jueves, 16 de abril de 2020

El tiempo como medida y espacio.

La muerte es cierta, sólo la hora es incierta”.

“La muerte es cierta, sólo la hora es incierta”. Esa es la inscripción latina que reza en un reloj de sol del siglo XVI. Aunque los seres humanos siempre han sido conscientes de su mortalidad, este mensaje fue inspirado por la conciencia para hacer presente que el tiempo nos influye a todos sin importar sexo ni condición social.

Durante incontables milenios, la humanidad ha visto el tiempo como un flujo incesante y calmado, y su paso se seguía por los ciclos de la naturaleza. La gente se levantaba y se acostaba con el sol y ajustaban sus años al cambio de estación. 
Detalle de la torre del reloj de Venecia.

Observada la influencia que suponía en los seres humanos, se pretendió entenderlo para ver cómo controlarlo, desarrollando primero el calendario para seguir el rastro de las estaciones y fases lunares, y luego con aparatos, como los relojes de sol y de agua para romper el tiempo en fragmentos más pequeños.

A medida que los aparatos para medir el tiempo se fueron haciendo más sofisticados, precisos y al alcance de todos, alteraron gradual pero profundamente la forma en que los individuos vieron el tiempo cambiando su concepción.

El advenimiento del reloj mecánico, con su marcha incesante de momentos medidos, reforzó la nación del tiempo como algo valioso y manejable, ya no como una marea contra la que teníamos que nadar con grandes esfuerzos, sino como un flujo de cantidad limitada, que debía utilizarse en su totalidad. Habiendo declarado su independencia del sol, la gente se descubrió esclavo de un nuevo maestro. El reloj empezó a regular la mayoría de los aspectos de la vida, aguijoneando a los mortales con sus repiqueteos y su tic-tac incesante.
Reloj de arena.

Las predicciones del tiempo llegaron a su punto culminante en Egipto, hace unos 6.000 años, cuando los sacerdotes astrónomos observaron que una vez al año la brillante estrella Sirius, salía al amanecer en línea directa con la salida del Sol. Esta posición es llamada Heliacal y coincide con la crecida anual del río Nilo, el acontecimiento que depositaba  tierra fértil a lo largo de las orillas del río y, de este modo, señalaba el comienzo de una nueva estación para la siembra.

Los sacerdotes utilizaron este conocimiento para medir de forma más precisa la longitud del año, que convirtieron en un calendario con doce meses de 30 días seguidos de cinco festivos, hasta un total de 365 días.

En el Medievo el poseer un calendario llegó a convertirse en un símbolo de la posición social. Los aristócratas encargaban tomos abundantemente ilustrados a los que se les llamaba “Libro de las horas”. Estos trabajos de devoción, que contenían plegarias que se rezaban en unos momentos determinados, empezaban con páginas del calendario para los doce meses. Además de las ilustraciones de actividades de cada estación, los calendarios estaban ilustrados con el signo del zodiaco más adecuado para cada mes, ya que determinar la ocasión astrológica correcta para variar acciones a seguir era un aspecto importante del cálculo del tiempo en la Europa del Medievo.
Libro de las horas.

El calendario seguido por la mayor parte de los occidentales de la Edad Media fue el que instituyó Julio César en el año 46 a.C., puesto que el año juliano no se corresponde exactamente con la longitud del año solar, éste se fue alterando en relación a las estaciones. En 1582, para corregir el tiempo de las festividades de Pascua, cuya fecha está ligada al ciclo de la luna, el Papa Gregorio XIII impuso un nuevo calendario que restaba diez días del año y reajustaba los años bisiestos.

Gente de toda Europa protestó por la pérdida de diez días de su vida, pero el nuevo calendario prevaleció, al menos en muchos países católicos, Inglaterra y las colonias americanas rehusaron adoptar el calendario gregoriano hasta 1752. Rusia esperó hasta 1918. Mientras tanto, los calendarios continuaban siendo un arma política de clasificación. Por ejemplo, en 1792, el gobierno de la revolución Francia impuso un nuevo calendario que excluía los elementos cristianos; sin embargo, trece años más tarde, bajo el gobierno de Napoleón Bonaparte, este calendario se abandono a favor del modelo gregoriano.

Cuenca, 16 de abril de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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