Hablar de
niños es hablar de inocencia, que por eso los propuso Jesús de modelo a los
grandes, para entrar en el reino de los cielos. Pero la inocencia adquiere un
doble realce, cuando a su blancura se le junta el rojo vivo de la sangre, y
éste es el caso de los Niños de hoy, son Inocentes y son Mártires.
Herodes había despedido a los Reyes
Magos con la esperanza de que volvieran por Jerusalén para informarle. Les
había dicho que él también quería ir a Belén a adorar al Niño. En realidad lo
que pensaba era quitarle la vida y toda posibilidad de reinar. En Jerusalén no
podía haber otro rey que Herodes o
quien él designase como sucesor.
Como siempre,
en la vida espiritual nada pertenece sólo a la historia como pasado, todo dura y pervive. Hoy los Inocentes no mueren al filo de la espada, sino de asépticos
bisturís, la orden de matar la dan sus propias madres bajo el ampara de la ley
que firman reyes y políticos, y la matanza universal se juzga como un signo de
progreso y un paso más hacia la felicidad.
Gran lección
la de este día para los grandes, que han dejado de ser inocentes, porque con
los ojos despiertos a la luz de la pasión, corrieron ciegos en pos de sus
apetitos carnales. Hoy como nunca viene, cual anillo al dedo, la sentencia
profunda del Evangelio: “el que se ama a
sí mismo, se pierde” (Jn. 12, 20-23)
Herodes era la
pasión bruta, que todo lo atropella para logro de su apetito. Se cuenta que
para que el pueblo llorara en su muerte, dejó encargado a su hermana que diera
muerte a los principales del pueblo. Murió el tirano, su reino se deshizo, el
Mesías escapó a sus iras y él fue enterrado en la fortaleza llamada Herodio, al sureste de Belén, desde
donde todavía se ve hoy como monumento perenne de la impotencia de la soberbia
y de la pasión humana.
Publicado en Cuenca, 28 de
diciembre de 2019 y el 28 de diciembre de 2023.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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