miércoles, 1 de abril de 2020

Viajes del espíritu.

La existencia de otra vida después de la vivida.

   La existencia humana está determinada por los límites del mundo psíquico, sus propias capacidades físicas y las leyes terrestres de espacio y tiempo. Por lo tanto, es comprensible que la humanidad se haya aferrado a una creencia perdurable, según la cual una parte de nosotros mismos puede ser capaz de romper estos vínculos y hacer que la esencia espiritual o emocional pueda viajar fuera del cuerpo.

Numerosas religiones y razonamientos filosóficos apoyan la creencia de que el espíritu y el cuerpo existen separadamente y de que el alma sobre vive después de la muerte. Pero, ¿Qué sucede con el espíritu durante la etapa en que aún hay vida? ¿Acaso es posible para una determinada manifestación del espíritu el poder viajar fuera de su continente físico y retornar luego? Y si el espíritu sobrevive a la muerte. ¿Podría regresar dentro de otro cuerpo? Conocemos gran cantidad de testimonios a lo largo de la historia en los que respetables hombre y mujeres han relatado sus propias experiencias al respecto, contestando afirmativamente a esas preguntas.

Esos viajes espirituales son descritos generalmente de tres formas distintas:

1ª En el transcurso de una experiencia extra-corporal, el espíritu viaja más allá del cuerpo durante un corto período de tiempo y luego retorna al mismo cuerpo.

2ª Durante una experiencia ocurrida inmediatamente después de producirse la muerte, el espíritu sale como si se dirigiera a una próxima vida, pero regresa al cuerpo aún viviente.

3ª Sobreviviendo a la muerte física, algunos espíritus abandonan un cuerpo para reaparecer en otro, experimentando el fenómeno de la reencarnación.

Con relación al primer caso os relato las experiencias vividas por distintas personas que han tenido el valor de contarlas sin miedo a ser tachados de brujos o cuentistas.

“Lo más sorprendente de toda la experiencia fue el momento en que mi ser suspendido por encima de la cabeza. Era como si estuviera decidiendo si se iba o se quedaba. Parecía que el tiempo se hubiera detenido. Al principio y al final del accidente todo se movía muy rápido, pero en ese tiempo particular, una especie de tiempo interior, mientras mi ser estaba suspendido por encima de mí y el coche caía a la zanja, me pareció que tardaba mucho en  caer. Además, en ese momento no me sentía muy implicado en el coche, ni en el accidente, ni en mi propio cuerpo; sólo me sentía unido a la mente… Mi ser no tenía características físicas, pero he de describirlo en esos términos. Podría hablar de ello de muchas maneras, con muchas palabras, pero ninguna sería adecuada. Es difícil de describir. Finalmente el coche golpeó el suelo y dio varias vueltas, pero mis únicas heridas fueron una torcedura de cuello y un pie magullado”.

Otro testimonio afirma lo siguiente: “Cuando salí fuera del cuerpo físico, fue como si  saliera de mi cuerpo y entrara en otra cosa. Era otro cuerpo…, pero no es cuerpo humano normal. Era algo diferente. Ni un cuerpo humano ni un globo de materia. Tenía forma, pero no color. Poseía algo que usted podría llamar manos. No puedo describirlo. Me hallaba demasiado fascinado con todo lo que me rodeaba –ocupado en ver desde fuera mi propio cuerpo- y no pensaba en el tipo de cuerpo en que estaba metido. Todo parecía transcurrir muy deprisa. Aunque el tiempo no era el mismo, existía. Las cosas parecen sucederse más rápidamente cuando se está fuera del cuerpo.

Con relación al segundo forma o experiencias hay gente que recuerda el haber visto a sus seres queridos, lo describe como si estuviera volviendo a casa y ellos se encontraban allí para darle la bienvenida.

