Los
historiadores le llaman el mejor Papa del siglo VIII, y en él advierte muy bien
la paradoja de los pontífices –constructores de puentes, según la etimología-
que resume de modo espectacular la de todo cristiano obligando a la dualidad de
atender a las cosas de este mundo y de no vivir más que para Dios.
San Gregorio II |
Gregorio era
romano de nacimiento y ya prestó grandes servicios a la Iglesia bajo los
pontificados de Sergio I y Constantino I; a este último le acompaño en un viaje
a Oriente como asesor, contribuyendo a resolver de manera pacífica una enconada
controversia.
Desde el año
715, cuando fue elegido papa, se desvive por una parte en la doble labor de
defensa y de conquista espiritual: orden benedictina, y consolidar las murallas
de Roma, pero pensando también en pueblos paganos a los que había que llevar el
Evangelio, él fue quien mandó a San Bonifacio a la Germania.
Bifronte tuvo
que ser así mismo su actitud política; por el norte los lombardos amenazaban
con engullir el papado, por el sur los bizantinos aumentando sus exigencias y
con el emperador León Isáurico, que favorecía a los iconoclastas, el reto
adquiría especial gravedad.
San Gregorio
tuvo que jugar arriesgadamente a dos tableros, el humano y el divino, el de la
fe y el de la diplomacia, conteniendo a la vez a los bárbaros y a los archicivilizados
bizantinos. No sólo Roma o Italia, el orbe entero, la plenitud de la fe y toda
la política del mundo pesaban sobre sus hombros, como sobre los de cualquier papa,
cruzando el puente del tiempo hacia la orilla de la eternidad.
San Gregorio
murió en febrero del año 731, siendo enterrado en San Pedro. Se le honra como
Santo de Roma.
Publicado en Cuenca, 13 de
febrero de 2020 y el 13 de febrero de 2024.
Por: José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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