sábado, 11 de abril de 2020

La liberación de los durmientes

    El cuerpo de Cristo descansaba, finalmente, en el lecho de perfumes dentro de la roca del huerto. Pero su espíritu, excarcelado de la pesada envoltura carnal, no descansaba. Había trasmitido a los vivos la Feliz Nueva (Nueva ley del Amor) y le habían pagado con la muerte; ahora debía llevarla a los muertos que, se siglos y miles de años atrás, la esperaban en la profundidad del limbo.

Acerca de esta bajada a los infiernos no tenemos revelaciones seguras. Pero en uno de los apócrifos más antiguos, en el Evangelio de Pedro, leemos que los testigos de la resurrección “oyeron una voz de los cielos que decía: ¿Anunciaste la obediencia a los que dormían? Y se oyó responder, desde la cruz: Sí”. Y en la primera carta de Pedro hallamos la confirmación  de esta predicación a los durmientes: “Fue muerto en cuanto a la carne, pero vivificado por el espíritu. En el cual fue a predicar a aquellos espíritus que estaban en cárcel, los que en otros tiempo habían sido incrédulos, cuando en los días de Noé contaban sobre la paciencia de Dios, mientras que se fabricaba el arca” (1ª Pedro 3,18).
Cristo yacente. Obra de Marco Pérez. Cuenca.

Precisamente por esto el Evangelio ha sido anunciado también a los muertos: a fin de que, después de haber sido juzgado, como son juzgados los hombres en lo que concierne a la carne, pudieran vivir según Dios, en lo que concierne al espíritu”. Y Pablo, que supo de las cosas divinas más de lo que le fuera permitido manifestar, afirma que Cristo “había descendido a los lugares más bajos de a tierra” (Éfeso 4,9).

Las profecías que por tantos siglos, con tanto amor y con tanta esperanza habían anunciado la llegada de un libertador que habría  de suprimir las injusticias y los dolores del mundo como el pampero barre las nubes pesadas de los valles.

Para estos pocos, primicias de santidad antes de los santos, bienhechores de los hombres antes de que viniera el Salvador y que le prepararon los caminos, que fueron, en una palabra, al menos el deseo, esbozos de cristianos antes de Cristo, este hecho es a la vez justicia y amor. Por todo ello era necesaria la bajada de Jesús al reino inmerso de los muertos. Aquel de quien habían sido figura con tanta antelación, sin saber su nombre, y lo habían esperado, sin poderlo ver, cuando gozaban de la luz del sol, se acuerda de ellos, apenas despierta a la verdadera vida en la gruta, y baja a libertarlos, para llevarlos consigo a la gloria.
Cristo Yacente. Obra de Marco Pérez. Cuenca.

Un viejo texto apócrifo narra esta bajada: el abatimiento de las puertas, la victoria sobre Satanás, el júbilo de los justos de la antigua ley y la ascensión de la pequeña falange bienaventurada al Paraíso. Y mientras se encuentran allá arriba con Henoc, Elías, que no habían muerto en la tierra como los otros, sino arrebatados, vivos todavía al cielo, se ve llegar a un hombre desnudo y ensangrentado, con una cruz al hombro. Es el Buen Ladrón a quien se le cumple la promesa que le ha hecho el Crucificado, ese mismo día, en la meseta del Calvario. Estás con invenciones de la fantasía, más bellas que ciertas. Pero la tradición cristiana, sin pretender conocer la historia de la bajada y el nombre de los libertados, ha puesto entre los artículos de fe la evangelización de los muertos y la sombra de Virgilio podía, trece siglos después, recordar a Dante, entre el humo del infierno, la venida del “poderoso, con símbolo de victoria coronado”.

Cuenca, 11 de abril de 2020.

©José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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-Los evangelios Apócrifos. Pierre Crépon. Cirulo de Lectores. Editorial EDAF S.A. 1993.
     -Historia de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de Chile.1923.




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