miércoles, 24 de enero de 2024

La Conversión de San Pablo. Festividad del 25 de enero.

  Un antiguo escrito nos presenta así a San Pablo en su exterior: “Bajo de estatura, calvo, algo zambo, ojos grandes, cejas pobladas, nariz ligeramente arqueada, gesto simpático”.

San Pedro fue un trabajador manual, tejedor, especializado en la fabricación de tejidos fuertes de pelo de cabra, que servían para hacer tiendas de campaña, como las que utilizan todavía los pastores de Cilicia (Armenia) y los beduinos del desierto. “Mirad, escribirá más tarde al pie de una de sus Cartas, qué letra más mala tengo”. Es posible que sus dedos gruesos de obrero acostumbrado a manejar un pesado instrumento, no se aviniera bien con la pluma. San Pablo tejía para ganarse la comida.

Pablo era un judío cien por cien. Nacido fuera de Judea, en Tarso de Cilicia (Armenia), en un ambiente pagano, en una ciudad comercial. San Pablo estaba abierto al mundo helenista; pero su educación fue en Jerusalén, a los pies de Gamaliel, esta educación le hizo rigorista, le cerró su alma grande en los marcos estrechos de la moral  y casuista farisea.

Pablo no conoció a Jesús en sus años de vida terrenal. Llegó  a la ciudad poco después de la Pasión. Un cambio religioso se había operado en su ausencia. Había aparecido el cristianismo. En Jerusalén se había levantado frente a los escribas y fariseos otros que se llamaban discípulos del Nazareno y no había estudiado en las escuelas oficiales. Cuando pablo se enteró a fondo de la predicación de Jesús, de sus diatribas contra el formulismo de los fariseos, de su independencia en el cumplimiento de las tradiciones y observaciones humanas le entró un gran odio para quienes no querían seguir las tradiciones Judías.

En el año 34 o 36 se le presentó una ocasión magnifica de mostrar su odio contra los cristianos. Pablo no había cumplido aún los 30 años. Es joven, según la expresión de San Lucas. San Esteban, uno de los profetas de la nueva religión, es condenado a muerte. Pablo asiste a la lapidación.

Algunas semanas después Saulo, lleno de encono contra los discípulos de Jesús, deseando exterminarlos pide a las autoridades judías los poderes necesarios para llevar hasta Damasco sus pesquisas y persecuciones.

Parte, con una fuerte escolta para Damasco, con la idea de coger a los cristianos y traerlos presos  a Jerusalén.

Cuando Pablo y sus acompañantes llegan a la llanura inmensa de Damasco, es pleno mediodía. Una gran luz del cielo, deslumbra más que el sol, envolvió súbitamente a Saulo y su comitiva. Ofuscados y aterrados caen en tierra: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?”, clama desde las alturas una voz fuerte como el trueno. La voz la oyen todos. Pablo es el único que entiende su sentido y ve a alguien, Vio a Jesús glorioso, como le habían visto antes de la Ascensión, Pedro, Juan, Tomás y los demás apóstoles. “¿Quién eres?” –“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. –“Señor, ¿Qué quieres que haga?” Pablo se entrega. Pablo se da todo a Jesús. Desde ahora ni la muerte ni la espada, ni los ángeles, ni el porvenir, ni criatura alguna podrá separarlo del amor a Cristo.

-“Levántate; entra en Damasco y allí se te dirá lo que tienes que hacer”.

Entre tantas conversiones como registra la historia, ésta tiene un lugar destacado en el santoral porque es un episodio que la Iglesia ve como paradigma y que tuvo consecuencias incalculables. Emblema de todas las conversiones, obra de Dios y no del esfuerzo humano. Una vez aceptado el trascendental cambio, Pablo pasa a ser instrumento irresistible de la Providencia. Una conversión “súbita, total, definitiva, magnífica, con el encanto de la rapidez, el encanto de la plenitud y el encanto de la duración”.

Pidamos que en este día seamos tocados por la mano de Dios y nuestra conversión sea plana y satisfactoria a los ojos del Altísimo como la de San Pablo.


Publicado en Cuenca, 25 de enero de 2020 y el 25 de enero de 2024.

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.




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