Hoy recordamos las máquinas de
coser, el 12 de agosto de 1851, Isaac Merrit Singer, patentaba una máquina de
coser distinta que revolucionaria la industria textil.
Mientras que otras máquinas
habían tomado como punto de referencia la forma de coser el punto de cadeneta
de la máquina de coser inventada por Elías Howe, Isaac Merrit Singer creó una
máquina de coser distinta, en que la costura se desarrollaba con un movimiento
de aguja de arriba abajo, que resultaba mucho más eficiente que el mecanismo de movimiento hacia los lados. A su vez las máquinas Singer se movían con un
pedal, mientras que las anteriores, basadas en el invento de Howe lo hacían con
un manivela giratoria.
Sus principales características eran:
una lanzadera recta, un brazo en suspensión, una aguja con un ojo en el extremo
más cercano a la tela y un prénsatelas que sujetaba la tela estirada sobre un
apoyo horizontal. Este último detalle facilitaba la costura en cualquier dirección. Por último la máquina era accionada mediante un pedal. Esto fue toda una
innovación porque hasta entonces se hacía a mano mediante una simple manivela.
Algunos elementos de este aparato
estaban claramente inspirados en la máquina de Elías Howe, invento de cuatro
años antes que el de Singer. Éste le denunció y ganó el juicio pero hasta que
se celebró, Singer siguió trabajando y desarrolló mejoras como un dispositivo
para la tensión del hilo que patentó en 1852.
Edward Clark, inventor y socio de
Isaac Singer, le propuso ser la primera empresa en establecer un sistema de
alquiler con opción de compra para sus máquinas, esto era una compra a crédito,
facilitando la adquisición de una máquina de coser a quien no disponía de todo
el dinero, eso hizo que se dispararan las compras.
En el año 1889 Singer produjo la
primera máquina de coser eléctrica, con un motor Edison y en 1908 Singer inauguró
el Singer Buiding en Nueva York, que fue el primer rascacielos y el edificio
más alto del mundo, en aquel momento, con 186 metros de altura.
Publicado en Cuenca, 12 de agosto de 2019.
Por: José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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