jueves, 29 de agosto de 2024

Santa Rosa, 30 de agosto. Patrona de América.

    Nació Santa Rosa en Lima en 1586 y murió allí mismo en 1617. Su nombre de pila fue Isabel, que cambió después, con aprobación del arzobispo Santo Toribio de Megrovejo, por el de Rosa, cuando supo que una criada india había visto su rostro en forma de rosa.

Desde sus primeros años estuvo dotada de una paciencia inalterable. Su hermano hacía que la llamasen la reina de la juventud de Lima.

En su juventud sus padres quisieron casarla. Ella se defendió del casamiento con un voto de castidad que había hecho a los cinco años, a imitación de Santa Catalina de Siena, a quien había tomado por modelo, se cortó a raíz los cabellos, de la que un día había dicho su hermano que eran los cordeles con que podía arrastrar los corazones de los hombres al infierno. Sus padres se indignaron y la empezaron a maltratar ocupándola en los menesteres más bajos de la casa, sin que ella se quejase nunca ni dejase sus ejercicios ordinarios de piedad.

Su amor a la Pasión del Salvador era extraordinario. Quiso imitarla al vivo y reproducirla en su cuerpo virginal. En recuerdo de las sogas con que ataron a Jesús, se puso a la cintura una cadena cerrada con un candado, cuya llave tiró a un aljibe. Por la corona de espinas se puso un aro de hierro con noventa y nueve púas en la cabeza. Por los golpes e injurias que sufrió el Señor se colgaba de los cabellos a un clavo, quedando largo rato suspendida en el aire. Para imitar la cruz a cuestas se cargaba un tronco y andaba con él por el jardín, cayéndose y levantándose. Para gustar las amarguras de la hiel y vinagre, las tomaba ella en el momento en que sentía sed. En recuerdo del Santo Sepulcro hizo una especie de cueva de cinco pies de largo y cuatro de ancho por seis de alto, donde se encerraba la mayor parte del tiempo. Un día que le alabaron la hermosura de sus manos, las metió en cal viva para desfigurarlas.

Nada extraño que, sobre esta alma privilegiada y tan valiente en seguir a Jesús por el camino de la Cruz, Dios derramase a manos llenas los tesoros de sus gracias místicas, como el don de profecía y penetración de corazones, el don de milagros, el estado de éxtasis repetido regularmente en períodos que oscilaban entre cuarenta y ocho y sesenta y dos horas, el desposorio místico para el cual ella misma se hizo fabricar un anillo con la divisa: “Rosa de mi corazón, sé mi esposa” y el Corazón de Jesús por blasón.

A los veinte años decidió entrar en la Orden de Santo Domingo. Un día, estando en el jardín, había visto revolotear en torno suyo una bella mariposa, que acabó por pararse en su mano. Era blanca y negra, colores simbólicos que la hicieron caer en un dulce éxtasis.  Cuando despertó del sueño místico, vió claro que Dios la quería en la Orden de Santo Domingo, con el traje blanco y negro. Como en Lima no había ningún convento de dominicas, tomó el hábito de terciaria el 10 de agosto de 1610. Siete años solamente vistió aquellos colores, los últimos de su vida.

En abril de 1617 cayó gravemente enferma y a amanecer del 24 dio su alma pura a Dios, dejando transfigurado por completo su cuerpo, como si fuera de un resucitado. En el entierro tuvo que ser custodiado por los guardias del virrey, porque todos querían tocarlo y llevárselo en pedazos como de estimables y veneradas reliquias. Fue canonizada el 12 de abril de 1671 y declarada Patrona de América, Filipinas y las Indias Orientales por Clemente X.

Publicado en Cuenca, 30 de agosto de 2019 y 30 de agosto de 2024.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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