Hoy, día 9 de agosto, cuando la
Iglesia celebra la vigilia de San Lorenzo, conmemoramos a de San Román, a
quien convirtió el ilustre diácono en medio de sus tormentos, y recibió la
corona del martirio antes que fuese coronado el mismo San Lorenzo.
Román era soldado de la guardia
del emperador Valeriano y por obligación debía estar presente en
los interrogatorios y suplicios de los cristianos. Preso San Lorenzo por orden
del emperador, se encargó junto a Hipólito, por su empleo, de la custodia y fue
testigo de todo lo que pasó en el martirio del Santo diácono. Román todo lo
observaba y al mismo tiempo reflexionaba y queriendo Dios que aquel soldado
gentil iba la gracia moviendo su corazón y alumbrando su entendimiento, hasta
que finalmente concluyó que el hombre que estaba siendo torturado no podría
aguantar tal suplicio sin una virtud Divina.
Acababa de extender a San Lorenzo
en el potro, que era una especie de banco o de tablas colocadas sobre cuatro
pies de madera adonde se amarraban las cuerdas que tenían suspensos en el aire
a los delincuentes. En aquella postura despedazaban al Santo los verdugos con
crueles azotes, valiéndose de unas correas o ramales de hierro, a tal
suplico fue sometido San Lorenzo, pero los ojos de Lorenzo no derramaron ni una
lágrima, ni un leve suspiro. Horrorizado Román de aquella inhumanidad, no podía
comprender como un hombre de carne y hueso podía tolerar aquel espantoso
suplicio; cuando de repente vio a un ángel, en figura de un hermosos joven con
un pañuelo en la mano enjugaba el sudor del Santo mártir y la sangre que corría
de sus heridas. Creciendo su admiración ante tal maravilloso espectáculo no
podía dar crédito a sus ojos y preguntó a los que estaban cerca de él si no
advertían a un joven que secaba el sudor y la sangre de aquel cristiano; pero
desengañado de que ninguno lo veía sino él sólo tomó la determinación de
hacerse cristiano. Se acercó al Santo declarándole lo que veía y lo que había
resuelto y con lágrimas en los ojos le suplicó que no le abandonase. Lleno de
gozo aquella victoria de Jesucristo a San Lorenzo.
Enterado el emperador de la
constancia de San Lorenzo y de la tranquilidad y alegría con que perseveraba en
los suplicios, mandó que lo desatasen y que lo volvieran a la cárcel,
reservándole más horribles suplicios.
San Román vio la oportunidad de
quedarse a solas con San Lorenzo y tomando agua de una frasca le suplicó no
dilatase más la dicha de ser bautizado. Le preguntó San Lorenzo si tenía bien
considerado el peligro a que se exponía y hallándose dispuesto le bautizó y
abrazándole tiernamente le exhortó a que se dispusiera para recibir la corona
del martirio.
A penas entró en la sala San
Román sin esperar a que le preguntasen palabra comenzó a gritar con todas sus
fuerzas: Soy cristiano, soy cristiano y
tengo a gran gloria de serlo.
Encolerizado Valeriano al oír
aquella confesión tan valerosa como voluntaria, mandó que después de despedazarle
a azotes le cortaran la cabeza. Al punto se ejecutó la sentencia; fue Román
degradado de los honores de soldado romano y le despedazaron a azotes como un
vil esclavo.
Rebosaba de gozo y de contento
entre aquella espesa lluvia de golpes y no cesaba de clamar: Soy cristiano, soy cristiano; y es gran dicha mía dar la sangre por la gloria
de mi divino Salvador, que antes dio su vida por mi salvación. Después de
haberle despedazado el cuerpo, hasta descubrirle los huesos, le cortaron la
cabeza el día 9 de agosto del año 258, en que el generoso soldado de Jesucristo
tuvo la dicha de merecer la corona del martirio. Su cuerpo fue retirado por el Santo presbítero Justino
y fue enterrado en una cueva del campo Verano.
Publicado en Cuenca, 9 de agosto de 2019 y 9 de agosto de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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