El cuerpo de
Cristo descansaba, finalmente, en el lecho de perfumes dentro de la roca del
huerto. Pero su espíritu, excarcelado de la pesada envoltura carnal, no
descansaba. Había trasmitido a los vivos la Feliz
Nueva (Nueva ley del Amor) y le habían pagado con la muerte; ahora debía
llevarla a los muertos que, se siglos y miles de años atrás, la esperaban en la
profundidad del limbo.
Acerca de esta
bajada a los infiernos no tenemos revelaciones seguras. Pero en uno de los
apócrifos más antiguos, en el Evangelio de Pedro, leemos que los testigos de la
resurrección “oyeron una voz de los
cielos que decía: ¿Anunciaste la obediencia a los que dormían? Y se oyó
responder, desde la cruz: Sí”. Y en la primera carta de Pedro hallamos la
confirmación de esta predicación a los
durmientes: “Fue muerto en cuanto a la
carne, pero vivificado por el espíritu. En el cual fue a predicar a aquellos
espíritus que estaban en cárcel, los que en otros tiempo habían sido
incrédulos, cuando en los días de Noé contaban sobre la paciencia de Dios,
mientras que se fabricaba el arca” (1ª Pedro 3,18).
Cristo yacente. Obra de Marco Pérez. Cuenca. |
Precisamente
por esto el Evangelio ha sido anunciado también a los muertos: a fin de que,
después de haber sido juzgado, como son juzgados los hombres en lo que
concierne a la carne, pudieran vivir según Dios, en lo que concierne al
espíritu”. Y Pablo, que supo de las cosas divinas más de lo que le fuera
permitido manifestar, afirma que Cristo “había
descendido a los lugares más bajos de a tierra” (Éfeso 4,9).
Las profecías
que por tantos siglos, con tanto amor y con tanta esperanza habían anunciado la
llegada de un libertador que habría de
suprimir las injusticias y los dolores del mundo como el pampero barre las
nubes pesadas de los valles.
Para estos
pocos, primicias de santidad antes de los santos, bienhechores de los hombres
antes de que viniera el Salvador y que le prepararon los caminos, que fueron,
en una palabra, al menos el deseo, esbozos de cristianos antes de Cristo, este
hecho es a la vez justicia y amor. Por todo ello era necesaria la bajada de
Jesús al reino inmerso de los muertos. Aquel de quien habían sido figura con
tanta antelación, sin saber su nombre, y lo habían esperado, sin poderlo ver,
cuando gozaban de la luz del sol, se acuerda de ellos, apenas despierta a la
verdadera vida en la gruta, y baja a libertarlos, para llevarlos consigo a la
gloria.
Cristo Yacente. Obra de Marco Pérez. Cuenca. |
Un viejo texto
apócrifo narra esta bajada: el abatimiento de las puertas, la victoria sobre
Satanás, el júbilo de los justos de la antigua ley y la ascensión de la pequeña
falange bienaventurada al Paraíso. Y mientras se encuentran allá arriba con
Henoc, Elías, que no habían muerto en la tierra como los otros, sino
arrebatados, vivos todavía al cielo, se ve llegar a un hombre desnudo y ensangrentado,
con una cruz al hombro. Es el Buen Ladrón a quien se le cumple la promesa que
le ha hecho el Crucificado, ese mismo día, en la meseta del Calvario. Estás con
invenciones de la fantasía, más bellas que ciertas. Pero la tradición
cristiana, sin pretender conocer la historia de la bajada y el nombre de los
libertados, ha puesto entre los artículos de fe la evangelización de los
muertos y la sombra de Virgilio podía, trece siglos después, recordar a Dante,
entre el humo del infierno, la venida del “poderoso, con símbolo de victoria
coronado”.
Cuenca, 11 de
abril de 2020.
©José
María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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-Los
evangelios Apócrifos. Pierre Crépon. Cirulo de Lectores. Editorial EDAF S.A.
1993.
-Historia
de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de
Chile.1923.
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