viernes, 20 de marzo de 2020

Los amuletos como dicha de bienes.

   Hay objetos que les tenemos cierto aprecio o que nos recuerdan a alguien o un momento especial. Un amuleto puede ser cualquier cosa con un significado o recuerdo, algo que te ha regalado alguien, que tiene buenos deseos hacia ti o algo que portaba alguien a quien tenías en gran estima.

El poder de los amuletos no está relacionado con el precio o valor monetario del mismo, ni con el material de que está hecho, es el valor sentimental o afectivo el que le da el verdadero valor y el impulso para crear en ti la suficiente fuerza para llegar a conseguir lo que deseas, todo está en tu interior.

Siempre que veo un trébol de cuatro hojas me acuerdo de mi época de estudiante que cuando me encontraba con un trébol de estas características me decía a mí mismo, Josemari hoy será tu día de suerte. Y es que un trébol de cuatro hojas es un amuleto de la buena suerte de conocimiento universal. Las cuatro hojas representan la esperanza, la fe, el amor y la suerte. Dice la tradición que cuando nuestros primeros padres se vieron obligados a abandonar el Paraíso, Eva se llevó consigo un trébol de cuatro hojas como recuerdo y ello nos dio la esperanza de la Redención y el regreso, algún día, al Paraíso perdido.
Trébol de cuatro hojas.

Tenemos que pensar que encontrar un trébol de cuatro hojas es una suerte, pues los estudios sobre la mutación genética de esta planta dicen que por cada trébol de cuatro hojas hay 10.000 tréboles normales. Por tanto el encontrar un trébol de cuatro hojas trae buena suerte y garantiza una vida repleta de felicidad y fortuna, al menos ese día en que lo hemos hallado.


Otro amuleto interesante es el “árbol de la vida”. En mis estudios sobre los arcángeles del siglo XIII de la Catedral de Cuenca, me dí de bruces, con un medallón que tenía el arcángel Jophiel sujetando su capa. Este arcángel es representado llevando un códice cerrado en sus manos, como un libro y otro broche cierra y asegura el contenido del manuscrito. El arcángel Jophiel tiene el don de la enseñanza, es decir, el mostrar al hombre las veces que sean necesarias, hasta que su alma quede iluminada, el plan divino que hay establecido para él.
Arcángel Jophiel (Luz de Dios)
Catedral de Cuenca.
Es curioso y me llamó mucho la atención que su representación más común fuera llevando una espada y un libro. En esta ocasión lo vemos sólo con el libro, y es el libro de la sabiduría que reconoce la apertura mental y la libertad que se obtiene con la pérdida de la ignorancia. Su ropaje suele ser dorado, (aunque haya perdido su esplendor y nos quede sólo el color de la piedra) representa la iluminación y la santidad y el libro encarna el conocimiento y el árbol de la vida acrecentado con el amuleto que sujeta su capa (que en su interior está esculpido el árbol de la vida), hace ver el alcance de la iluminación del saber.
Centrándome más en el amuleto diré que el árbol de la vida es fuente de conocimiento y simboliza varias cosas: el aliento vital, que es el aliento tan necesario para la vida y la conexión entre esta vida y la eternidad. A su vez, cada una de las distintas partes del árbol simboliza algo diferente. Las raíces simbolizan la conexión con la madre tierra; el tronco, la fuerza necesaria para mantenerse y sentirse vivo; las ramas, el deseo de crecer y alcanzar objetivos cada vez más altos; las hojas, la necesidad de buscar el sustento y por último los frutos que es el símbolo de la entrega a los demás.
Árbol de la vida.

