domingo, 12 de abril de 2020

No está aquí

  Un rayo de luz y esperanza.

No había nacido aún el sol, que para nosotros es el domingo, cuando las mujeres se encaminaron al huerto. Era una de aquellas albas serenas que invitan a pensar en los inocentes que duermen  y en la belleza de las promesas, y el aire puro y suave parece que hubiera sido agitado poco antes por un vuelo de ángeles.

Las mujeres iban, abstraídas por la tristeza y pensando. ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? (Jn. 20, 1 – Mc.16).

Eran cuatro, porque María de Magdala y a María de Betania se habían unido Juana de Cusa y Salome, pero eran mujeres y debilitadas por la pena.

Cuando llegaron el estupor las detuvo. La Obscura entrada de la gruta se abría en la obscuridad. No creyendo lo que estaban viendo, la piedra estaba aún lado, apoyada en los peñascos. Miraron en su entorno como si esperaran que viniera alguien para preguntarle lo sucedido en esas dos noches en que habían estado ausentes.

María de Magdala pensó inmediatamente que los judíos hubieran hecho robar, en ese intervalo, el cuerpo de Cristo, no satisfechas aún con lo que le habían hecho sufrir, o acaso, despechados al ver esa sepultura demasiado honrosa para un hereje, lo habían hecho arrojar en la huesa infame de los lapidados y de los crucificados. Todo ello era solo un presentimiento. Tal vez Cristo descansaba todavía dentro, envuelto en sus vendas olorosas.

No se atrevían a entrar, y sin embargo, no podían regresar sin saber algo cierto. Apenas el sol alumbró la entrada, cobrando bríos entraron en la gruta. En un primer momento no vieron nada, pero se sintieron agitadas por un nuevo terror. A la derecha, sentado había un joven vestido de blanco que resplandecía como la nieve, parecía que estaba esperándolas.

“No os asustéis, Aquel a quien buscáis no está aquí. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿No recordáis que os habló en Galilea de que sería entregado a los pecadores y que al tercer día resucitará? (Lc.24,7).

Las mujeres escucharon asombradas y medrosas sin poder contestar. Pero el joven prosiguió: “Id donde sus hermanos y decidles que Jesús ha resucitado, y que pronto lo volverán a ver” (Mt.28,7).

Las cuatro temblando de miedo y de alegría, salieron de la gruta para correr inmediatamente hacia donde eran mandadas.

María Magdala se detuvo mientras las otras seguían por el camino. De repente sintiendo algo detrás de ella se volvió. –Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? María pensó que era el jardinero de José de Arimatea. –Lloro porque se han llevado a mi Señor e ignoro donde lo han puesto. Si tú lo has llevado de aquí dime en donde lo has puesto y yo le llevaré (Jn.20,15).

El desconocido, enternecido en presencia de aquel candor apasionado, por aquella ingenua puerilidad, no contestó más que una palabra, un solo nombre, el nombre de ella, pero con la voz conmovedora e inolvidable con que tantas veces la había llamado: ¡María! Entonces como despertando de un sueño dijo María: -¡Rabboni! ¡Maestro! Y se arrojó a sus pies, en la yerba mojada por el rocío y le apretó con sus manos aquellos pies desnudos que mostraban todavía la doble rojura de los clavos.

Pero Jesús le dijo: “No me toques, porque aun no he subido a mi Padre. Más ve donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn.20,17). Y diles ¡que voy delante de ellos a Galilea” (Mt.28,10).

María estuvo mirando hasta que hubo desaparecido y luego corrió a alcanzar a las compañeras.

Llegó jadeante por la carrera y la emoción y confirmó lo que las otras habían dicho. Simón y Juan, asombrados por las palabras de las mujeres salieron fuera de la casa y echaron a correr al huerto de José. Juan, que era más joven, se adelantó y llegó primero, introdujo la cabeza, vio en tierra las vendas, pero no entró (Jn.9,2). Simón lo alcanzó, jadeante y se precipitó dentro de la gruta. Las fajas estaban esparcidas por el suelo; pero el sudario que había cubierto la cabeza del cadáver estaba a un lado, plegado y envuelto. Entró también Juan y vio y creyó (Mt.14,22).

Cuenca, 12 de abril de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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-El Evangelio de la madre. E. Enciso. Madrid. 1943

-Historia de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de Chile.1923.


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