Origen e institución de la festividad
Año tras año las ciudades y pueblos se asocian en un
magnífico arranque de fervor y tributan a Jesús Sacramentado el homenaje
anual de tan tradicional abolengo.
Siempre pensé que fui un niño
privilegiado al poder disfrutar de todos los acontecimientos que se realizaban
en la parte antigua de la ciudad, como era el poder ver desde el balcón, de la
casa de mis abuelos, los desfiles procesionales que discurrían por la calle de
Alfonso VIII.
Una de las procesiones que más me
impresionaron de niño fue la del Corpus Chisti con ese sin fin de seminaristas
y feligreses que acompañaban a la procesión de la Custodia con la Hostia
consagrada en el centro.
Mucha debe ser la Fe que uno
profese para la creencia de que Jesús se halle en ese círculo. Ese comentario
inocente que puede darse en cualquier niño o adulto, fue lo que hizo que mi
Abuelo Sabino me sacara de la duda y hoy vísperas de este acontecimiento
festivo quiero trasmitiros.
Esperando el discurrir del
cortejo procesional por la calle de Alfonso VIII y viendo mi abuela que estaba
jugueteando con los faldones de la mesa camilla que había en la habitación,
llamó a Sabino para que me entretuviera y así hacer tiempo hasta su llegada.
¿Qué pasa Josemari que me dice tu
abuela que estás dando guerra? ¿Sabes que procesión vas a ver? Sí, contesté muy
ligeramente, pero no entiendo porque llevan la hostia consagrada en una casita
de plata con campanillas. Sin dejar de mirarme y poniéndome su mano en mi
hombro me dijo:
La festividad del Corpus Christi
es tan antigua como la Iglesia, a decir verdad fue el mismo Jesucristo quien
instituyó la fiesta del Santísimo Sacramento, la tarde de la última Cena,
vísperas de su muerte. Eso ya lo sabía. Pero ¿no sabes alguna historia sobre esta
procesión?
Bien Josemari, te contaré la
historia de la monja Juliana. – Abuelo, ¿te has inventado ese nombre para que
coincida con el nombre de mi padre? No, es que se llamaba realmente así;
prosiguiendo su explicación:
En los albores del siglo XIII, en
el monasterio de Monte Cornillón, cerca de Lieja (Francia) estaba de priora la
monja Juliana que era una monja humilde, piadosa, inocente y llena de virtudes,
se caracterizaba por su amor al Santísimo Sacramento. Cuando comulgaba quedaba
como arrobada en éxtasis, la comunión era para ella un manantial de gracias y
consuelos. Desde los dieciséis años tenía una visión que se le repetía continuamente, creía ver
una luna llena que brillaba esplendorosamente, pero tenía un ligero entrante en
su circunferencia, como si le hubieran dado un “bocao”. Dos años estuvo
intentado quitársela de su cabeza, pero el esfuerzo era en balde. Cierto día
que estaba Juliana rezando en la capilla del convento oyó una voz interior que
le dijo: “Juliana, la luna que ves representa a la Iglesia y el entrante
señalado en el círculo significa que falta una solemnidad en el ciclo
litúrgico, la del Santísimo Sacramento” pidiéndole que se encargara ella de
hacer que se instituyera la festividad del Cuerpo y Sangre de Jesús.
Ella no sabía cómo llevar a cabo
tal petición, pasaron más de veinte años
silenciándola hasta que habló con
Juan de Lausana, canónigo de San Martín y este comunicó a varios teólogos las
visiones de Juliana, entre ellos al arcediano de Lieja, Santiago Pantaleón y
más tarde al mismo Papa Urbano IV y
todos decidieron celebrar la festividad del Santísimo Sacramento con mayor
lustre y pompa.
En el año 1246, Roberto de
Torote, Obispo de Lieja, mandó que en su diócesis se celebrara una fiesta del
Santísimo Sacramento el jueves siguiente a la octava de Pentecostés, pero murió
ese mismo año sin llevar lo acabo. Al año siguiente en 1247, los canónigos de
Lieja determinaron celebrar por primera
vez esta solemnidad el jueves señalado por el difunto prelado. Por más de medio
siglo se celebró la fiesta del Santísimo Sacramento únicamente en la diócesis
de Lieja.
La monja Juliana murió sin
terminar la misión encomendada, pasando el testigo a su compañera de convento
llamada Eva, que también conocía a Urbano IV, cuando fue arcediano de Lieja.
Realmente fue el milagro de
Bolsena, localidad de Italia, quien hizo entrar al Pontífice de lleno en la
idea de la institución de la festividad.
El milagro Eucarístico de Bolsena (Italia) |
Estaba un sacerdote celebrando
misa en la iglesia de Santa Cristina de Bolsena, cuando de pronto le asaltaron
dudas sobre la presencia real de Jesús en la sagrada Hostia. Al romperla antes
de la comunión, quedó maravillado viendo que se mudaba en sus manos en carne
viva de la que goteaba abundante sangre. El corporal quedó pronto empapado en
ella; varios purificadores con los cuales quiso el sacerdote secar y contener
aquel misterioso derramamiento, se llenaron también de manchas de sangre.
Desvaneciéndose con esto las
dudas del celebrante, el cual quedó tan sobrecogido de espanto, que no pudo
terminar el santo sacrificio. Envolvió en el corporal la Hostia transformada en
carne, bajó del altar y se fue a la sacristía. En el camino y a la vista de los
fieles cayeron al suelo grandes gotas de sangre que todavía salía de los
corporales.
Hallábase a la sazón el Sumo
Pontífice Urbano IV en Orvieto a seis millas de Bolsena. El sacerdote corrió a
echarse a sus pies y le declaró sus dudas y el insigne milagro que las había
desvanecido. El Papa envió inmediatamente a Bolsena para cerciorarse del suceso
a dos grandes de la Iglesia como eran Tomás de Aquino y Buenaventura que llegarían a ser santos.
Confirmada ya la veracidad del
milagro, mandó el Pontífice al Obispo de Orvieto que fuese a buscar solemnemente
a la iglesia de Santa Cristina la Hostia adorable, las corporales y demás ropas
empapadas en la preciosa Sangre. El mismo Urbano IV con su corte de cardenales,
prelados y una inmensa muchedumbre de fieles salieron a recibir al Santísimo
Sacramento hasta una distancia como de un cuarto de milla de la ciudad. Los
niños y jóvenes llevaban palmas y ramos de olivo; todos cantaban himnos y
cánticos; el Papa recibió de rodillas aquel tesoro y lo llevó triunfantemente
hasta la catedral de Santa María de Orvieto. Esa fue la primera procesión
solemne del Santísimo Sacramento.
Al año de publicar la Bula murió Urbano IV. Transcurrieron cuatro años y
Clemente V, elegido Papa en el año 1305, infundió nueva vida a la Bula de
Urbano IV y confirmó la institución de la festividad de Corpus. Su sucesor Juan
XXII, puso todo el empeño en hacer cumplir los decretos de Clemente V: Martín V
y Eugenio IV completaron la obra, enriqueciendo con indulgencias la nueva
festividad.
Se oían las trompetas y los
tambores que anunciaban la proximidad del cortejo procesional cuando nos
asomamos al balcón para verlos pasar. Ese año comprendí por vez primera la gran
suerte que tenemos los cristianos de tener entre nosotros al mismo Cristo en la
celebración de la Santa Misa.
Cuenca, 20 de mayo de 2016 y el 30 de mayo de 2024.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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