San Isidro, Labrador.
Dos son las ermitas que veneran a
este santo en la ciudad de Cuenca, una en el barrio del Castillo y otra a la
salida de la Carretera de Alcázar. Hecho que indica la devoción que se ha
procesado a este Santo.
La base y fuente de la única
biografía escrita de la vida de San Isidro se le debe al francisano Juan
Diácono, que la escribió siglo y medio después de la muerte del Santo, que
vivió en la última mitad del siglo XI y primera del XII. Fue canonizado en 1622
por el Papa Gregorio XV y el Papa Juan XXIII le declara media Bula como Santo
Patrón de los agricultores españoles. Nada más seguro y devoto que la narración
del biógrafo franciscano. He aquí un resumen.
Debió nacer en Madrid, quizás en
a parroquia de San Andrés, era jornalero en los alrededores de aquella diminuta
población del siglo XII, tal vez en Torrelaguna contrajo matrimonio con una
joven llamada María Toribia (Santa María de la Cabeza según la tradición), tuvo
por hijo a San Illán cree que estuvo al servicio de un tal Juan de Vargas.
Cada día, muy de mañana, dejaba
la labor del campo, visitaba muchas iglesias y rezaba en ellas, empleando
además gran parte en oración. Se había puesto a servir a un labrador de Madrid,
ajustándose por todo el año.
Fue acusado de que no trabajaba
por rezar y hacer oración. Su defensa fue decir que primero era Dios que los
hombres, y que si algo perjudicaba con sus rezos, estaba dispuesto a resarcir
de todo a costa de su bolsillo. El amo no se contento con ello se puso a vigilar
su trabajo de cerca. Vio efectivamente que llegaba muy tarde, pero Dios le
mostró además de su yunta dos más de
color blanco que araban junto con la de Isidro, cumpliendo así el tiempo que él
había pasado en la iglesia.
Como rasgo de la bondad de su
corazón nos cuenta su biógrafo otro milagro. Un día de nieve fue con un mozo a
moler trigo. Había en los árboles una bandada de palomas hambrientas. Limpió la
tierra con la mano y los pies y les echó parte del trigo que tenía preparado
para su necesidad. Llegando al molino, no se halló merma ninguna en el saco,
antes creció la harina.
Para socorrer a los pobres obró
también otros milagros parecidos. No hay hechos dignos de historia en la vida
de este sencillo campesino, pero no cabe la menor duda de que Isidro fue un hombre
excepcional, cuya vida permaneció fresca en la memoria de las generaciones
sucesivas; y de su extraordinaria santidad y prodigiosa protección son prueba
buena la conservación de su cuerpo, la devoción de los fieles en todo tiempo,
los monumentos que se han levantado y sus números milagros.
Su biógrafo termina así la vida:
este varón, de intachables costumbres, que tuvo su legítima mujer e hijo, rigió
convenientemente su casa, viviendo loablemente, mereció alcanzar una muerte más
loable aún; y cuenta cómo recibió los últimos Sacramentos y dirigió a su
familia una fervorosa exhortación, y luego, uniendo sus manos y cerrando los
ojos, se entregó enteramente a su Redentor, a quien siempre había servido.
Fue sepultado en el cementerio de
San Andrés Apóstol. Allí estuvo cuarenta años sin que nadie lo visitara. En
tiempos de lluvia, un arroyo que pasaba cerca entró en su sepultura. El Santo
se apareció a un vecino y le pidió que trasladase el cuerpo del cementerio
común de la iglesia. El vecino se resistió, pero cayó enfermo y no curó hasta
que se hizo el traslado. El cuerpo estaba entero y fue colocado en un mausoleo
en la mencionada iglesia de San Andrés, junto al altar de los bienaventurados
Apóstoles.
Cuenca, 15 de mayo de 2019.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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