“He amado la justicia y aborrecido la iniquidad”
La historia de este Papa tiene
parecido con la de San Atanasio. Si San Atanasio fue en el siglo IV el campeón invencible
de la divinidad del Verbo, San Gregorio fue en el siglo IX el gran defensor de
la moral cristiana y de la autoridad pontificia.
El mundo no le había dado nada, ni
dinero, ni nobleza, ni hermosura. Era hijo de un noble cabrero de Savona. Su
padre le llamó Hildebrando, que quiere decir espada que relumbra. Un tío suyo
le sacó de entre las cabras y le vistió la cogulla benedictina el monasterio de
Santa María de Roma.
Hombre de lucha, tuvo que vencer primero su carne, y lo hizo con el estudio y la fatiga. Cuando tenía 25 años
fue elegido Papa su maestro Graciano, con el nombre de Gregorio VI. Desde un
principio tomó a Hildebrando como su brazo derecho. León IX no quiso tampoco
prescindir de la fuerza y rectitud de este hombre.
En 1073 moría Alejandro. Como
arcediano era Hildebrando, tuvo que
presidir los funerales del Papa. En medio de la ceremonia, la multitud: el
clero y el pueblo prorrumpió en un grito unánime: “Hildebrando Papa”. El pueblo
se apoderó de él y lo entronizó casi a la fuerza. Se llamó Gregorio VIII, en
memoria de su maestro Gregorio VI, cuya campaña de reforma iba a continuar.
En el Sínodo cuaresmal de 1074
renovó los decretos de Nicolás II “para desarraigar la herejía simoníaca y
restablecer la castidad sacerdotal”. Numerosas cartas y mensajes salieron de
Roma con este fin. Particularmente en Alemania, se levantó una gran tempestad
entre los clérigos interesados.
El Papa no cedió y mandó una
Encíclica a los alemanes, exigiendo al pueblo que negara la obediencia a los
obispos que no corrigiesen los excesos de sus clérigos.
En el Sínodo cuaresmal de 1075
prohibió las investiduras de los legos y excomulgó a cinco consejeros del
emperador que habían intervenido en la colación simoníaca de los beneficios
eclesiásticos. Mandó también un aviso al monarca, reprendiéndole sus
injusticias y vicios. Enrique IV no se corrigió y el Papa tuvo que apelar a su
excomunión y a la deposición. Era la primera vez que un Papa excomulgaba y
deponía a un rey.
El efecto fue desastroso para el
emperador de Alemania: los grandes le amenazaron con nombrar otro emperador si,
en el término de un año, no era absuelto de la excomunión.
Enrique tuvo que humillarse y en
el rigor del invierno se dirigió a Italia, con muy pequeña escolta, y fue a
Canosa, donde estaba Gregorio VII, para pedirle perdón. El Papa que desconfiaba
de su sinceridad, se negó a recibirlo. El emperador entonces hizo penitencia durante tres
días, del 25 al 28 de enero de 1077, ante el castillo con los pies desnudos y
en hábito de penitente, pidiendo misericordia. El Papa otorgó al fin la absolución.
Pero, como se temía, el rey no cumplió sus promesas. Siguieron los abusos.
Encuentro entre el emperador
Enrique IV y Gregorio VII en Canosa en 1077
(Obra de Carlo Emanuelle)
|
En
el Sínodo cuaresmal de 1080 promulgó una segunda excomunión y la deposición. El
emperador reunió un ejército y se dirigió a Italia para imponer por la fuerza
su voluntad. Entró en Roma en 1084. El Papa se había refugiado en el castillo
de San Angelo. Más tarde tuvo que huir a Nápoles, y el 25 de mayo de 1085mle
sorprendió la muerte en Salermo, donde se conserva su cuerpo. Sus últimas
palabras fueron célebre: “He amado la justicia y aborrecido la iniquidad. Por eso
muero en el destierro”.
Cuenca, 25 de mayo de 2019.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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