En otros casos es distinto. Una mujer contó que durante su experiencia de separación del cuerpo no sólo vio su propio y transparente cuerpo espiritual, sino el de otra persona que había fallecido recientemente. No sabía de quien se trataba, han llegado a creer que los seres con los que se encontraron eran sus ángeles de la guarda. A un hombre le dijeron: “te he ayudado en este estadio de la existencia, ahora te haré pasar a otros”. Otra mujer afirmaba que mientras estaba abandonando el cuerpo detectó la presencia de dos seres que se identificaron como “Ayudantes espirituales”. Uno de ellos los cuenta así: “Oí una voz. No era vos de hombre, sino algo que está más allá de los sentidos. Me dijo lo que debía hacer –regresar- y que no debía sentir miedo por volver a mi cuerpo físico”.

Un hombre y una mujer judíos lo identificaron con un ángel. Ambos casos los sujetos dejaron bien claro que ello no implicaba que el ser tuviera alas, tocara el arpa o tuviera forma o apariencia humana. Sólo era luz. La misma etiqueta utilizó una señora de fe cristiana, quien no parecía oponerse a llamar Cristo a esa luz.

Os relato el último le la segunda serie de experiencia y lo relata así la mujer: “Tuve un ataque de corazón y me encontré en un hueco negro. Me daba cuenta de que había dejado el cuerpo físico. Sabía que estaba muriendo, y pensé: ¡Dios mío, hice todo lo que pude según lo que sabía en cada momento. Por favor, ayúdame!. Inmediatamente la negrura se tornó gris pálido y seguí moviéndome y deslizándome con rapidez hasta que enfrente de mí, muy distante, pude ver una niebla gris y me precipité hacia ella. Tenía la impresión de que no me acercaba tan deprisa como era mi deseo, pero cuando me aproximé lo bastante pude ver a través de ella. Más allá de la niebla había gente y sus formas eran como los de los terrestres. También vi algo que podría tomarse como edificios. Todo era penetrado por una maravillosa luz: un resplandor vivo de amarillo dorado, pero de color pálido, no ese dorado duro que conocemos aquí.

Cuando me acerqué más me sentí segura de que iba a travesar la niebla. Tuve una sensación de maravillosa alegría; no hay palabras para describirla en ningún lenguaje humano. No me había llegado el momento de cruzar la niebla, pues al instante apareció en el otro lado mi tío Fran, que había  muerto  unos años antes. Me cerró el camino y me dijo: “Regresa. No has completado tu labor en la tierra. Regresa ahora”. Si bien no quería hacerlo, no tenía otra alternativa, y en seguida estaba de vuelta en el cuerpo. Sentí un terrible dolor en el pecho y oí a mi hijo pequeño diciendo: ¿Dios mío, devuélveme a mamá!

El último de las formas es la reencarnación, tenemos un caso especial como es el del capital George S. Patton, su historia es esta:

El capitán George S. Patton nunca había tenido ocasión de visitar la pequeña ciudad de Langres, al nordeste de Francia. Sin embargo, en diciembre de 1917, fecha de su llegada a la región para hacerse cargo de la organización de un curso de adiestramiento en el uso de carros de combate. Patton rehusó el ofrecimiento hecho por el oficial de enlace, quien le invitaba a recorrer la ciudad. En otros tiempos sede uno de los asentamientos militares romanos de la zona. “No tiene por qué hacerlo”, dijo Patton al sorprendido joven, “conozco muy bien este campamento”.

Finalmente convencido de la existencia de la reencarnación, Pattón sentía sin ningún género de dudas que él había estado anteriormente en Francia como legionario romano. Para demostrar su afirmación, condujo al oficial a través de esa zona, señalando los sitios exactos donde se erigían los antiguos templos romanos y el anfiteatro, el campo de instrucción y el foro, incluso marcando el punto en el que Julio César había estado acampado. “Era como si alguien”, contó más tarde Patton a su sobrino, “estuviera en mis oídos susurrándome la dirección hacia la cual desplazarme”. Patton atribuía en parte el continuo éxito de sus campañas militares al hecho de haber  luchado como soldado en otras ocasiones, estando en el frente del norte de África, durante la Segunda Guerra Mundial, un general del ejército británico alabó a Patton haciendo la siguiente reflexión: “Usted hubiera sido un excelente mariscal de campo para Napoleón si hubiera vivido en el siglo XVIII. Patton, con una sonrisa, respondió simplemente: “Es que yo estaba allí”.

Cuenca, 2 de marzo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.




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