sábado, 10 de febrero de 2024

Nuestra Señora de Lourdes. 11 de febrero.

     Hoy me es grato recordar un hecho inmemorable como es la aparición de la Virgen María a una niña sencilla e inocente, llamada Bernardita. Se cuenta así la primera aparición:

En la casita del pobre y honrado molinero Francisco Soubirous, vecino de Lourdes, no había leña para preparar la comida el 11 de febrero de 1858, y Luisa, la hacendosa dueña de la casa, le dijo a María, su segunda hija: “Vete a recoger leña seca por las orillas del río Gave o en el bosque”. El Gave es el río que atraviesa Lourdes, tan famoso ya desde la citada fecha.

Hacía mucho frío, la hermana mayor de María, llamada Bernardita, llegó del campo donde hacía de pastora en casa de unos labradores. Era de constitución débil y delicada, sumamente inocente y sencilla, y toda su ciencia se reducía a saber rezar el rosario. Luisa Soubirous no se atrevía a dejarla salir a causa del frío, pero tanto insistió su hermana María y la vecinita Juana Abadíe que al fin consintió en que las acompañara.

Caminando las tres amiguitas a lo largo del riachuelo, en busca de leña llegaron a eso del mediodía frente a una gruta natural excavada y conocida con el nombre de Massabielle. No iba el Gave crecido, y Juana y María se descalzaron y lo pasaron. Estaba descalzándose Bernardita para seguirlas, cuando le pareció oír a su espalda como un ruido de un viento huracanado que de repente se levantaba en la pradera. Volvió la cabeza y quedó sorprendida al notar que no se movía ni una hoja, pensó “me habré equivocado” y siguió descalzándose.

Volviéndose a repetir ese viendo, miró en la dirección de donde procedía y al ver algo resplandeciente se puso a temblar llena de miedo y doblándosele las piernas cayó de rodillas. Encima de la gruta, en un nicho natural de la roca estaba de pie envuelta en celestiales resplandores una señora de belleza incomparable.

Desde el primer momento de su pasmo echó la niña mano a su rosario y quiso hacer la señal de la cruz, pero no pudo levantar el brazo por el temblor que agitaba todo su cuerpo. La Virgen la animó en su propósito trazando Ella la señal de la Cruz y Bernardita, ya si dificultad, la imitó y se puso a rezar el rosario.

No fue una visión vaga, pues tenía la figura humana bien definida, era una persona viva, diferente de las demás por la aureola luminosa que la envolvía y por el resplandor divino que de todo su ser emanaba.

A esta aparición le siguió una segunda y una tercera. Después de tres años de minuciosos estudios y pruebas, Mgr. Laurence, Obispo de Tarbes, declaró oficialmente que los fieles podían tener como verdaderas las apariciones.

Se empezaron los trabajos para la construcción de la basílica, y en 1866 consagró el Obispo los alteares de la cripta. Pero ya desde 1864 acudían en procesión multitud de gente, conforme al deseo manifestado por la Virgen.
Gruta de la Virgen de Lourdes.

En 1892, el Papa León XIII concedió oficio propio de las Apariciones para la fiesta del 11 de febrero. En 1908, con ocasión del jubileo del cincuentenario de las apariciones, el Papa Pío X extendió la fiesta a toda la Iglesia con rito de doble mayor.
Publicado en Cuenca, 10 de febrero de 2021 y el 11 de febrero de 2024.

Por José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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