miércoles, 15 de abril de 2020

El agua, poder eterno.

   Desde el principio de los tiempos, el agua se ha vinculado a los misterios de la existencia humana. En cuentos y leyendas populares, es un fluido mágico que da la vida, cura las enfermedades y otorga juventud, sabiduría e inmortalidad. Muchas civilizaciones antiguas desarrollaron cultos del agua, en la creencia de que los sonidos y movimientos de los arroyos al fluir señalaban la presencia de un espíritu vivo.

Sociedades posteriores –incluyendo a los griegos, los romanos y los japoneses- valoraron en gran medida las propiedades restauradoras del agua. Los romanos en particular apreciaron como tesoros los aparentemente milagrosos poderes de las fuentes termales naturales y de las aguas ricas en minerales. Los baños diarios, creían, podían literalmente lavar afecciones tales como la lepra, los tumores, la esterilidad y la melancolía. Con el tiempo surgió una elaborada tradición de baños públicos, diseñada para promover la salud, asegurar una larga vida y potenciar la belleza física.

A medida que el Imperio Romano se extendía, también lo hicieron los baños públicos. Hoy, en muchas ciudades de Europa occidental, la tradición continúa en el mismo lugar en el que una vez hubo un baño romano. En la antigüedad, el complejo se enorgullecía de poseer un gran baño para el emperador, una cámara igualmente espléndida para sus soldados, y una tercera piscina para los caballos. Los caballos ya no son bienvenidos, pero más de 600.000 personas acuden a las piscinas públicas de Balen-Baden cada año, para sumergirse en una antigua tradición.

Muchos buscan alivio para un variado abanico de enfermedades –aunque los médicos no están de acuerdo en lo que se refiere a los beneficios terapéuticos de los baños de agua-, mientras que otros simplemente buscan la oportunidad de relajarse y rejuvenecer en las cálidas y transparentes aguas.

Cuenca, 15 de abril de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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