Fue cardenal-obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fronte Avellana, promovió la
vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para
que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a
la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunidad con la Sede
Apostólica.
Lo vemos como
un fruto apasionado y terrible, apocalíptico casi, del año mil, profeta en los
siglos oscuros; es un santo que visto de lejos asusta por su rigor y su ira,
como un símbolo de intransigencia que reprocha con tremendos clamores del
pecado del mundo, empezando por los de la Iglesia, roída por la corrupción y el
concubinato.
Como siempre,
de cerca su figura se humaniza. Este modelo de austeridad que en su Libro de Gomorra traza un cuadro
durísimo de la moral de sus contemporáneos, es también autor de conmovidos
himnos, de páginas que a través del rudo latín del siglo XI todavía transmiten
un temblor de ternura. Y en su propia vida la que le muestra sometido por
obediencia a deberes que estaban muy lejos de su ideal.
Que era la
soledad de un monasterio, como el
camaldulenso de Fonte Avellana,
por una de cuyas celdas renunció a la reputación de famoso profesor en Parma.
Pero su saber y sus virtudes le fueron empujando a muchas actividades, fue
prior, reformó la orden, hizo nuevas fundaciones, y aquel hombre con vocación
eremítica se vio convertido por orden del papa en cardenal-obispo de Ostia y en
legado pontificio.
Instrumento
reformador de diversos papas (con quienes las relaciones no siempre fueron
apacibles), tuvo que intervenir en problemas de alta política eclesiástica,
viajar mucho, predicar, ser consejero de reyes, escribir sobre una multitud de
temas de teología y moral (León XII le declaró doctor de la Iglesia).
Con Gregorio
VII se plantó: basta de política, de cismas, pleitos monásticos y mundanidades,
le dejaran o no él siempre volvía a su celda en Fonte Avellana. Años después aún tuvo que ir a Alemania por el
divorcio de un rey y reconciliar a su Rávena natal con el Pontífice. Murió en
el camino de vuelta, refugiándose en el monasterio de Santa María de los
Ángeles, en Faenza (Favencia) en
1072,(él, tan mariano, que extendió la práctica de la consagración de los
sábados a la Virgen), abrazando por fin una paz inasequible por la dureza del
servicio que se le pedía. Fue venerado inmediatamente como santo y su culto fue
reconocido en 1828 por el Papa León XII, que también lo proclamó doctor de la
Iglesia por sus numerosos escritos de contenido teológico.
Publicado en Cuenca, 21 de
febrero de 2021 y el 21 de febrero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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