Un rayo de luz y
esperanza.
No había
nacido aún el sol, que para nosotros es el domingo, cuando las mujeres se
encaminaron al huerto. Era una de aquellas albas serenas que invitan a pensar en
los inocentes que duermen y en la belleza
de las promesas, y el aire puro y suave parece que hubiera sido agitado poco
antes por un vuelo de ángeles.
Las mujeres
iban, abstraídas por la tristeza y pensando. ¿Quién nos retirará la piedra de
la puerta del sepulcro? (Jn. 20, 1 – Mc.16).
Eran cuatro,
porque María de Magdala y a María de Betania se habían unido Juana de Cusa y
Salome, pero eran mujeres y debilitadas por la pena.
Cuando
llegaron el estupor las detuvo. La Obscura entrada de la gruta se abría en la
obscuridad. No creyendo lo que estaban viendo, la piedra estaba aún lado,
apoyada en los peñascos. Miraron en su entorno como si esperaran que viniera
alguien para preguntarle lo sucedido en esas dos noches en que habían estado
ausentes.
María de
Magdala pensó inmediatamente que los judíos hubieran hecho robar, en ese
intervalo, el cuerpo de Cristo, no satisfechas aún con lo que le habían hecho
sufrir, o acaso, despechados al ver esa sepultura demasiado honrosa para un
hereje, lo habían hecho arrojar en la huesa infame de los lapidados y de los
crucificados. Todo ello era solo un presentimiento. Tal vez Cristo descansaba
todavía dentro, envuelto en sus vendas olorosas.
No se atrevían
a entrar, y sin embargo, no podían regresar sin saber algo cierto. Apenas el
sol alumbró la entrada, cobrando bríos entraron en la gruta. En un primer
momento no vieron nada, pero se sintieron agitadas por un nuevo terror. A la
derecha, sentado había un joven vestido de blanco que resplandecía como la
nieve, parecía que estaba esperándolas.
“No os
asustéis, Aquel a quien buscáis no está aquí. ¿Por qué buscáis entre los
muertos al que vive? ¿No recordáis que os habló en Galilea de que sería
entregado a los pecadores y que al tercer día resucitará? (Lc.24,7).
Las mujeres
escucharon asombradas y medrosas sin poder contestar. Pero el joven prosiguió:
“Id donde sus hermanos y decidles que Jesús ha resucitado, y que pronto lo
volverán a ver” (Mt.28,7).
Las cuatro
temblando de miedo y de alegría, salieron de la gruta para correr
inmediatamente hacia donde eran mandadas.
María Magdala
se detuvo mientras las otras seguían por el camino. De repente sintiendo algo
detrás de ella se volvió. –Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? María pensó
que era el jardinero de José de Arimatea. –Lloro porque se han llevado a mi
Señor e ignoro donde lo han puesto. Si tú lo has llevado de aquí dime en donde
lo has puesto y yo le llevaré (Jn.20,15).
El
desconocido, enternecido en presencia de aquel candor apasionado, por aquella
ingenua puerilidad, no contestó más que una palabra, un solo nombre, el nombre
de ella, pero con la voz conmovedora e inolvidable con que tantas veces la
había llamado: ¡María! Entonces como despertando de un sueño dijo María:
-¡Rabboni! ¡Maestro! Y se arrojó a sus pies, en la yerba mojada por el rocío y
le apretó con sus manos aquellos pies desnudos que mostraban todavía la doble
rojura de los clavos.
Pero Jesús le
dijo: “No me toques, porque aun no he subido a mi Padre. Más ve donde mis
hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”
(Jn.20,17). Y diles ¡que voy delante de ellos a Galilea” (Mt.28,10).
María estuvo mirando hasta que hubo desaparecido y luego corrió a alcanzar a las
compañeras.
Llegó jadeante
por la carrera y la emoción y confirmó lo que las otras habían dicho. Simón y
Juan, asombrados por las palabras de las mujeres salieron fuera de la casa y
echaron a correr al huerto de José. Juan, que era más joven, se adelantó y
llegó primero, introdujo la cabeza, vio en tierra las vendas, pero no entró
(Jn.9,2). Simón lo alcanzó, jadeante y se precipitó dentro de la gruta. Las
fajas estaban esparcidas por el suelo; pero el sudario que había cubierto la
cabeza del cadáver estaba a un lado, plegado y envuelto. Entró también Juan y
vio y creyó (Mt.14,22).
Cuenca, 12 de
abril de 2020.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
_______
-El
Evangelio de la madre. E. Enciso. Madrid. 1943
-Historia
de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de
Chile.1923.
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