domingo, 1 de abril de 2018

La Resurrección de Cristo. La promesa y los testigos

Destruyó nuestra muerte y ha recuperado nuestra vida
    La mejor y más expresiva imagen de Cristo Resucitado es su sepulcro vacío. “Surréxit, non est hic. Veníte et vidéte locum ubi pósitus erat Dóminus. Resucitó, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron”. Así dijo el ángel de túnica de alba a las mujeres que buscaban al Señor. Para los que le vieron antes y tuvieron la fortuna de asistir a su entierro, para todos los que tenemos fe, que creemos sin ver, esta ausencia del cuerpo del Señor nos llena de íntima satisfacción.


    Con mucha antelación había dicho Jesús a los escribas y fariseos: “Esta raza mala y adúltera pide un prodigio, pero no se le dará el que pide el prodigio de Jonás profeta; porque así como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra” (Mat. 12, 39-40).
    Y al bajar del monte les puso Jesús precepto, diciendo: No digáis a nadie lo que habéis visto, hasta tanto que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos” (Mat. 17,9).
    Como atravesara la Galilea iba instruyendo a los discípulos, y les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y después resucitará al tercer día” (Mc. 9, 30).
    Mirad que subimos a Jerusalén, donde el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas, y ancianos, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, y le escupirán, y le azotarán, y le quitarán la vida, y al tercer día resucitará” (Mc. 10 33-34) (Lc. 18 31-33).
    Hallamos igualmente numerosos documentos posteriores de la resurrección de Jesucristo. “Levantándose Pedro en medio de los hermanos, dijo -refiriéndose a Judas el traidor-: Ocupe otro su lugar en el episcopado. Es necesario, pues, que de estos sujetos que han estado en nuestra compañía todo el tiempo que Jesús Señor Nuestro conversó entre nosotros, empezando desde el bautismo de Juan hasta el día que, apartándose de nosotros, se subió al cielo, se elija uno que sea como nosotros testigo de su resurrección” (Hechos, 1, 20-22).
    Con innumerables citas podríamos traer el testimonio de la verdad de que Cristo resucitó.
    El origen de esta fiesta se remonta al Antiguo Testamento. Dios mismo la prescribió a los hebreos en recuerdo de la salida de Egipto, o paso milagroso del mar Rojo, en la segunda mitad del siglo XV antes de Jesucristo. Se le dio el nombre de Pascua, palabra que significa “paso” o “tránsito”.

    Si bien la Pascua cristiana es en algo una continuación de la judía –por cuanto nosotros también perpetuamos la memoria del gran beneficio de la libertad que nos mereció Jesucristo- no obstante, no deja de ser muy distinta; por esto, para que ambas no se confundiesen, como también porque Jesús resucitó en domingo, determinó San Pedro, el primer Papa, traspasarla al domingo que seguía a la Pascua de los judíos.
    Hubo gran dificultad en un principio para unificar esta fecha, porque muchos cristianos eran judíos. El mismo San Juan Evangelista, consintió que los efesios, en gran mayoría judíos conversos, continuasen celebrándola, según su costumbre, el día décimocuarto de la luna de marzo. Hasta el Concilio de Nicea, celebrado en el 325, hubo diversidad de disciplina, ya en algunas iglesias de Asia Menor, Éfeso entre otras, ya en Siria o Mesopotamia.
    A partir de dicho concilio, los astrónomos alejandrinos fueron encargados de calcular cada año la fecha de Pascua. El patriarca de Alejandría transmitía el resultado a Su Santidad, y el Papa, a su vez, lo anunciaba al orbe Católico.
Feliz Domingo de Resurrección.
Cuenca, 1 de abril de 2018
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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