sábado, 9 de marzo de 2024

Santos mártires de Sebaste. Festividad del día 10 de marzo.

    Entre los santos que el día 10 de marzo celebramos, he elegido a este grupo de mártires que en realidad fueron 39.

Con relación a los cuarenta mártires de Sebaste nos dan una gran lección: “la importancia absoluta de la perseverancia hasta el final”. No basta luchar; hay que llegar hasta el fin, pues no será coronado sino el que termine como buen soldado de Cristo. Eran cuarenta soldados; todos habían confesado varias veces la fe; todos habían sido encarcelados; todos habían padecido diversas clases de tormentos; todos parecían que tocaban con las manos la palma de la victoria. Más cuando faltaban unos minutos, tal vez segundos, para llegar a la meta, uno de ellos flaqueó y perdió la corona gloriosa del martirio. “El que pone su mano en la esteva del arado (pieza corva del arado donde se apoyaba la mano para dirigir el arado) y la quita después no es digno del reino de los cielos”.

Estamos en el año 320, en Sabaste de Armenia, durante la persecución de Licinio, que se había quedado con la parte oriental del Imperio Romano. A una con Constantino había promulgado el 313 el edicto de Milán, que concedía a la Iglesia la libertad.

Licio enemigo acérrimo de los cristianos empezó por prohibir las reuniones en las iglesias, que los obispos saliesen de sus territorios para evangelizar, confiscó los bienes de las comunidades cristianas y aún de los particulares y echó de la corte y del ejército a todos aquellos que se negaron sacrificar a los dioses del Imperio.

En Sabaste fueron expulsados del ejército y encarcelados a cuarenta oficiales y soldados, siendo encarcelados. Habían recibido la sagrada comunión en la cárcel y se sentían bien preparados para el martirio. Antes de ser arrojados a las llamas debían  pasar la noche desnudos en un estanque helado, como habla san Efrén, con un viento frío del norte.

El hielo se pegaba a las carnes, la piel se amorataba y se agrietaba con horrendo espanto. En aquella angustia y agonía, un infeliz desfalleció, corrió a las pilas de agua templada, que la tenían cerca, tan vez en las termas del “gymnasium”, para reavivar a los que en la última hora, saliéndose del estanque helado, corriesen allá en prueba de que apostataban y renunciaban a la fe de Cristo. El pobre infeliz no pudo  reaccionar en las aguas calientes y murió, con pérdida de la vida terrena y la corona eterna de la gloria.

El piquete de guardia fue testigo de los hechos. Vieron bajar del cielo una fila de ángeles con coronas en las manos que paraban sobre las cabezas de los mártires cristianos, siendo éstas 39 como así eran los martirizados.

Al día siguiente hallaron a todos muertos, los echaron en los carros y los llevaron a quemar cerca del río, luego las aguas llevaron sus cenizas.

Publicado en Cuenca, 10 de marzo de 2020 y el 10 de marzo de 2024.

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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