De su pontificado partió que las mujeres entraran a la
iglesia con la cabeza cubierta.
Mucho conocemos de San Pedro y
San Pablo. Nuestra catedral está sembrada por doquier de sus rostros con los
atributos de su martirio. Hay santos que no están representados pero que su
vida resulta interesante como puede ser la de San Lino. Hoy os contaré su
historia en honor y recordatorio del tío de mi mujer que así se llamaba.
San Lino |
Me enteré de su existencia una
mañana de domingo acompañando a mi querido abuelo Sabino a Misa dominical. Si
me dejáis os contaré como fue.
El verano rendía sus últimos
coletazos en los postreros días de septiembre, las mañanas amanecían frescas y
las calles empinadas de Santa Coloma, Caballeros y Alfonso VIII se hacían menos
pesadas en la subida. Esa mañana nos
acompañó mi abuela Florencia y fue a buscar el velo negro bordado con primor
era algo digno que llamaba la atención por las filigranas que formaban sus
bordados florales.
Mi abuelo se fijo en el velo que
se puso mi abuela al cuello para luego alzarlo al entrar en la Catedral y sin
más me preguntó. –Josemari ¿sabes por qué se ponen las mujeres el velo para
entrar en las iglesias y quien fue el que lo mando hacer así? –Ni se me ocurre
abuelo. Fue San Lino, hoy celebramos su fiesta. Mira Josemari, Lino fue el
primer obispo de Roma, quien sucedió al mismo San Pedro en el año 66 de nuestro
Señor. Era natural de Volterra de la Toscana de Italia, hijo de un señor
llamado Herculano y de aquella misma Claudia a quien elogia San Pedro en la
Epístola que escribió a Timoteo nueve o diez meses antes de su muerte (2º Tm.
4, 21), lo que hace creer que toda esta familia había abrazado el cristianismo.
Así fuimos subiendo lentamente a la capilla de la Virgen del Sagrario donde se
celebraba la Santa Misa.
Terminada la misa mi abuela
partió para casa para hacer la comida mientras nosotros nos quedamos buscando
los retratos de San Pablo pero no encontramos a ningún San Lino por ninguna
parte. – Como ves no todos los santos están en el interior del Templo pero si
tenemos que llevarlos en el corazón y recordar sus ejemplares vidas para
imitarlos y llegar a la perfección en la fe del Señor. –La impaciencia me
abrumaba y le dije: ¡pero me vas a contar la historia de San Lino o seguimos
buscándolo! No te impacientes Josemari ahora si ha templado la mañana nos
sentamos en Mangana y te sigo contando. Según íbamos de la mano y subiendo para
Mangana me siguió contando: “Quiso aprovechar San Pedro de la tranquilidad que
gozaba la Iglesia en el tiempo del emperador Claudio y los diez primeros años
de Nerón, para asistir al concilio de Jerusalén y hacer muchos viajes
apostólicos, como lo hizo hacia el año 48 d Cristo; y para no dejar sin pastor
a su rebaño, ordenó obispo a nuestro Lino, dejándolo como vicario de Roma junto
con San Clemente, en el tiempo que San Pedro permaneció fuera de Roma.
Cierto día viendo la necesidad
que había de mandar a alguien de confianza a las Gaulas para dar luz a los cristianos
de esa zona, guiado por el Espíritu Santo llegó
a Besanzón, capital de Franco-Condado, San Lino. Antes de llegar a la
ciudad encontró a un tribuno de la plebe y éste le miró desconfiado,
preguntándole de donde era y que religión procesaba. Nuestro querido Lino le
puso al día de cuanto era la fe cristiana, y Onosio, que así se llamaba el
tribuno, por curiosidad, ligereza o burla, por haber antes oído hablar de
Jesucristo, brindó al Santo el ir a su casa, prendado de su modestia, dulzura y
santidad pidió el bautismo y cedió su casa que San Lino hizo de ella una
pequeña Iglesia con el título de la Resurrección del Salvador y en honor de la
Madre de Dios y de San Esteban. Crecían las conversiones en toda la ciudad de
Besanzón, cuando iban los paganos a ofrecer a sus dioses un gran número de
sacrificios, horrorizado San Lino de tal barbaridad se plantó en medio de la
plaza y digo: ¿Qué vais a hacer engañados y miserables hijos míos? A ofrecer
vais sacrificios; ¿pero a quien? A unos ídolos que no valen el incienso que
quemáis, y son inferiores a las víctimas que les ofrecéis. ¿Qué señales de
divinidad encontráis en unos troncos inanimados, o en unas piedras insensibles,
que deben todo al ser dioses a la azuela, el escoplo y al martillo, incapaces
de defenderse a sí mismos de los estragos del fuego, y de ponerse a cubierto
contra los golpes de una ruina? Cesad de rendir adoración a viles criaturas. No
hay otro Dios que el único Dios Creador del Cielo y de la tierra…”. Al terminar
de hablar San Lino un rayo fulminante bajo de las nubes echando por tierra una
de las columnas del templo y reduciendo a polvo el ídolo que sostenía.
Atemorizado y aturdido el pueblo, todos iban a abandonar el lugar cuando los
sacerdotes de los ídolos exaltaron a la plebe
descargando sobre San Lino una lluvia de golpes y le echaron de la ciudad. La Iglesia de
Besanzón debe su conversión a San Lino y siempre lo han venerado como su primer
obispo y apóstol.
De aquí partió a Roma donde llegó
el tiempo donde seria martirizado por el año 68 siendo elegido por unanimidad
para digno sucesor de San Pedro por su ardiente celo en la propagación de la fe
y la caridad universal que le constituía padre de los pobres.
-Todo esto está muy bien, abuelo,
pero ¿Qué pasa con eso del velo? Bien, te explico: San Lino iba de casa en casa
instruyendo a los catecúmenos, esforzando a los confesores, y animando a los
fieles con sus palabras, limosnas y ejemplo. Consagró muchos obispos y ordenó
muchos ministros del altar. Mandó que las mujeres no entrasen en las iglesias con
la cabeza descubierta, como antes lo habían mandado San Pedro y San Pablo, que
habían prescrito no apareciesen jamás en ella sin la decencia y honestidad del
velo. Dejó escrita la historia de lo que sucedió entre San Pedro y Simón Mago y
dos libros sobre el martirio de los Apóstoles, ya que había sido testigo ocular
de la muerte de San Marcos y San Lucas.
Toda Roma admiraba a San Lino por
el esplendor de sus virtudes y milagros, siendo tan poderoso su nombre que solo
invocarlo bastaba para que enmudecieran los demonios. Con la señal de la Cruz
los expelía de los cuerpos que habían poseído. No solo resucitaba a los muertos
a los ojos de toda la ciudad, sino que hasta los paganos le respetaban.
Saturnino, varón consular, viendo a su hija poseída del demonio, acudió a San
Lino, que con la señal de la Cruz la dejó libre de aquel infernal huésped.
Fue martirizado cortándole la
cabeza en el año 78 de Jesucristo siento enterrado en el Vaticano cerca del
Apóstol San Pedro.
Ese día aprendí por que se
llevaban las mujeres velos en las iglesias pero también aprendí una cosa
importante, que tenemos enemigos invisibles como son los demonios que por medio
de nuestras malas inclinaciones nos arrastran a la pérdida del buen sendero que
nos lleva a alcanzar la Eternidad. Pidamos a San Lino que nos ayude a
mantenernos en el camino recto de la fe.
Cuenca, 23 de septiembre de 2018.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
FUENTE DOCUMENTAL:
Año Cristiano y fastos
del cristianismo, según el P. Croiset. Madrid. 1846
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