La existencia de otra vida después de la vivida.
La existencia
humana está determinada por los límites del mundo psíquico, sus propias
capacidades físicas y las leyes terrestres de espacio y tiempo. Por lo tanto,
es comprensible que la humanidad se haya aferrado a una creencia perdurable,
según la cual una parte de nosotros mismos puede ser capaz de romper estos
vínculos y hacer que la esencia espiritual o emocional pueda viajar fuera del
cuerpo.
Numerosas
religiones y razonamientos filosóficos apoyan la creencia de que el espíritu y
el cuerpo existen separadamente y de que el alma sobre vive después de la
muerte. Pero, ¿Qué sucede con el espíritu durante la etapa en que aún hay vida?
¿Acaso es posible para una determinada manifestación del espíritu el poder
viajar fuera de su continente físico y retornar luego? Y si el espíritu
sobrevive a la muerte. ¿Podría regresar dentro de otro cuerpo? Conocemos gran
cantidad de testimonios a lo largo de la historia en los que respetables hombre
y mujeres han relatado sus propias experiencias al respecto, contestando
afirmativamente a esas preguntas.
Esos viajes
espirituales son descritos generalmente de tres formas distintas:
1ª En el
transcurso de una experiencia extra-corporal, el espíritu viaja más allá del
cuerpo durante un corto período de tiempo y luego retorna al mismo cuerpo.
2ª Durante una
experiencia ocurrida inmediatamente después de producirse la muerte, el
espíritu sale como si se dirigiera a una próxima vida, pero regresa al cuerpo
aún viviente.
3ª Sobreviviendo
a la muerte física, algunos espíritus abandonan un cuerpo para reaparecer en
otro, experimentando el fenómeno de la reencarnación.
Con relación
al primer caso os relato las experiencias vividas por distintas personas que
han tenido el valor de contarlas sin miedo a ser tachados de brujos o
cuentistas.
“Lo más
sorprendente de toda la experiencia fue el momento en que mi ser suspendido por
encima de la cabeza. Era como si estuviera decidiendo si se iba o se quedaba.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido. Al principio y al final del
accidente todo se movía muy rápido, pero en ese tiempo particular, una especie
de tiempo interior, mientras mi ser estaba suspendido por encima de mí y el
coche caía a la zanja, me pareció que tardaba mucho en caer. Además, en ese momento no me sentía muy
implicado en el coche, ni en el accidente, ni en mi propio cuerpo; sólo me
sentía unido a la mente… Mi ser no tenía características físicas, pero he de
describirlo en esos términos. Podría hablar de ello de muchas maneras, con
muchas palabras, pero ninguna sería adecuada. Es difícil de describir.
Finalmente el coche golpeó el suelo y dio varias vueltas, pero mis únicas
heridas fueron una torcedura de cuello y un pie magullado”.
Otro
testimonio afirma lo siguiente: “Cuando salí fuera del cuerpo físico, fue como
si saliera de mi cuerpo y entrara en
otra cosa. Era otro cuerpo…, pero no es cuerpo humano normal. Era algo
diferente. Ni un cuerpo humano ni un globo de materia. Tenía forma, pero no
color. Poseía algo que usted podría llamar manos. No puedo describirlo. Me
hallaba demasiado fascinado con todo lo que me rodeaba –ocupado en ver desde
fuera mi propio cuerpo- y no pensaba en el tipo de cuerpo en que estaba metido.
Todo parecía transcurrir muy deprisa. Aunque el tiempo no era el mismo,
existía. Las cosas parecen sucederse más rápidamente cuando se está fuera del
cuerpo.
Con relación
al segundo forma o experiencias hay gente que recuerda el haber visto a sus
seres queridos, lo describe como si estuviera volviendo a casa y ellos se
encontraban allí para darle la bienvenida.
En otros casos
es distinto. Una mujer contó que durante su experiencia de separación del
cuerpo no sólo vio su propio y transparente cuerpo espiritual, sino el de otra
persona que había fallecido recientemente. No sabía de quien se trataba, han
llegado a creer que los seres con los que se encontraron eran sus ángeles de la
guarda. A un hombre le dijeron: “te he ayudado en este estadio de la
existencia, ahora te haré pasar a otros”. Otra mujer afirmaba que mientras
estaba abandonando el cuerpo detectó la presencia de dos seres que se
identificaron como “Ayudantes espirituales”. Uno de ellos los cuenta así: “Oí
una voz. No era vos de hombre, sino algo que está más allá de los sentidos. Me
dijo lo que debía hacer –regresar- y que no debía sentir miedo por volver a mi
cuerpo físico”.
