Hoy nos toca
hablar de la Orden de los Siervos de María. Siempre he oído: “El mejor tesoro
es un buen amigo”, en este grupo de jóvenes lo vemos cumplido.
Cuando se habla de la fraternidad y la
solidaridad, del amor al prójimo y por otro lado se aprecia en esta sociedad
actual el egocentrismo, la explotación, la miseria, nos viene a recordar el
Santoral a un racimo de santos que la propia Virgen convocó para su servicio en
el seno de una ciudad turbulenta y dividida por discordias civiles como era la
ciudad de Florencia, de la primera mitad del siglo XIII. En aquel tiempo se hacían
la guerra los güelfos y gibelinos, y de esta lucha fratricida iba a salir una
orden religiosa cuyos fines eran la plegaria, la humildad y la devoción a la
Reina de la Paz.
Siete jóvenes
mercaderes se reunían a la caída de la tarde en una asociación mariana de
alabadores de la Santísima Virgen. Apenas si son conocidos sus nombres. Después
de buscar y rebuscar los hallé. Así se llamaban: Bonfilio Monado, Bonayuto
Manetti, Manetto dell´Antella, Amidio des Amidei, Ugoccio des Uguccioni,
Sostenio des Sostegni y Alejo Falconieri. Esta cofradía era conocida en Florencia
como “los Laudes” o “los alabadores de la Santísima Virgen”. Ellos eran como
una Junta directiva de esta Asociación Mariana.
Dicen las
crónicas que para llevar a cabo esta empresa el día de la Asunción, el 15 de
agosto de 1233, los siete recibieron una común iluminación. Se les apareció la
Virgen “con gesto de dolor, vestida de luto y velada de negro la cabeza, como
una Madre Dolorosa, porque el Amor no era amado y la caridad estaba herida” (P.
Bargellini).
Un día cuando
recorrían las calles de Florencia pidiendo limosna, unos niños pequeños que aún
no habían aprendido hablar exclamaron: “He ahí los servidores de la Virgen.
Dadles limosna”.
El Viernes
Santos de 1239 la misma Virgen se les apareció para señalarles que fueran
negros sus hábitos y que aceptasen la Regla de San Agustín. Muy pronto creció el
número de jóvenes que se ordenaron. Desde los primeros momentos de su fundación
quisieron hacer hincapié en el Amor al retiro o soledad y también al ejercicio
del apostolado y en la propagación de la devoción a la Virgen María, en
especial bajo esta la facete de su cooperación dolorosa a la Redención de
Jesucristo.
Con el tiempo
fueron muriendo, tan solo sobrevivió a todos ellos San Alejo, que fue el más
conocido y el que pudo ver como se propagaba la Orden de la Virgen María con abundantes
vocaciones por el mundo cristiano.
Pasados unos
siglos, el 15 de enero de 1888, el Papa León XIII los elevaba a los siete a los
alteres con la programación de Santos Fundadores de la Orden de los Servitas.
Publicado en Cuenca, 17 de
febrero de 2020 y el 17 de febrero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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