martes, 20 de abril de 2021

Un mundo sin Dios

   Salimos de una Semana Santa atípica, donde confinados en nuestras casas hemos sido testigos ausentes de las muertes de nuestros allegados, conocidos y familiares como una Pasión real, pero al mismo tiempo ausentes de la realidad que se cuece a nuestro alrededor.

Podemos decir que todavía sentimos la presencia, cada día, entre nosotros de ese Cristo que se dio, que sigue viviendo con nosotros, junto a nosotros, sobre la tierra que es suya y nuestras, sobre esta tierra que le acogió, niño, entre los niños y, acusado , entre los ladrones; al resucitar vive como los vivos sobre la tierra de los hombres, invisible, a caso, aún para aquellos que le buscan, puede que bajo la figura de un pobre que compra personalmente su pan y nadie repara en él.

Señor, ha llegado el tiempo en que debes mostrarte de nuevo a todos y dar una prenda de ti, perentoria e irrecusable, a esta generación. Tú ves, oh Jesús, nuestra necesidad; tú ves hasta donde llega nuestra gran necesidad; no puedes, no conocer que nuestra necesidad es incapaz de mayor espera; no puedes, no conocer cuán dura y cierta es nuestra angustia, nuestra indigencia, nuestra desesperanza; tú sabes cuánto necesitamos de una intervención tuya, cuán necesaria es tu vuelta.

Sea ella en buena hora una vuelta breve, sea ella imprevista, seguida inmediatamente de una imprevista partida; una sola aparición, un llegar y volver a partir, una sola palabra a tu llegada y una palabra sola al desaparecer de nuevo, una sola palabra de tu eternidad, una palabra sola por todo tu silencio.

Necesitamos de ti, sólo de ti y de nadie más. Solamente tú, que nos amas, puedes sentir por todos nosotros que sufrimos la compasión que cada uno de nosotros siente de sí mismo. Sólo tú, puedes sentir cuán grande, cuán inconmensurablemente grande es la necesidad que hay de tí en este mundo, en esta hora del mundo. Nadie de tantos como viven, nadie de los que duermen en el fango de la gloria puede darnos a nosotros necesitados, a nosotros derrumbados en la atroz penuria, en la miseria la más tremenda de todas, la del alma, el bien que salva.

Tu sabes todo esto, Cristo Jesús y ves que ha llegado de nuevo la plenitud de los tiempos y que este mundo, febricitante y bestializado, bien merece ser castigado con un diluvio de fuego, o salvado por tu mediación. Solo la Iglesia, la Iglesia fundada por ti sobre la Piedra de Pedro. Te rogamos, pues Cristo, que nos saques de este hoyo profundo donde nuestra inconsciencia humana nos ha metido.

La gran experiencia llega a su fin. Los hombres, apartándose del Evangelio han encontrado la desolación y la muerte. Más de una promesa y más de una amenaza se ha cumplido. Ya no nos queda a nosotros, desheredados, sino la esperanza de tu vuelta. Si no vienes a despertar a los dormidos acurrucados en el cieno pestilente de nuestro infierno, es señal evidente de que el castigo que padecemos es harto breve y ligero para lo que merece nuestra traición, y que quieras cambiar el orden de tus leyes. Hágase, Señor tu voluntad ahora y siempre, en el cielo y en la tierra.

Pero nosotros, te esperamos. Te esperamos día a día a pesar de nuestra indignidad y contra todo imposible y todo el amor que podemos exprimir de nuestro corazón devastado imploramos tu vuelta para que nos saques de esta iniquidad. 

Publicado en Cuenca, 20 de abril de 2020.

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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-Historia de Cristo. Mñor. Agustin Piaggio. 1922.

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