Por el año
289, nació en Barcelona la gloriosa virgen y mártir, Santa Eulalia. De sus
padres sólo se sabe por la vida de la Santa que escribió Renallo, que eran
cristianos, nobles y piadosos; lo cual insinúan también con bastante claridad
las actas de los padres Bolandos. Su familia debió de vivir en alguna quinta de
los alrededores de Barcelona, y al desatarse la persecución de Diocleciano y
llegar a la ciudad su prefecto Daciano, se dijo a sí misma que la fe tenía que
plantarle cara. No era ya una niña que no supiera lo que se hacía, tenía 25
años.
Santa Eulalia. |
Al primer
canto del gallo sale de su casa, que la tradición sitúa en el Desierto de
Sarria o tal vez en lo que hoy es Santa
Eulalia de Provençana, en cualquier caso muy lejos de las antiguas
murallas, y recorre a pie este larguísimo trecho, entre campos, torrentes y
casas de labor.
La andarina y madrugadora tiene prisa
por proclamar ante el siniestro Daciano: “Soy
Eulalia, sierva de Cristo, rey y señor de señores”. Como –ayer los mismo
que en nuestros días- no hay más rey y
señor que el César ni más ley que la de la autoridad civil, la de los
políticos, para hacerla apostatar se recurre a la persuasión, a las amenazas, a
los zotes y al potro. Por fin, dentro de un tonel lleno de cuchillas rueda por una
calle en pendiente, la bajada que hoy lleva su nombre.
Ya muerta, su
cuerpo se expone en una cruz extramuros, y una nevada milagrosa viste su
desnudez. Tres días estuvo su cuerpo en la cruz, sin que faltasen de allí los
guardias; pero la piedad de los fieles fue más solícita para custodiar aquel
tesoro, pues a la tercera noche pudieron bajar el cuerpo de Santa Eulalia de la
cruz sin que los soldados sintiesen el robo.
Envolvieron su
cuerpo en un blanco lienzo y le ungieron con olorosos aromas, y de este modo lo
colocaron en un sepulcro. Su entierro fue honrado con un noble milagro. Se
hallaba presente San Félix. Este Santo, como resentido de no haber todavía dado
su sangre por Cristo, exclamó: “¡O
Señora! Tú mereciste ser la primera que lograte en nuestra región la palma del
martirio”. Al acabar de pronunciar estas palabras se sonrió la Santa; y los
que estaban presentes comenzaron a cantar a Dios alabanzas diciendo: Clamaron los justos, y el Señor los oyó, y
los libró de todas sus tribulaciones.
Publicado en Cuenca, 12 de
febrero de 2020 y el 12 de febrero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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