San Euchério,
uno de los más santos Prelados de la iglesia de Francia, florecía en el octavo
siglo, así por el resplandor de su eminente virtud, como por su fervoroso celo
en promover la disciplina eclesiástica. Nació en Orleans hacia el año 690, de
una de las familias más notables de aquella ciudad. Su madre era una señora de
singular virtud, y de costumbres tan arregladas, que tenía pocas imitadoras.
Volviendo una
noche de la iglesia, donde había asistido a maitines, se retiró a su cuarto y
tuvo un sueño que la consoló mucho. Se le apareció un ángel y después de
haberla alabado la devoción y la frecuencia con que asistía a los divinos
oficios, le anunció que el hijo de que estaba preñada sería hijo de bendición,
y con el tiempo un santo obispo.
El nacimiento
de aquel querido hijo regocijó extraordinariamente a toda la familia. Enterados
todos de la visión de la madre, se preguntaban unos a otros: ¿Qué cosa será
este niño con el tiempo?
El deseo de no
perdonar a medio alguno que contribuyese a proporcionar las grandes esperanzas
que habían concebido de él, movió a sus padres a suplicar a San Amsberto,
Obispo de Autun, cuya fama de santidad volaba entonces por toda la Francia, que
se dignase hacerles la honra de bautizarlo.
A la edad de
siete años le pusieron a estudiar, como tenía mucho ingenio y era dócil en poco
tiempo hizo admirables progresos, distinguiéndose en las letras humanas y en
las artes. Estudió de joven teología y los sagrados cánones, de manera que en
poco tiempo fue correspondiente a su virtud su sabiduría.
A este joven la lectura de san Pablo le cambió la vida: "La sabiduría del mundo es necesidad ante Dios", hay que invertir, pues, el orden de valores, lo que todos aprecian no vale nada, y lo que desdeña como vil, renunciar a las cosas por el amor más alto que no se ve, es el camino de la eternidad. Por eso Euquerio se hizo monje en la abadía normanda de Jumièges.
Fue tan grande
la luz de su santa vida y la opinión que todos tenían de él, dice un hagiógrafo,
que a la muerte de su tío Suavarico, Obispo de Orleáns, el pueblo le eligió
para sucederle, y ante su resistencia tuvo que intervenir el príncipe Carlos Martel, cuya autoridad le
obligó a aceptar, aunque no sin desconsuelo, pues lloraba copiosamente al ser
consagrado.
Fue un bien
obispo, y por serlo se opuso a las pretensiones de Carlos Martel, quien
expoliaba a la Iglesia para atender las necesidades de sus campañas; el choque entre
ambos acabó con el destierro de Euchério, primero en Colonia y luego en Lieja,
siempre rodeado de una inmensa veneración, y finalizando su vida en un
monasterio benedictino.
Fue su dichoso
tránsito el día 20 de febrero del año 743, y en poco tiempo ilustró el Señor la
gloria de su sepulcro con muchos milagros. Lo enterraron en la iglesia de San
Tron, y casi desde entonces se comenzó a celebrar su fiesta. Ciento treinta y
siete años estuvo el santo cuerpo en la sepultura, hasta que en el año 880 fue
elevado de la tierra, juntamente con el de San Tron, y expuesto en lugar eminente
a la pública veneración. La incursión de los Normandos, que sucedió el año
siguiente, obligó al Obispo Francon a ocultar los dos cuerpos en la gruta donde
hoy son reverenciados. Se venera en una rica urna todo el cuerpo de San
Euchérico, a excepción de un hueso que en el año de 1606 se dio a la santa
iglesia de Ordeans.
Publicado en Cuenca, 20 de febrero
de 2021 y el 20 de febrero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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