sábado, 22 de septiembre de 2018

San Lino primer Obispo de Roma, segundo Papa


De su pontificado partió que las mujeres entraran a la iglesia con la cabeza cubierta.

Mucho conocemos de San Pedro y San Pablo. Nuestra catedral está sembrada por doquier de sus rostros con los atributos de su martirio. Hay santos que no están representados pero que su vida resulta interesante como puede ser la de San Lino. Hoy os contaré su historia en honor y recordatorio del tío de mi mujer que así se llamaba.
San Lino

Me enteré de su existencia una mañana de domingo acompañando a mi querido abuelo Sabino a Misa dominical. Si me dejáis os contaré como fue. 

El verano rendía sus últimos coletazos en los postreros días de septiembre, las mañanas amanecían frescas y las calles empinadas de Santa Coloma, Caballeros y Alfonso VIII se hacían menos pesadas en la subida. Esa mañana  nos acompañó mi abuela Florencia y fue a buscar el velo negro bordado con primor era algo digno que llamaba la atención por las filigranas que formaban sus bordados florales.

Mi abuelo se fijo en el velo que se puso mi abuela al cuello para luego alzarlo al entrar en la Catedral y sin más me preguntó. –Josemari ¿sabes por qué se ponen las mujeres el velo para entrar en las iglesias y quien fue el que lo mando hacer así? –Ni se me ocurre abuelo. Fue San Lino, hoy celebramos su fiesta. Mira Josemari, Lino fue el primer obispo de Roma, quien sucedió al mismo San Pedro en el año 66 de nuestro Señor. Era natural de Volterra de la Toscana de Italia, hijo de un señor llamado Herculano y de aquella misma Claudia a quien elogia San Pedro en la Epístola que escribió a Timoteo nueve o diez meses antes de su muerte (2º Tm. 4, 21), lo que hace creer que toda esta familia había abrazado el cristianismo. Así fuimos subiendo lentamente a la capilla de la Virgen del Sagrario donde se celebraba la Santa Misa.

Terminada la misa mi abuela partió para casa para hacer la comida mientras nosotros nos quedamos buscando los retratos de San Pablo pero no encontramos a ningún San Lino por ninguna parte. – Como ves no todos los santos están en el interior del Templo pero si tenemos que llevarlos en el corazón y recordar sus ejemplares vidas para imitarlos y llegar a la perfección en la fe del Señor. –La impaciencia me abrumaba y le dije: ¡pero me vas a contar la historia de San Lino o seguimos buscándolo! No te impacientes Josemari ahora si ha templado la mañana nos sentamos en Mangana y te sigo contando. Según íbamos de la mano y subiendo para Mangana me siguió contando: “Quiso aprovechar San Pedro de la tranquilidad que gozaba la Iglesia en el tiempo del emperador Claudio y los diez primeros años de Nerón, para asistir al concilio de Jerusalén y hacer muchos viajes apostólicos, como lo hizo hacia el año 48 d Cristo; y para no dejar sin pastor a su rebaño, ordenó obispo a nuestro Lino, dejándolo como vicario de Roma junto con San Clemente, en el tiempo que San Pedro permaneció fuera de Roma.

Cierto día viendo la necesidad que había de mandar a alguien de confianza a las Gaulas para dar luz a los cristianos de esa zona, guiado por el Espíritu Santo llegó  a Besanzón, capital de Franco-Condado, San Lino. Antes de llegar a la ciudad encontró a un tribuno de la plebe y éste le miró desconfiado, preguntándole de donde era y que religión procesaba. Nuestro querido Lino le puso al día de cuanto era la fe cristiana, y Onosio, que así se llamaba el tribuno, por curiosidad, ligereza o burla, por haber antes oído hablar de Jesucristo, brindó al Santo el ir a su casa, prendado de su modestia, dulzura y santidad pidió el bautismo y cedió su casa que San Lino hizo de ella una pequeña Iglesia con el título de la Resurrección del Salvador y en honor de la Madre de Dios y de San Esteban. Crecían las conversiones en toda la ciudad de Besanzón, cuando iban los paganos a ofrecer a sus dioses un gran número de sacrificios, horrorizado San Lino de tal barbaridad se plantó en medio de la plaza y digo: ¿Qué vais a hacer engañados y miserables hijos míos? A ofrecer vais sacrificios; ¿pero a quien? A unos ídolos que no valen el incienso que quemáis, y son inferiores a las víctimas que les ofrecéis. ¿Qué señales de divinidad encontráis en unos troncos inanimados, o en unas piedras insensibles, que deben todo al ser dioses a la azuela, el escoplo y al martillo, incapaces de defenderse a sí mismos de los estragos del fuego, y de ponerse a cubierto contra los golpes de una ruina? Cesad de rendir adoración a viles criaturas. No hay otro Dios que el único Dios Creador del Cielo y de la tierra…”. Al terminar de hablar San Lino un rayo fulminante bajo de las nubes echando por tierra una de las columnas del templo y reduciendo a polvo el ídolo que sostenía. Atemorizado y aturdido el pueblo, todos iban a abandonar el lugar cuando los sacerdotes de los ídolos exaltaron a la plebe  descargando sobre San Lino una lluvia de golpes  y le echaron de la ciudad. La Iglesia de Besanzón debe su conversión a San Lino y siempre lo han venerado como su primer obispo y apóstol.

De aquí partió a Roma donde llegó el tiempo donde seria martirizado por el año 68 siendo elegido por unanimidad para digno sucesor de San Pedro por su ardiente celo en la propagación de la fe y la caridad universal que le constituía padre de los pobres.

-Todo esto está muy bien, abuelo, pero ¿Qué pasa con eso del velo? Bien, te explico: San Lino iba de casa en casa instruyendo a los catecúmenos, esforzando a los confesores, y animando a los fieles con sus palabras, limosnas y ejemplo. Consagró muchos obispos y ordenó muchos ministros del altar. Mandó que las mujeres no entrasen en las iglesias con la cabeza descubierta, como antes lo habían mandado San Pedro y San Pablo, que habían prescrito no apareciesen jamás en ella sin la decencia y honestidad del velo. Dejó escrita la historia de lo que sucedió entre San Pedro y Simón Mago y dos libros sobre el martirio de los Apóstoles, ya que había sido testigo ocular de la muerte de San Marcos y San Lucas.

Toda Roma admiraba a San Lino por el esplendor de sus virtudes y milagros, siendo tan poderoso su nombre que solo invocarlo bastaba para que enmudecieran los demonios. Con la señal de la Cruz los expelía de los cuerpos que habían poseído. No solo resucitaba a los muertos a los ojos de toda la ciudad, sino que hasta los paganos le respetaban. Saturnino, varón consular, viendo a su hija poseída del demonio, acudió a San Lino, que con la señal de la Cruz la dejó libre de aquel infernal huésped.

Fue martirizado cortándole la cabeza en el año 78 de Jesucristo siento enterrado en el Vaticano cerca del Apóstol San Pedro.

Ese día aprendí por que se llevaban las mujeres velos en las iglesias pero también aprendí una cosa importante, que tenemos enemigos invisibles como son los demonios que por medio de nuestras malas inclinaciones nos arrastran a la pérdida del buen sendero que nos lleva a alcanzar la Eternidad. Pidamos a San Lino que nos ayude a mantenernos en el camino recto de la fe.

Cuenca, 23 de septiembre de 2018.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.



FUENTE DOCUMENTAL:

Año Cristiano y fastos del cristianismo, según el P. Croiset. Madrid. 1846

No hay comentarios:

Publicar un comentario