Nació Santa Rosa
en Lima en 1586 y murió allí mismo en 1617. Su nombre de pila fue Isabel, que
cambió después, con aprobación del arzobispo Santo Toribio de Megrovejo, por el
de Rosa, cuando supo que una criada india había visto su rostro en forma de
rosa.
Desde sus
primeros años estuvo dotada de una paciencia inalterable. Su hermano hacía que
la llamasen la reina de la juventud de Lima.
En su juventud
sus padres quisieron casarla. Ella se defendió del casamiento con un voto de
castidad que había hecho a los cinco años, a imitación de Santa Catalina de
Siena, a quien había tomado por modelo, se cortó a raíz los cabellos, de la que
un día había dicho su hermano que eran los cordeles con que podía arrastrar los
corazones de los hombres al infierno. Sus padres se indignaron y la empezaron a maltratar ocupándola en los menesteres más bajos de la casa, sin que ella se quejase
nunca ni dejase sus ejercicios ordinarios de piedad.
Su amor a la
Pasión del Salvador era extraordinario. Quiso imitarla al vivo y reproducirla
en su cuerpo virginal. En recuerdo de las sogas con que ataron a Jesús, se puso
a la cintura una cadena cerrada con un candado, cuya llave tiró a un aljibe.
Por la corona de espinas se puso un aro de hierro con noventa y nueve púas en
la cabeza. Por los golpes e injurias que sufrió el Señor se colgaba de los
cabellos a un clavo, quedando largo rato suspendida en el aire. Para imitar la
cruz a cuestas se cargaba un tronco y andaba con él por el jardín, cayéndose y
levantándose. Para gustar las amarguras de la hiel y vinagre, las tomaba ella
en el momento en que sentía sed. En recuerdo del Santo Sepulcro hizo una
especie de cueva de cinco pies de largo y cuatro de ancho por seis de alto,
donde se encerraba la mayor parte del tiempo. Un día que le alabaron la hermosura
de sus manos, las metió en cal viva para desfigurarlas.
Nada extraño
que, sobre esta alma privilegiada y tan valiente en seguir a Jesús por el
camino de la Cruz, Dios derramase a manos llenas los tesoros de sus gracias
místicas, como el don de profecía y penetración de corazones, el don de
milagros, el estado de éxtasis repetido regularmente en períodos que oscilaban
entre cuarenta y ocho y sesenta y dos horas, el desposorio místico para el cual
ella misma se hizo fabricar un anillo con la divisa: “Rosa de mi corazón, sé mi
esposa” y el Corazón de Jesús por blasón.
A los veinte
años decidió entrar en la Orden de Santo Domingo. Un día, estando en el jardín,
había visto revolotear en torno suyo una bella mariposa, que acabó por pararse
en su mano. Era blanca y negra, colores simbólicos que la hicieron caer en un
dulce éxtasis. Cuando despertó del sueño
místico, vió claro que Dios la quería en la Orden de Santo Domingo, con el
traje blanco y negro. Como en Lima no había ningún convento de dominicas, tomó
el hábito de terciaria el 10 de agosto de 1610. Siete años solamente vistió
aquellos colores, los últimos de su vida.
En abril de
1617 cayó gravemente enferma y a amanecer del 24 dio su alma pura a Dios,
dejando transfigurado por completo su cuerpo, como si fuera de un resucitado.
En el entierro tuvo que ser custodiado por los guardias del virrey, porque
todos querían tocarlo y llevárselo en pedazos como de estimables y veneradas
reliquias. Fue canonizada el 12 de abril de 1671 y declarada Patrona de
América, Filipinas y las Indias Orientales por Clemente X.
Publicado en Cuenca, 30 de agosto de 2019 y 30 de agosto de 2024.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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