Un hombre y
una mujer judíos lo identificaron con un ángel. Ambos casos los sujetos dejaron
bien claro que ello no implicaba que el ser tuviera alas, tocara el arpa o
tuviera forma o apariencia humana. Sólo era luz. La misma etiqueta utilizó una
señora de fe cristiana, quien no parecía oponerse a llamar Cristo a esa luz.
Os relato el
último le la segunda serie de experiencia y lo relata así la mujer: “Tuve un ataque
de corazón y me encontré en un hueco negro. Me daba cuenta de que había dejado
el cuerpo físico. Sabía que estaba muriendo, y pensé: ¡Dios mío, hice todo lo
que pude según lo que sabía en cada momento. Por favor, ayúdame!.
Inmediatamente la negrura se tornó gris pálido y seguí moviéndome y
deslizándome con rapidez hasta que enfrente de mí, muy distante, pude ver una
niebla gris y me precipité hacia ella. Tenía la impresión de que no me acercaba
tan deprisa como era mi deseo, pero cuando me aproximé lo bastante pude ver a
través de ella. Más allá de la niebla había gente y sus formas eran como los de
los terrestres. También vi algo que podría tomarse como edificios. Todo era
penetrado por una maravillosa luz: un resplandor vivo de amarillo dorado, pero
de color pálido, no ese dorado duro que conocemos aquí.
Cuando me
acerqué más me sentí segura de que iba a travesar la niebla. Tuve una sensación
de maravillosa alegría; no hay palabras para describirla en ningún lenguaje
humano. No me había llegado el momento de cruzar la niebla, pues al instante
apareció en el otro lado mi tío Fran, que había
muerto unos años antes. Me cerró
el camino y me dijo: “Regresa. No has completado tu labor en la tierra. Regresa
ahora”. Si bien no quería hacerlo, no tenía otra alternativa, y en seguida
estaba de vuelta en el cuerpo. Sentí un terrible dolor en el pecho y oí a mi
hijo pequeño diciendo: ¿Dios mío, devuélveme a mamá!
El último de
las formas es la reencarnación, tenemos un caso especial como es el del capital
George S. Patton, su historia es esta:
El capitán George S. Patton nunca había
tenido ocasión de visitar la pequeña ciudad de Langres, al nordeste de Francia.
Sin embargo, en diciembre de 1917, fecha de su llegada a la región para hacerse
cargo de la organización de un curso de adiestramiento en el uso de carros de
combate. Patton rehusó el ofrecimiento hecho por el oficial de enlace, quien le
invitaba a recorrer la ciudad. En otros tiempos sede uno de los asentamientos
militares romanos de la zona. “No tiene por qué hacerlo”, dijo Patton al
sorprendido joven, “conozco muy bien este campamento”.
Finalmente convencido de la existencia de la
reencarnación, Pattón sentía sin ningún género de dudas que él había estado
anteriormente en Francia como legionario romano. Para demostrar su afirmación,
condujo al oficial a través de esa zona, señalando los sitios exactos donde se
erigían los antiguos templos romanos y el anfiteatro, el campo de instrucción y
el foro, incluso marcando el punto en el que Julio César había estado acampado.
“Era como si alguien”, contó más tarde Patton a su sobrino, “estuviera en mis
oídos susurrándome la dirección hacia la cual desplazarme”. Patton atribuía en
parte el continuo éxito de sus campañas militares al hecho de haber luchado como soldado en otras ocasiones,
estando en el frente del norte de África, durante la Segunda Guerra Mundial, un
general del ejército británico alabó a Patton haciendo la siguiente reflexión:
“Usted hubiera sido un excelente mariscal de campo para Napoleón si hubiera
vivido en el siglo XVIII. Patton, con una sonrisa, respondió simplemente: “Es
que yo estaba allí”.
Cuenca, 2 de
marzo de 2020.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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