jueves, 18 de mayo de 2023

San Pedro Celestino V (1214-1296) 19 de mayo.

   Nació en Isernia, un pueblecito de los Abruzzos, y sus padres, como él mismo cuenta, se llamaban Angelario y María. Eran justos delante de Dios y honrados en la estima de los hombres. Como Jacob, tuvieron doce hijos y su mayor deseo era que uno se consagrase a Dios. Fue escogido el undécimo, que se llamaba Pedro y que decía con frecuencia: “Quiero ser un buen siervo de Dios”.

Perdió de muy niño a su padre y la madre lo puso a estudiar en seguida. Tenía veinte años cuando dejó su casa en busca de la paz del solitario. Curtido en las luchas contra el demonio y en la vida espiritual y de oración, se ordenó sacerdote en Roma, ya mayor; luego se retiró al monte Morón, para continuar su vida en solitario. La soledad de Morón le pareció poco alejada del mundo y se marchó al monte Magella, donde se le unieron algunos compañeros y con ellos formó la Orden de los Celestinos, bajo la Regla de san Benito.

Había vuelto al desierto de Morón cuando una tarde de julio de 1294 recibió una embajada que le anunciaba su elección para Papa. Escogió el nombre de Celestino V y estableció su residencia en Nápoles.

La carga del Supremo Pontífice pesaba mucho para sus hombros de eremita. Quería vivir como ermitaño en el Pontificado y dejó el gobierno de la Iglesia a una comisión de cardenales.

A los cinco meses de su elección, estaba dispuesto a abdicar. Publicó primero una Bula donde declaraba que un Papa, que no se sentía con ánimo de gobernar la Iglesia, podía renunciar, y poco después, de rodillas ante todo el Colegio de los Cardenales, leía su renuncia: “Yo Celestino V Papa, movido por muchas y legítimas razones; por el deseo de un estado más humilde y de una vida más perfecta; por el temor de comprometer mi conciencia…, renuncio espontánea y libremente al Sumo Pontificado… y desde ahora faculto al Colegio Cardenalicio para que elija y provea de Pastor a la Iglesia universal de una manera canónica”.  A los dos años moría en un castillo.

El Petrarca pudo decir de él en un magnífico elogio: “No ha mucho presenció el mundo un ejemplo sublime, al ver a Celestino descender del trono del apóstol Pedro para esconderse en su antigua soledad… Para mí, es ésta la prueba mayor de un ánimo altísimo… y juzgo que nadie puede hacer cosa semejante sino el que sabe estimar en su justo valor las cosas humanas y poner bajo sus pies la túmida cabeza de la Fortuna… Otros dejaron sus naves, sus redes, sus posesiones, su telonio, tal vez los reinos o la esperanza de reinar, y siguieron a Cristo, se hicieron apóstoles, santos y amigos de Dios. Pero ¿Cuándo se oyó que alguien dejase el Papado?... He oído contar a algunos que lo vieron que lo dejó con tanta alegría como si sacudiese de sus espaldas el más cruel de las espadas… Y tenía razón; sabía lo que dejaba y lo que volvía a tomar… ¡Cuánto más firmes son los fundamentos del desierto sagrado que los del siglo!”

Publicado en Cuenca, 19 de mayo de 2020.

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:
-Año Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.




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