Reflexiones para una
Semana Santa en casa.
Salían los
doce del Templo para subir, como los otros días al Monte de los Olivos. Uno de los discípulos -
¿Quién habrá sido? ¿Acaso Juan de Salomé, todavía un poco niño y por eso, capaz
de maravillarse, o bien el Iscariote, respetuoso por la riqueza? –dijo a Jesús:
¡Mora qué hermosura de edificio! ¡Y cuántas hermosas piedras!
El Maestro se
volvió a mirar las altas murallas cubiertas de mármol que el Fausto calculador
de Herodes había levantado sobre la colina, y respondió:
-“¿Ves todas estas
magníficas construcciones? Pues en verdad te digo que de todo eso que ves día
vendrá en que no quede piedra sobre piedra, sin ser destruido” (Mt. 24,2).
El admirador
que manifestara su admiración, calló de repente. Nada tuvo de responder, pero
todos, perplejos y estupefactos, iban masticando dentro de sí esas palabras.
Duras palabras para corazones pequeños de provincianos ambiciosos. Otras
palabras duras, y duras de oírse, duras de comprender, duras de creer, había
dicho en los últimos tiempos aquel que los amaba. Pero no tenían recuerdo de
palabras tan duras como éstas. Sabían que era el Cristo y que debía sufrir y
morir, pero esperaban que, inmediatamente después, habría de resucitar en la
gloria victoriosa de un nuevo David, para dar a Israel la abundancia y a ellos,
fieles en el peligroso vagabundaje de la miseria, os premios mayores y el
dominio. Pero si la tierra debía ser mandada por Judea, a Judea debía mandarla
Jerusalén, y las sedes del mundo debían hallarse en el Templo del gran Rey. Si
lo ocupaban ahora, los Saduceos infieles, los Fariseos hipócritas, los Escribas
traidores, el Cristo los echaría para hacer lugar a sus Apóstoles. ¿Cómo, pues,
podía ser destruido el Templo, recuerdo esplendoroso del Reino pasado, roca
esperada del nuevo reino?
Esta
conversación de las piedras resultaba más dura que las mismas piedras de Simón
llamado Piedra (Pedro) y a sus compañeros. ¿No podía cambiar las piedras del Jordán
en hijos de Abraham? ¿No había dicho Satanás que el hijo de Dios podía trocar
las piedras el desierto en panes de harina? ¿No había dicho el propio Jesús ,
mientras pasaba por la puerta de Jerusalén, que las mismas piedras, en lugar de
los hombres, habrían gritado la salutación y cantado los himnos? ¿Y no era él
quien había hecho caer de las manos de los enemigos las piedras que habían recogido
para matarlo y las había hecho caer de las manos de los que acusaban a la
adúltera?
Pero los
discípulos no podían comprender el discurso de las piedras del Templo. Apenas
llegaron al Monte de los Olivos y Cristo se sentó en frente del Templo, no
supieron contener su curiosidad. –“Dinos a nosotros cuándo van a ser esas
cosas. Y cuál será la señal de tu venida” (Mt. 24,3).
La respuesta
fue el Discurso de las últimas Cosas –el segundo sermón de la Montaña.
Entonces, en los principios del anuncio, había dicho a manera cómo debía
cambiarse toda el alma para fundar el Reino, ahora a dos pasos de la muerte,
enseña cual será de los renitentes y cómo será la segunda venida.
Este discurso,
menos comprendido que el otro y todavía más olvidado, no responde, como algunos
creen, a una pregunta sola. Las preguntas de los Discípulos son dos, Cuándo sucederá
esto que has dicho, es decir, la ruina del Templo, y cuáles serán las señales
de su venida. Dos son las respuestas. Jesús anuncia los acontecimientos que precederán
al fin de Jerusalén y, después, describe las señales de su nueva aparición. El
discurso profético, aunque se lea todo seguido en los Evangelios, tiene dos
partes. Las profecías son dos bien distintas: la primera se ha cumplido antes
que la generación de Jesús hubiera desaparecido, antes de que pasaran cuarenta
años de su muerte. Los días de la otra profecía no han llegado aún, pero,
acaso, esta generación no pase sin que vean las primeras señales.
Cuenca, 6 de
abril de 2020.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
_______
-El
Evangelio de la madre. E. Enciso. Madrid. 1943
-Historia
de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de
Chile.1923.-Festividades del año Litúrgico. Editorial Luis Vives. Zaragoza. Lino, Obispo de Huesca.1945.
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