Siguiendo con el significado angelical diré que cada uno de los arcángeles que integran el triforio de nuestra Catedral tiene su historia y su motivo de estar ahí, como muy bien sabéis quienes asistir a mis visitas guiadas de los primeros sábados de mes. Pues bien quiero recordaros la historia de Jophiel (Luz de Dios) porque viene al pelo con los momentos que estamos viviendo actualmente y creo que nos puede ayudar a pasar estas calamidades sociales que nos ha tocado vivir.
La tradición cuenta que cuando el rey David se encontraba en los umbrales de la muerte, llamó a su hijo y sucesor, Salomón, para despedirse de él. Salomón joven e inexperto estaba preocupado por la corona que pronto sería suya y le rogó a su padre que le dejara algo que le ayudara en tiempos difíciles. Su padre le dio un joyero que contenía una moneda y le dijo: “Cuando te encuentres en aprietos, abre este estuche y mira la cara de la moneda. Pero cuando te encuentres en la cima del bienestar, vuelve a abrirlo y dale la vuelta y mira el lado opuesto. Que Dios sea contigo, hijo mío” y a los pocos días murió el rey David.
Pequeña cajita de bronce, recuerdo de familia.
Pasaron unos años y Salomón se encontró asediado por problemas graves, estaba abatido y recordó el consejo de su padre y abrió el joyero, en la cara de la moneda leyó: Gam zeh ya`avor que quiere decir: “esto también pasara”. Se sintió profundamente reconfortado por el mensaje y volvió a tomar el control de su destino con confianza y decisión.
Cuando todo andaba bien en su reino, sus barcos surcaban los mares y su pueblo disfrutaba de una gran prosperidad y con el templo de Jerusalén terminado, se volvió vanidoso y el diablo Asmodeo lo tentó golpeando a la puerta de su corazón. Salomón preguntó al rey de los demonios como estaba encadenado siendo el rey del mal que acecha a este mundo y puesto a los pies de un simple mortal como era él. Asmodeo respondió que si le quitaba las cadenas y le prestaba su anillo mágico, podría probarle los poderes que poseía y Salomón dentro de su vanidad le entregó el anillo y lo liberó. El demonio poniéndose en pié ante él, con una de sus alas tocó el cielo y con la otra tocó la tierra, tomó a Salomón y lo llevó volando a muchos kilómetros de Jerusalén dejándolo abandonado, luego el diablo se designó a sí mismo rey de la Tierra, asolándola y creando mil males a sus habitantes, como pestes, hambre y soledad.
Durante años Salomón vagó por la tierra pidiendo misericordia para un rey que había sido engañado por su vanidad y en un momento, cuando ya no podía más, se acordó del regalo de su padre, que era lo único que le quedaba en posesión.
 Abriendo el estuche y leyó: Gam zeh ya`avor que quiere decir: “esto también pasara”. Desde ese instante todo volvió a la normalidad. Una vez recuperado su reino y estando en la cima de la gloria pensó de nuevo en la moneda y en su reverso. Y si en los tiempos difíciles le había ayudado a superar los obstáculos ¿cuál podría ser el mensaje de la moneda en tiempos de bonanza?, así que le dio la vuelta a la moneda y leyó: Gam zeh ya`avor que quiere decir: “esto también pasara” y así fue como Salomón se convirtió en el ser más sabio de todos los tiempos.
Ahora estamos pasando unos tiempos difíciles con el coronavirus, pidamos la intersección del arcángel san Jophiel para que nos saque de esta pandemia que nos asedia a la humanidad.


Como vamos a estar por aquí largo y tendido por la cuarentena del coronavirus, hoy termino con un amuleto que nos ha llegado de otras latitudes como es el Ying y el Yang
Amuleto del Ying y el Yang.
Este amuleto representa lo positivo y lo negativo, el día y la noche. Nos hace ver cómo dos fuerzas aparentemente opuestas pueden ser complementarias, apoyándose la una en la otra hasta formar una unidad perfecta como un círculo. No sé si comprendéis este amuleto, intentaré explicarlo lo más resumido posible. Dentro del círculo esta dividido en dos partes: la parte negra representa el ying (el principio femenino que se asocia con la tierra, la pasividad y la oscuridad) y la parte blanca representa el yang (el principio masculino relacionado con el cielo, la actividad y la luz), Dado que depende el uno del otro, la zona ying incluye un embrión blanco del yang y de forma semejante, la demarcación yang contiene un embrión negro del ying, diciéndonos que todo esta conexionado entre sí.

El llevar al cuello un amuleto como éste te permite comprender que no hay noche sin día, ni bien sin mal y te ayuda a sobrellevar con paciencia los momentos difíciles que se presentan, haciendo cambiar tu suerte, dándote lo necesario para que veas la vida con tu mejor sonrisa.

Cuenca, 20 de marzo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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