Ya en la primera generación
cristiana de Presbíteros de Acaya, existía
viva esta creencia de la Inmaculada Concepción de María, pues leemos en el Martirologio
de San Andrés estas palabras: “La tierra
inmaculada de la que nació el redentor, como fue formada Adán de una tierra no
manchada por ninguna maldición ni culpa”. También Dionisio de Alejandría
nos habla del “Tabernáculo de Dios,
siempre protegido por El mismo”. Textual es esta expresión de Orígenes
hablando de María: “La mujer ni seducida
por la persuasión de la serpiente no contaminada por su venenoso hálito”; y
el mayor filósofo del Cristianismo, San Agustín, se expresa de este modo al
hablar de la Virgen María: “Acerca de la
cual no quiero admitir absolutamente cuestión alguna cuando se trata de
pecados, por la honra del señor”.
Inmaculada de San Felipe Neri |
El primer ilustre y fervoroso
defensor de la Purísima que hallamos en nuestro suelo es el gran humanista Raimundo Lulio, que desde 1286 la
defendió públicamente en la Sorbona de París, verbalmente y por escrito. Al
terminar su obra teológica: “Libros de los principios de Teología”, añade: “Terminados están las reglas de los principios
de la Teología bajo el patrocinio de la Bienaventurada Virgen María CONCEBIDA
SIN MANCHA”.
Al principio del siglo XVII era
tal la presión que ejercían en los monarcas las gentes de las regiones
españolas que Felipe III envió a la Santa Sede una comisión para que resolviera
ya definitivamente y de un modo favorable a Nuestra Señora, el anhelado
misterio, con el fin, según decía el rey, de terminar con la enorme oposición
que se venía haciendo en Sevilla y en otros puntos de la Península a la
devoción del pueblo español. Iba al frente de la citada comisión el Padre
General de los Franciscanos.
Felipe IV, hijo y sucesor al
trono de Felipe III, obtuvo de Gregorio XV, el 4 de junio de 1622, el decreto
declaratorio del misterio, no del dogma; y Carlos III, de S.S. Clemente XIII,
que la festividad de la Purísima fuese fiesta patronal en las Españas.
Un último esfuerzo hizo nuestra nación
en 1659, enviando a Roma al Ilmo. Sr. Obispo de Plasencia, D. Luis Crespi de Borja, en representación del Rey y al P. Jerónimo Salcedo, portadores de
cartas de todos los Prelados y Cabildos de España. Por fin al cabo de dos años
de incesante súplica se publicó la Bula: Solicitúdo
ómnium ecclesiárum, fechada a 8 de diciembre de 1661. No se conoce ninguna
otra tan satisfactoria con respecto a la Concepción Inmaculada de María, hasta
el llamado “Papa de la Inmaculada”, Pío IX que el 8 de diciembre de 1854,
promulgó un documento llamado “Ineffabilis
Deus” en el que estableció que el alma de María, en el momento en que fue
creada e infundida, estaba adornada con la gracia santificante.
Publicado en Cuenca, 8 de diciembre de 2020 y el 8 de diciembre de 2023.
Por: José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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