lunes, 6 de abril de 2020

Piedra sobre piedra.

Reflexiones para una Semana Santa en casa.

Salían los doce del Templo para subir, como los otros días al  Monte de los Olivos. Uno de los discípulos - ¿Quién habrá sido? ¿Acaso Juan de Salomé, todavía un poco niño y por eso, capaz de maravillarse, o bien el Iscariote, respetuoso por la riqueza? –dijo a Jesús: ¡Mora qué hermosura de edificio! ¡Y cuántas hermosas piedras!

El Maestro se volvió a mirar las altas murallas cubiertas de mármol que el Fausto calculador de Herodes había levantado sobre la colina, y respondió:

-“¿Ves todas estas magníficas construcciones? Pues en verdad te digo que de todo eso que ves día vendrá en que no quede piedra sobre piedra, sin ser destruido” (Mt. 24,2).

El admirador que manifestara su admiración, calló de repente. Nada tuvo de responder, pero todos, perplejos y estupefactos, iban masticando dentro de sí esas palabras. Duras palabras para corazones pequeños de provincianos ambiciosos. Otras palabras duras, y duras de oírse, duras de comprender, duras de creer, había dicho en los últimos tiempos aquel que los amaba. Pero no tenían recuerdo de palabras tan duras como éstas. Sabían que era el Cristo y que debía sufrir y morir, pero esperaban que, inmediatamente después, habría de resucitar en la gloria victoriosa de un nuevo David, para dar a Israel la abundancia y a ellos, fieles en el peligroso vagabundaje de la miseria, os premios mayores y el dominio. Pero si la tierra debía ser mandada por Judea, a Judea debía mandarla Jerusalén, y las sedes del mundo debían hallarse en el Templo del gran Rey. Si lo ocupaban ahora, los Saduceos infieles, los Fariseos hipócritas, los Escribas traidores, el Cristo los echaría para hacer lugar a sus Apóstoles. ¿Cómo, pues, podía ser destruido el Templo, recuerdo esplendoroso del Reino pasado, roca esperada del nuevo reino?

Esta conversación de las piedras resultaba más dura que las mismas piedras de Simón llamado Piedra (Pedro) y a sus compañeros. ¿No podía cambiar las piedras del Jordán en hijos de Abraham? ¿No había dicho Satanás que el hijo de Dios podía trocar las piedras el desierto en panes de harina? ¿No había dicho el propio Jesús , mientras pasaba por la puerta de Jerusalén, que las mismas piedras, en lugar de los hombres, habrían gritado la salutación y cantado los himnos? ¿Y no era él quien había hecho caer de las manos de los enemigos las piedras que habían recogido para matarlo y las había hecho caer de las manos de los que acusaban a la adúltera?

Pero los discípulos no podían comprender el discurso de las piedras del Templo. Apenas llegaron al Monte de los Olivos y Cristo se sentó en frente del Templo, no supieron contener su curiosidad. –“Dinos a nosotros cuándo van a ser esas cosas. Y cuál será la señal de tu venida” (Mt. 24,3).

La respuesta fue el Discurso de las últimas Cosas –el segundo sermón de la Montaña. Entonces, en los principios del anuncio, había dicho a manera cómo debía cambiarse toda el alma para fundar el Reino, ahora a dos pasos de la muerte, enseña cual será de los renitentes y cómo será la segunda venida.

Este discurso, menos comprendido que el otro y todavía más olvidado, no responde, como algunos creen, a una pregunta sola. Las preguntas de los Discípulos son dos, Cuándo sucederá esto que has dicho, es decir, la ruina del Templo, y cuáles serán las señales de su venida. Dos son las respuestas. Jesús anuncia los acontecimientos que precederán al fin de Jerusalén y, después, describe las señales de su nueva aparición. El discurso profético, aunque se lea todo seguido en los Evangelios, tiene dos partes. Las profecías son dos bien distintas: la primera se ha cumplido antes que la generación de Jesús hubiera desaparecido, antes de que pasaran cuarenta años de su muerte. Los días de la otra profecía no han llegado aún, pero, acaso, esta generación no pase sin que vean las primeras señales.

Cuenca, 6 de abril de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.



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-El Evangelio de la madre. E. Enciso. Madrid. 1943
      -Historia de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de Chile.1923.
      -Festividades del año Litúrgico. Editorial Luis Vives. Zaragoza. Lino, Obispo de Huesca.1945.


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