San Lorenzo ocupaba el cargo de arcediano en la Curia de Roma a mediados del siglo III, era español, natural de Huesca. Era el primero de los diáconos, siendo el puesto más importante después del Papa, era el administrador general de todos los bienes de la Iglesia. Todo lo temporal dependía de él: dirigía la construcción de los cementerios, recibía las limosnas, conservaba los archivos.
San Lorenzo. Catedral de Cuenca. |
De él dependía en gran parte todo el clero, los confesores de la fe, las viudas, los huérfanos, los pobres. Por el hecho de ocupar este cargo se le miraba ya como el inmediato sucesor del Pontífice reinante, de “su Papa” como dicen las inscripciones. Refiriéndose a las costumbres de la Iglesia Romana en el siglo III, dice Eulogio de Alejandría que el arcediano subía al trono Pontificio en virtud de una costumbre inveterada. El martirio le impidió llegar al Papado, pero le dio otra gloria mayor, la del testimonio sangriento a favor de la fe de Cristo.
El papa Sixto II había muerto martirizado, con cuatro de sus diáconos, el día 6 de agosto del año 258, reinando Valeriano. Se encontraba precisamente celebrando los sagrados misterios en el cementerio de Calixto.
Los detalles del martirio de san Lorenzo los conocemos exactamente por los escritos del siglo IV y V, quienes parecen inspirarse, más que en unas Actas escritas, en la tradición oral.
Si hubo Actas escritas, se debieron perder antes del siglo IV, pues san Agustín y san Máximo de Turín apelan sólo a la tradición. Pero esta tradición es segura, pues no dista ni un siglo del martirio.
Dice Prudencio: “San Lorenzo era el primero de los siete varones que se acercaban al ara del Pontífice; grande en el grado levítico y más noble que sus compañeros. Él tenía las llaves de las cosas sagradas; presidía el arcano de la casa celestial y, gobernaba como fiel custodio, dispensaba las riquezas de Dios”.
Tres días después del martirio del Papa fue llamado a presencia del prefecto Cornelius Secularis, para que entregara los libros de cuentas y el dinero que poseía la Iglesia. En previsión, el arcediano lo había distribuido todo entre los pobres de la comunidad cristiana. Por eso le respondió al prefecto: “Hazme venir mañana y te traeré cuanto la Iglesia posee de rico”.
Al día siguiente se presentó de nuevo San Lorenzo “Ven conmigo a contemplar las riquezas que te traigo. Los pórticos están llenos de áureos vasos; los talentos dispuestos ordenadamente brillan junto a las paredes. Hay estuches maravillosos; hay joyas de belleza admirable”. Y le señalaba el ejército de cojos, de ciegos, de niños, de pobres y enfermos que alimentaba la Iglesia romana, con el mismo acento con que Cornelia mostraba al pueblo sus tesoros, sus jóvenes hijos, los Gracos: “Estos son mis tesoros”.
Esta respuesta llenó de indignación al prefecto quien le dijo: “Pagarás la burla con la muerte. Morirás a fuego lento sobre unas parrillas”.
Se iba a cumplir la promesa de su Pontífice. Le seguiría al cabo de tres días, después de mayores y más largas pruebas. Efectivamente, “tendido en el asador de hierro, como dice Prudencio, su rostro brillaba con una belleza celeste, un fulgor rubicundo lo envolvía. Perecía el legislador antiguo, cuando bajaba de las cumbres del Sinai, o Esteban el protomártir, cuando entre la lluvia de piedras vió la claridad de Dios. El olor de su carne asada llenaba la atmósfera; las llamas clavaban en la carne su aguijón punzante, pero otro fuego mayor neutralizaba su efecto devastador. “Un fuego eterno y divino, Cristo, el fuego verdadero, que ilumina a los justos y abrasa a los pecadores”.
La actitud heroica del mártir en medio del fuego lento de las parrillas es una de las páginas más gloriosas de la primitiva Iglesia cristiana. “Ya está cocido este lado, le dice al verdugo, dale la vuelta y come”.
Medio siglo más tarde se cumplió los últimos deseos de san Lorenzo. El sucesor de Rómulo y Reno se convertía al cristianismo y la Cruz de Cristo empezaba a reinar sobre la cumbre del Capitolio. El imperio oficialmente abrazaba el cristianismo y la sangre de los mártires, sus cuerpos despedazados, se repartían por el orbe entero como reliquias y tesoros preciosos. La semilla del Evangelio fructificaba pujante y prolífera con el riego fecundo de tanta sangre inocente derramada en los campos, en las calles, en los circos y en las Vías.
Roma cristiana venera al español, Lorenzo con la misma veneración y respeto con que honra a sus primeros Apóstoles. Después de san Pedro y san Pablo, la fiesta de san Lorenzo es la fiesta más grande de la antigua liturgia romana. Lo que fue Esteben en Jerusalén, fue san Lorenzo para Roma.
Publicado en Cuenca, 10 de agosto de 2020 y 10 de agosto de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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