarnos sus gracias por la intercesión de nuestro ángel
custodio. Otra razón da san Gregorio: “Es
que la Encarnación del Hijo de Dios es un misterio tan sublime y tan difícil
que Dios ha intervenido con todo su poder. Pertenecía, pues, principalmente al
ángel Gabriel, cuyo nombre significa “la fuerza de Dios”, ser negociador en tan
grande empresa”.
La Anunciación. Capilla de la Asunción. S.XVI Obra de Martín Gómez el Viejo
Catedral de Cuenca.
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Llegó por fin
la hora prefijada en los eternos decretos de apiadarse de los humanos la divina
justicia ultrajada. Llegó la hora de la misericordia. Era la media noche del 25
de marzo: La Virgen María velaba en su oratorio, dice san Vicente Ferrer, y
releía las palabras de Isaías: “He aquí
que una Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo que será llamado Emanuel”.
Detenida la
lectura, comenzó a meditar esta profecía, pensando en lo íntimo de su corazón:
“¡Oh Señor! ¿Quién será esta Virgen digna de concebir al Hijo de Dios, digna de
ser Madre de Dios y Reina del cielo?” Suplicaba humildemente al Señor que
prolongara su vida con el fin de poder conocer a esta feliz Señora y servirla:
“Señor –exclamaba- conservadme la vista para mirarla, el oído para oírla, la
lengua para hablarle, las manos para servirla”.
En ese preciso
momento, el ángel Gabriel, tomaba la forma humana, aparece ante el oratorio de
la Virgen. Había entrado sin abrir las puertas, ya que el cuerpo que lo formaba
no era de materia humana como el nuestro. Entró en silencio y con profundísima
humildad, pues no venía a ordenar, sino más bien, a suplicar el consentimiento de la Virgen.
Después de
haber tranquilizado a la María el arcángel san Gabriel en nombre de Dios, le
explica el motivo de su embajada y le propone el maravilloso pacto, el
admirable contrato que el Creador quiere negociar con la criatura: “He aquí, le
dice el ángel, que concebirás y darás a luz un hijo a quien llamarás Jesús.
Será grande y se llamará Hijo del Altísimo. El Señor le concederá el trono de
David, su padre, y reinará eternamente sobre la casa de Jacob…”
En el mismo
instante que María dio su conformidad, la Santísima Trinidad operó en ella la
más portentosa de sus obras. Por el poder del Padre y el amor del espíritu
Santo, el Verbo, Sabiduría eterna de Dios, como el rayo del sol que atraviesa
un cristal sin romperle ni mancharle, entró personalmente en el seno de la
Virgen, y de su purísima sangre juntas a revertir el Verbo de la naturaleza
humana; pero únicamente la persona del Verbo se despojó a nuestra vista del
resplandor de la divinidad, tomó la forma de esclavo y se hizo hombre semejante
en todo a nosotros, a juzgar por su apariencia externa.
Medallón de la Anunciación. Capilla de los Caballeros. S. XVI
Catedral de Cuenca
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Tal relato se
cumple en el medallón de la reja de la
capilla de los Caballeros de la Catedral conquense, cada año, en el primer
domingo de Adviento (último domingo de noviembre o primer domingo de diciembre)
los rayos del sol atraviesa el vitral de Torner para llevar su luz brillante al
medallón de la Anunciación, sobre las 12.30h, recordándonos el misterio de la
Encarnación de Cristo que se hace patente año tras año en el interior del
templo magno. La Casa de Dios por excelencia. La Catedral de Cuenca.
Llegada de los rayos del sol al medallón de la reja de la capilla de los Caballeros.
Primer domingo de Adviento.
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Cuenca, 25 de
marzo de 2020.
©José
María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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