jueves, 9 de abril de 2020

El misterio de Judas.

Reflexiones para una Semana Santa distinta.

Sólo dos seres en el mundo han sabido el secreto de Judas: Cristo y el Traidor.

Muchísimas generaciones de cristianos se han devanado los sesos acerca de este misterio, pero el nombre de Iscarioth, a pesar de haber hecho nubes de conjeturas, pensamientos y búsquedas de explicaciones, queda siempre indescifrado. Es el único misterio humano que se encuentra en el Evangelio sin una terminación lógica y cerrada.
Comprendemos sin mayor esfuerzo lo demoniaco de los Herodes, el rencor envidioso de los Fariseos, la cólera vengativa de Anás y de Caifás, la cobarde condescendencia de Pilatos. Pero no comprendemos con igual evidencia la abominación de Judas. Los cuatro historiadores nos dicen demasiado poco de él y de las razones que lo indujeron a vender a su Maestro.
Judas. Fachada de la Catedral de Cuenca. Vicente Lampérez.
Catedral de Cuenca. Siglo XX

Dicen “Satanás entró en él”, pero estas palabras no son más que la definición de un delito. El mal se apoderó de su corazón: luego, improvisadamente, antes de este día, tal vez antes de la cena de Betania, Judas no estaba en manos del adversario. Pero ¿por qué de repente se puso de contra? ¿Por qué Satanás entró tan él y no en ninguno de los otros?

Los treinta Dineros son una suma bien pequeña para un hombre a quien tentaba la riqueza. Se ha dicho que ese dinero era el precio de un esclavo. Pero el texto del Éxodo dice, en cambio que treinta siclos de plata era la compensación que debía pagar el dueño de un buey que hubiera atropellado a un esclavo. El caso era demasiado diverso para que los doctores del Sanedrín pudieran pensar en aquel momento en la observancia escrupulosa de un antecedente.

El indicio más tremendo a favor de la traición es el oficio de Judas se había reservado entre los doce. Había entre ellos un recaudador de impuestos, Mateo, el cual, casi de derecho, habría pertenecido el ser depositario de las pequeñas monedas necesarias para las expensas de la comunidad. En lugar de Mateo, vemos como depositario de las ofrendas, al hombre de Iscarioth. El simple manejo de las monedas, aunque ajenas, apesta. No debe maravillarnos que Juan dé por ladrón a Judas: “como tenia la bolsa, sacaba lo que ponía en ella” (Jn. 13, 29).
El prendimiento de Jesús. Talla de Luis Marco Pérez. 1942

Se ha dicho y pensado que debe buscarse la verdadera razón en la pérdida de la fe. Judas había creído firmemente en Jesús y ahora no podía creer más en él. Las conversaciones acerca del próximo fin, la hostilidad amenazadora de la metrópoli, el retardo de la manifestación victoriosa habían terminado por hacerle seguidor. No veía aproximarse el Reino y, en cambio, venía venir la muerte. Tal vez husmeando entre el pueblo había oído susurrar algo de los propósitos de la camarilla y temía que el Sanedrín no se contentar con una víctima sola y condenara a todos aquellos que, de mucho tiempo atrás andaban con Jesús. Vencido el miedo –que sería la forma tomada por Satanás para entrar en él. Creyó oportuno adelantarse y la cobardía habrían sido los motivos ignominiosos de su ignominia.

Otros, en cambio, vuelven a discurrir acerca de la venganza. No se traiciona sin odiar. ¿Por qué Judas odiaba a Jesús? Recuerdan la cena en casa de Simón y el nardo de la llorante (María magdalena con el frasco de perfume derramado sobre Jesús). La reprensión de Jesús debe de haber exasperado al discípulo, que tal vez, había sido observado otras veces, por su sordidez y fingimiento. Al rencor por la reprehensión se agregó la envidia, que podía vengarse sin peligro, fue al palacio de Caifás.

Más, ¿pensaba de veras que su denuncia habría llevado a Jesús a la muerte o suponía, más bien que se habrían contentado  con azotarlo y con prohibirle hablar al pueblo? La continuación de su historia da lugar a imaginar que la condena de Jesús lo perturbó como una consecuencia terrible y no esperada de su beso. Mateo cuenta su desesperación de manera que deja suponer que Judas sintió verdaderamente todo el horror de lo que había sucedido por culpa suya. Las monedas que ha embolsado lo queman; y cuando los sacerdotes las rechazan, las arroja al Templo. Tampoco después de la restitución tiene paz y corre a ahorcarse, para morir el mismo día que su víctima.

El misterio de Judas está atado con doble nudo al misterio de la Redención y quedará para nosotros mismos, siempre un misterio.
El prendimiento de Jesús. Talla de Luis Marco Pérez. 1942

Por último unas reflexiones diciendo: que cada uno de nosotros ha puesto su cuota, una cuota infinitesimal, para comprar a Judas esta víctima imposible de consumir. Todos hemos contribuido a reunir la suma visible que costó la sangre del Libertador: Caifás no fue más que nuestro mandatario. El campo de hacendada que fue pagado con aquella moneda, el campo que fue comprado con el precio de la sangre es nuestra herencia, es cosa nuestra. Y ese campo se ha ensanchado misteriosamente, se ha dilatado hasta ocupar la superficie de la tierra, ciudades enteras, ciudades populares, pavimentadas, iluminadas, barridas, ciudades de almacenes, y de burdeles, brillan de norte a sur, del este al oeste. Y para que el misterio sea también mayor, también los dineros de Judas, multiplicados al infinito por las traiciones de tantos siglos, por todos los negocios concluidos y, por añadidura aumentados por los intereses, se han hecho innumerables. Ahora –pueden certificarlo los contadores, verdaderos arúspices de esta edad- todos los recintos del Templo no serían capaces de contener las monedas engendradas hasta hoy por aquellas treinta que arrojo en él Judas, en el delirio del remordimiento, el hombre que vendió a su Dios.

Cuenca, 9 de abril de 2020.

©José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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-El Evangelio de la madre. E. Enciso. Madrid. 1943
    -Historia de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de Chile.1923.




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