El fatídico 20 de mayo de 1674 para la Catedral
de Cuenca. Tres días duro el incendio hasta su extinción.
Se alzaba airosa, esbelta y
artística la torre del Giraldo en el callejón de la Calle de San Pedro, adosada
al cuerpo del edificio, junto al claustro, sobre los calados y ojivales de la
Basílica, con aquella aguja que durante tantas centurias desafiaba al viento,
sufriendo en diversos incendios que amenazaban con casi su total desaparición.
En la noche del 20 de mayo de
1674 un rayo produjo un terrible incendio en la torre de las campanas, llamada del Giraldo.
Torre del Giraldo. 1870
Catedral de Cuenca
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La caída de un rayo produjo un
voraz incendio, ardiendo las vigas, los telares o vigas en donde descansaban.
Seis de las campanas quedaron inutilizadas al desplomarse sobre la bóveda,
propagando el incendio dentro de la Catedral.
El Obispo que regia la diócesis
era D. Francisco Zárate Terán (1664-1679). El mismo Rey Felipe IV le promovió
para la mitra de Cuenca, de la que tomó posesión por su apoderado D. Manuel Olias
de Espinosa, canónigo de Segovia, el 26 de mayo de 1664. Fue un prelado
ejemplar y de gran crédito.
Este incendio fue un duro revés
para el Obispo que puso todo su empeño en remediar los daños. Fueron tres días
lo que duró el incendio y trece los que se emplearon para sacar los escombros.
El maestro de cantería, Domingo Ruiz, ajustó y trabajó el remate de la cubierta
y corredores de la torre en unos 4.000 duros, corrió a cargo de cuenta de la
fábrica: la cal, piedra, madera, maromas, etc., todo ello para reparar la aguja
y calados en que estaban colocadas las campanas y sobre la que giraba el
Giraldo.
La obra de restauración resultó muy
costosa y no siendo bastantes los fondos disponibles por prelados y capitulares
se acudió a pedir limosna a prelados y señores de otras partes de España, como
D. Juan de Austria que donó 6.000 pesos.
Al verse afectadas seis campanas,
se mandó llamar a los campaneros turolenses: Agustín Arena, su hijo Juan y Antonio
de la Puente Montecillo, para
que fundieran nuevas campanas, siendo sustituidas
las dañadas.
A las nuevas campanas se les puso
el nombre de Santa María, a la mayor;
San Julián a la segunda a la que se le
añadió la inscripción: “Sancte Juliane,
ora pro nobis”. La tercera se le dio el nombre de San
Salvador con la que se llamó San
Pedro y San Pablo formaron los dos esquilones. El cimbalillo grande se llamó San Mateo y la más pequeña Santa María la menor con la inscripción:
“Ave gratia plena”.
Tras la terminación de las obras
y la correspondiente bendición, por el Sr. Obispo, se celebraron tres días de
fiesta, con el correspondiente disfrute de toros enmaromados.
Cuenca, 20 de mayo de 2019.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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